El 75% de las variedades agrícolas del mundo se perdieron entre los años 1900 y 2000, según la ONU. Bibliotecas y bancos de semillas buscan salvaguardar la biodiversidad, convencidas de que cuanta más semillas haya, más herramientas tendrá la humanidad para afrontar crisis climáticas y sanitarias. Excelente informe de BBVA que publica EL DEBATE para todos sus lectores.
Arranca todo amigos, con la siguiente afirmación de Soledad Saburido, doctora en Biología Vegetal, gallega afincada en México, “En los últimos cien años se han perdido cientos de variedades agrícolas, y esto es porque se han perdido las semillas y se ha apostado por el monocultivo y la industrialización de la agricultura en lugar de la diversidad y la regeneración de la tierra”, quien viene refrendada por el segundo informe del estado de los recursos fitogenéticos para la alimentación y la agricultura, publicado en 2010 por la Organización para la Alimentación y la Agricultura de las Naciones Unidas (FAO): “El 75 % de las variedades agrícolas del mundo se perdieron entre 1900 y 2000”.
Saburido coordina la Biblioteca Comunitaria SOMOS Semilla en San Miguel de Allende (Guanajuato, México), desde su nacimiento en 2015: Colección de semillas agroecológicas de variedades de cultivo adaptadas a las condiciones locales, catalogadas, clasificadas, almacenadas y puestas a disposición de la comunidad para su préstamo y devolución. “Además de permitir que estas variedades locales circulen, brinda educación y salvaguarda el legado generación tras generación”, describe.
Como ella, guardianas y guardianes de las semillas están preservando la biodiversidad agrícola de sus territorios mediante la fórmula del biblioteca o banco de semillas, que “suele hacer referencia al reservorio de semillas de un grupo de campesinos o agricultores de una zona determinada, del que toman y regresan semilla”, explica Saburido. “Tenemos también el concepto del banco de semillas, y banco de germoplasma, de centros de investigación e instituciones, que destinan esas semillas a investigaciones científicas dentro de sus áreas de estudio”, añade.
Aquel informe de la FAO introducía, como nota positiva, que los bancos de genes habían crecido un 20 % entre 1996 y 2008. “Se ha producido un incremento en la concienciación sobre la importancia de proteger y utilizar la diversidad genética de los cultivos agrícolas”, señalaba, certificando la existencia, en ese momento, de más de 1.750 bancos en todo el mundo, con 7,4 millones de muestras, y destacando la inauguración, en 2008, de la gran reserva de la diversidad agrícola mundial, el Depósito Mundial de Semillas de Svalbard, en Noruega.
La semilla, en el centro de todo
También saludaba como buena noticia el aumento de los jardines botánicos, de 1.500 aproximadamente a más de 2.500. “Estos jardines son importantes depósitos de afines silvestres de las plantas cultivadas”.
A pie de tierra, Saburido coincide en que se están produciendo cambios en la conciencia hacia la semilla. “Quiero creer que se está entendiendo su importancia, cuando hasta ahora no se le había prestado demasiada atención”, admite.
Cada vez se reconoce más el trabajo de iniciativas como la Red de Guardianes de Semillas, formada por unas cien familias repartidas en quince provincias de Ecuador; existen movimientos similares en Colombia, Chile, o India. De la comunidad de emprendimiento Brigde for Billions ha surgido Randi Randi, en Costa Rica: una plataforma digital de comercialización e intercambio que pone en contacto directo a productores locales y consumidores a través de tecnología de georreferenciación, y que, como parte de su proyecto, desarrollará un banco de semillas.
Semillas locales, nativas, criollas, autóctonas, no transgénicas; libres, como las denomina, por ejemplo, la Red Andaluza de Semillas, una de las organizaciones cuya labor admira la coordinadora de SOMOS Semilla. Portadoras de propiedades organolépticas características (sabores, aromas, colores) y fuente de seguridad alimentaria, según destacan las asociaciones guardianas de las semillas.
Una forma de superar las crisis
Saburido pone de ejemplo la hambruna de la patata en Irlanda, entre 1845 y 1849, para alertar de cómo el monocultivo y la ausencia de biodiversidad (dos quintas partes de los irlandeses dependían de cosechar este tubérculo) puede llevar mucho sufrimiento a todo un pueblo. “La diversidad es resiliencia, es capacidad de adaptación y superación de crisis. Cuanta más variabilidad genética haya en las semillas, cultivos, y en general en todo lo vivo, más posibilidades tenemos de afrontar cambios inesperados, crisis climáticas o sanitarias”, asegura.
“La semilla es la base, principio y fin de los cultivos, de donde procede nuestro alimento, nuestra ropa, muchos de nuestros combustibles, medicinas, materias primas…”, recuerda Saburido, que reconoce que queda mucho trabajo por hacer. “Para empezar, establecer el uso e intercambio libres de semillas en todos los países del mundo; abolir las patentes; revalorizar lo criollo; y establecer que las semillas son un bien patrimonio de la humanidad, que no tienen dueño, sino que son parte de nosotros, nuestra historia y cultura”, enumera.
Le gusta que la llamen guardiana de las semillas, porque:
“Sobre todo por la labor inmensurable de todas las mujeres de los pueblos originarios que, con un minucioso trabajo y mucho amor por la vida, fueron seleccionando plantas y desarrollando variedades adaptadas a todos los ambientes inimaginables”.
Soledad Saburido, doctora en Biología Vegetal
Detrás de SOMOS Semilla hay un equipo de expertas que defienden, valoran, agradecen y resaltan “el rol de las mujeres durante toda la historia como cuidadoras de las semillas, del mantenimiento de la biodiversidad a través de preservar saberes y sabores en la cocina. Mujeres cuidadoras y sostenedoras de la vida en este planeta, en todos sus aspectos y dimensiones”, argumenta.
FUENTE: www.bbva.com