Un amigo

Por Virginia Castro – Un hombre le mandó un mensaje a un compañero de trabajo para pedirle que lo cubriera esa semana porque iba a llegar a relevarlo del turno casi sobre la hora. Se hace larga la espera del que deja la guardia de la noche si el que llega a la mañana no tiene un poco de compasión.

El otro le contestó que no había problema, si siempre se las habían arreglado para salir ilesos de los transes peligrosos en cuanto al horario de tomar el puesto. Y agregó: “No solo te voy a cubrir en la semana, sino que el sábado a la noche voy a hacer un asadito así me contás en qué andás que no te querés levantar temprano con este calor”. La respuesta fue un “bueno” que pensó que podría tomarse como sinónimo de “malo” aunque en las palabras escritas no es clara la entonación. Se quedó preocupado.

Al cruzarse en el cambio de turno apenas se saludaron, había otros con ellos y el que se iba no se animó a preguntar nada, pero en la cara del otro se notaba que había pasado mala noche. