Un hermoso lugar para recorrer: Chilecito

Esta localidad de gente amable y que sirve de puerta de entrada a la mítica ruta 40, fue originariamente tierra de diaguitas, se convirtió en la capital más austral del Imperio Inca y tuvo, también, esplendor de pueblo minero. Chilecito, que en lengua kakán significa “confín del mundo”, fue fundada en 1715 por el español Domingo de Castro y Bazán, con el nombre de Villa de Santa Rita, aunque luego fue Nueva Argentina hasta llegar al actual. 

“Nosotros llevamos un corazón y un fusil para defender la soberanía amenazada por ‘doctores’ y ‘escribas’, y peleamos para impedir la entrega de todos los patrimonios de mi nación. Ya se levantan Jáchal y Chilecito adormecidos por el criminal escarmiento de la cabeza del Chacho Peñaloza sobre la pica de la plaza de Olta. Vienen conmigo ‘laguneros’ sanjuaninos y ‘llanistos’ riojanos. Aquí, a mi lado, con las rojas banderolas de sus lanzas, están mis dos lugartenientes: Elizondo y Guayama. ¡Vamos a Salta! Nos baila en el alma un repique pirquinero del metal que cuidamos y del Famatina que no quiere ser ‘gringo’ en esta dura aventura de la mina”, suena la música y el sentimiento de Nicolás Castro, en un poema llamado “Réplica a la Felipe Varela”, de Julián Amatte.

Más allá del sentir riojano que se expresa en el caudillo Ángel “Chacho” Peñaloza o en el propio Felipe Varela, esta provincia impacta por sus colores, el relieve montañoso, el patrimonio cultural en el que se destacan antiguas iglesias y reliquias arquitectónicas, la uva Torrontés y la tradicional Fiesta de la Chaya, una celebración ancestral de origen diaguita que se festeja durante los carnavales. Y la muestra ideal es Chilecito, la segunda ciudad más importante de la provincia y a sólo 200 kilómetros de su capital.

Chilecito es un oasis en forma de valle delimitado hacia el oeste por las sierras del Famatina (con 6.200 m.s.n.m. es el sistema serrano continental más alto del mundo)-, y hacia el este por las del Velazco. Y para apreciar este paisaje en su plenitud, un recorrido que debe hacerse es la denominada Vuelta al Pique o faldeo al Famatina, una excursión de unas cuatro horas. Pero para aprovechar el viaje, habrá que retroceder en el tiempo más de cien años, vincularse con la minería y atravesar la fiebre del oro que vivió la región.

Durante siglos, la riqueza en oro y plata de las montañas hicieron de este valle riojano, uno de los centros mineros más importantes de Argentina. Una de estas minas, La Mejicana, ubicada a 4.600 metros, fue explotada por diaguitas e incas, después por el gobierno de Facundo Quiroga y hasta llegaron a la región españoles e ingleses. Estos últimos se establecieron luego de que se levantara una majestuosa obra de ingeniería en 1904 conformada por 9 estaciones y con un tendido de un cable aéreo de 36 kilómetros que se extiende en línea recta desde la primera estación ubicada en la ciudad hasta los socavones de La Mejicana, en el cordón del Famatina. El Cable-Carril, así se conoce la obra declarada Monumento Histórico Nacional en 1982, hoy es un cementerio de vagonetas, tolvas, escalones en caracol y remaches con una riquísima historia. “En las estaciones se instaló la primera línea de teléfonos del país. Lo hizo Siemens para que puedan estar conectadas entre sí”, cuenta José Luis Carrizo, del Ente de Turismo local (Emutur) y agrega que hasta 1930 se utilizó el sistema sin pausa para transportar las 400 toneladas diarias de oro y plata que se obtenían del cordón montañoso.

Queda atrás la estación 2 pero el viaje sigue por una serpenteante huella de ripio que se interna hacia las profundidades de la montaña. La sinuosa carretera sube la cuesta de Guanchín (capital nacional de la nuez) y al costado se extiende un inmenso valle cubierto de coirones, unos arbustos dorados típicos de las zonas de altura. Si bien esto se puede hacer en auto o en mountain bike, lo recomendable es ir en 4×4. Después de unos minutos se llega al lecho del río Amarillo o del Oro, llamado así por el color ocre brillante de sus aguas que arrastran dióxido ferroso.

