En el colegio nos enseñan que nuestro cerebro cuenta con cinco sentidos para percibir la realidad, pero algunos científicos hablan de que disponemos al menos de once.
Es un fenómeno que demuestra que nuestras experiencias perceptivas son producto de un complejo proceso de mezcla. En otros casos son la vista y el tacto los que interactúan.
Por otro lado, otros animales poseen un sexto sentido envidiable. Las aves, las mariposas monarca, las ballenas y los osos cuentan con una especie de brújula interna con la que detectan el campo magnético terrestre y se orientan sin necesidad de GPS.
¿Por qué no los humanos?
Joseph Kirschvink, geobiólogo del Instituto Tecnológico de California (Caltech), es uno de los principales investigadores empeñados en confirmarlo o desmentirlo de una vez por todas: “No hay razón para pensar que no existe. En la mayoría de los animales migratorios, esta capacidad sensorial depende de cristales de magnetita biogénica, que son pequeños imanes bioquímicos y genéticos”, explica.
Hay muchos investigadores que defienden que la termorrecepción, es decir, la capacidad de distinguir entre frío y caliente, también debería considerarse un sentido independiente, y no una cualidad del tacto. Lo mismo piensan algunos sobre el dolor (nociocepción) y la percepción del propio cuerpo (propiocepción).
Los seres humanos tienen un órgano vomeronasal, es decir, herencia del detector de feromonas que usan las hormigas para marcar el camino desde la comida al hormiguero, o las hembras de muchas especies para atraer a los machos cuando quieren aparearse y regular otras muchas respuestas instintivas.
Fuente: Muy Interesante