Por Eduardo Rivas * – Mucho se habló durante el gobierno de Cristina Fernández sobre la década ganada y no hay dudas en que ha habido temáticas en las cuales se ganó, y mucho, como también ha habido otras en las que se perdió, también mucho lamentablemente.
Una en las que más se ganó fue, sin dudas, el antagonismo existente entre dos sectores claramente diferenciados y enfrentados entre sí, lo que se dio en llamar la grieta. Quizás como nunca antes en los últimos 60 años de la historia del país se estableció una dicotomía schmittiana amigo | enemigo en la cual para muchos el no acompañar las ideas propias lo ubicaba automáticamente en bando enemigo.
Lo curioso es que se siga ahondando en esta díada incluso cuando el devenir histórico y político ha pasado página y ha dejado en la historia esta relación.
Pero hay quienes se siguen aferrando, quizás por temor al cambio, a seguir pensando en esos términos y así entonces realizan una defensa cerrada de su pensamiento y las acciones que se derivan de él y, a partir de entonces, un combate cerrado contra las ideas con las que no comulgan. Así pues, cualquier medida de gobierno que no se entronque en su ideario, es mala por el sólo hecho de no ser propia.
Resulta paradójico que los que con mayor ahínco siguen esta conducta, a su vez, pretendan reconocerse como progresistas, puesto que lo que caracteriza al progresismo es la práctica filosófica descripta por Hegel, su tríada dialéctica de tesis, antítesis y síntesis. Este proceso circular, que se nutre de diferentes formas de pensar, aporta un enriquecimiento a las ideas originaria y permite la interacción entre pensamientos diferentes.
Se plantean entonces dos formas de entender la política, una inclusiva y otra exclusiva, y he ahí la verdadera grieta. No es, como pretendieron hacernos creer, el apoyo o no a una medida de gobierno o el enrolamiento en tal o cual teoría económica. La verdadera grieta es si entendemos a quien piensa diferente como una alternativa que puede nutrir nuestro pensamiento o como una amenaza a nuestra forma de pensar.
Ya de por sí es preocupante el pensar la política como un campo de batalla en donde tengo que imponerme por sobre quien no piensa como yo, pero peor aún es que quienes ocupan escaños en cuerpos legislativos la adopten como propia, puesto que si hay algo que caracteriza, o debiera caracterizar, un cuerpo legislativo es la tríada dialéctica hegeliana en la que del concurso de variadas visiones políticas se pueda construir un proyecto común.
De más está decir que el acuerdo completo, salvo algunas excepciones, no va a ser lo normal, pero lo que no debe ocurrir es la imposición de mayorías circunstanciales que rompan el concepto de Hegel e impongan la idea de Schmitt. No lograremos construir una democracia plural en esos términos.
En Zárate suele verse este tipo de actitud en el Concejo Deliberante, donde hay quienes buscan establecer diferencias antagónicas, en donde se defiende lo propio como lo único posible de hacer en defensa de la ciudadanía y que una propuesta diferente va en su contra. Lamentablemente no se progresa de esa manera, lo único que se logra es el imponerse sobre quien no coincide con nuestro pensamiento, y eso no es la democracia, eso no debe ser la democracia.
* Licenciado en Ciencia Política | [email protected] | @eduardorivas07