Mientras el ascenso sigue, entre la inmensidad del paisaje se pintan casas solitarias rodeadas de árboles de membrillo y plantaciones de nogal. En algunas de las pequeñas y pocas viviendas que hay allí uno puede pedir agua para el mate o comprar un pan casero, de los más ricos que van a probar en la provincia, hechos en horno de barro.  Pero el camino invita a continuar. Serán unos pocos kilómetros porque un cóndor andino obliga a otra parada. Es en la zona de Las Chúcaras, donde no sólo hay una de estas aves de las más grandes del mundo capaces de volar. Dado su gran peso de hasta 15 kilogramos y con una envergadura de alas de 3 metros, aprovecha esta zona ventosa para planear y hacer disfrutar a los turistas.

En la zona abundan atractivos y Chilecito es lugar ideal para hacer centro. Desde allí se puede visitar en el día las Termas de Fiambalá, ubicadas a unos 150 kilómetros, la impactante Laguna Brava a unos 500 km o Talampaya, a 250 km. Justamente para llegar a este último destino hay que atravesar otro sitio que es una visita en sí mismo: la Cuesta del Miranda. Construida a pico y pala en las primeras décadas del siglo XX sobre un sendero de arrieros y animales que supieron transitar los Incas, está a media hora del centro de la ciudad, se extiende poco más de 12 km y alcanza los 2.000 m.s.n.m. Recorrerla, ya sea en 4×4, haciendo trekking o en bicicleta, permite descubrir un hermoso paisaje de brillante tierra roja, con mezcla de verdes y grises, y profundas quebradas rocosas.

La gran mayoría de los 53 mil amables lugareños tienen un importante espíritu devoto y eso queda reflejado cada año en las multitudinarias procesiones en honor de sus santos patronos. El caminar por la ciudad y los poblados cercanos nos lleva a una de las tantas capillas que son patrimonio histórico o bien hasta el mirador con el Vía Crucis y una figura de Cristo que custodia la ciudad desde lo alto de las sierras. Para llegar al Cristo del Portezuelo, de 17 metros de alto, habrá que transpirar los 200 escalones. Vale la pena, ya que desde las alturas se descubre otra mirada de la ciudad y el valle, rodeado por las sierras del Famatina y el Velazco.

Un capítulo aparte es la visita a “Samay Huasi” (en quechua significa casa de descanso) y que perteneció a Joaquín Víctor González, el fundador de la Universidad Nacional de La Plata y que con sólo 26 años (sí, 26) se convirtió en el gobernador más joven de La Rioja. Construida en 1870, recién en 1913 pasó a manos del notable político y escritor nacido en Nonogasta. Hoy es un museo con residencia para estudiantes y alojamiento para turistas, donde se conservan testimonios de la vida y obra de uno de los hijos preferidos de la provincia.

Hay mucho para elegir estando en estas tierras, y un imperdible es Los Colorados (a 100 km de Chilecito), un poblado de aires ferroviarios donde viven 17 familias (64 personas) y que tiene un pasado ferroviario que se refleja en las vías abandonadas allá por los años 70 y en las casas levantadas con durmientes de quebracho colorado. Hoy la gente que quedó allí, apuesta a un futuro relacionado con el turismo, y tienen con qué hacerlo. Circuitos con grandes bloques de piedra de hasta 90 metros de altura, con miradores naturales y curiosas geoformas, que albergan restos arqueológicos y la histórica Cueva del “Chacho” Peñaloza, son algunos de los atractivos que sorprenden al turista. También hay petroglifos, jeroglíficos, dibujos y marcas en la piedra de los antiguos diaguitas, aguades y cafayanes, que dejaron allí su testimonio.

El grupo de guías de la cooperativa local, propone diferentes opciones para conocer el lugar mediante caminatas y cabalgatas hasta las geoformas provocadas por la erosión como es el sorprendente Puente Natural. Aunque el atractivo sin duda es la cueva del que fuera lugarteniente de Facundo Quiroga. Al pie de uno de esos soberbios bloques rojos, existe un hueco oscuro, disimulado entre varias rocas y en donde, cuenta la historia lugareña, se refugiaba Peñaloza en años de clandestinidad. Los más atletas pueden trepar hasta la salida superior, donde está el balcón desde donde el caudillo riojano miraba todo el valle Antinaco-Los Colorados y advertía si llegaban tropas que lo perseguían.

Peñaloza dejó una marca en La Rioja, como también lo hizo Felipe Varela, una de esas figuras controvertidas que, dependiendo la posición, la historia los colocó de uno o de otro lado. Y eso quedó reflejado en la música, como la zamba La Felipe Varela, de José Ríos, que reza que el caudillo federal “matando llega y se va”. Aunque está la réplica, la de Amatte, la que canta Castro y dice así: “Galopa en el horizonte, bajo un cielo federal; los coroneles de Mitre matando vienen y van, porque, Felipe Varela nunca mató por matar”.