La cordillera: el riesgo de no cumplir con el pacto

Barajando con inteligencia las cartas del thriller político, y coqueteando con la atmósfera del thriller psicológico, la nueva película del director de “El estudiante” y “La patota” plantea un desafío inquietante que desaprovecha el material que tiene entre manos

Hernán Blanco (un perfecto y distante Ricardo Darín) interpreta al presidente argentino, un hombre llegado de la política del interior del país, con un pasado como intendente, y una campaña promocional que lo posicionó como “hombre común”, mientras que en el mapa del poder a nivel global; es más bien una suerte de “hombre invisible”. Blanco y su comitiva asisten a una cumbre de presidentes latinoamericanos en un lujoso hotel emplazado del lado chileno de la cordillera. Allí se debatirá sobre la negociación internacional del petróleo, un mundo de transacciones, alianzas, especulaciones y tensiones.

El guión logra construir un relato inteligente alrededor de un evento, en el que de antemano, todos podemos intuir el despliegue de artimañas de los líderes de cada región, en pos de sacar la mejor tajada para los países que representan; y obviamente para sus nutridas arcas personales. El escurridizo desplazamiento de ese cuasi anónimo presidente argentino, es una de las cartas mejor jugadas por Santiago Mitre. Muchos espectadores podrán entretenerse trazando analogías entre los miembros del gabinete de Blanco con los funcionarios de nuestro gobierno nacional, tanto del previo como del actual. Los aportes de Gerardo Romano y Érica Rivas son fundamentales, y la participación especial de Christian Slater como un enviado norteamericano; logran sobrepasar altamente el simple juego de las referencias.

Pero como es sabido, todo thriller político necesita no sólo de la escena pública, sino de algo mucho más intenso y perturbador, en este caso la trastienda de la vida privada del presidente. Aquí es donde La cordillera se enfrenta a una gran disyuntiva, en la que si bien logra combinar con cierta destreza las tensiones entre ambas fuerzas, las del thriller político y psicológico, se asoma a un territorio sumamente inquietante; para luego concentrar demasiado la atención en la negociación de la mencionada cumbre.

 

 

 

 

 

La irrupción de Marina Blanco (descollante y arrasadora Dolores Fonzi), sacude para bien el eje del relato. Separada recientemente, ella ha atravesado diversos desórdenes psiquiátricos; y su ex pareja amenaza con denunciar un hecho de corrupción del presidente argentino, es decir, el mismísimo padre de Marina. El film alcanza el clímax visual y emocional máximo durante una sesión de hipnosis a la que es sometida la bellísima y conflictuada mujer. A partir de allí el film coquetea con una atmósfera sobrenatural cercana a la de algunas películas de Roman Polanski. La dupla de guionistas Mitre/Llinás sube la apuesta, y las pocas escenas que los protagonistas centrales comparten en pantalla alcanzan niveles de precisión y tensión escasamente vistos en el cine industrial nacional de estos últimos años.

Lo que sí se puede decir es que no se trata de un cierre abierto, ni tampoco de un desenlace torpe plagado de explicaciones y subrayados. Lo que llama poderosamente la atención, es que todo director que haya jugado con astucia las cartas del thriller, desde Alfred Hitchcock hasta Brian De Palma, sabe que el The End de un film de suspenso es como la cereza de la torta, una experiencia que puede ir de la explosión catártica a la introversión más incómoda.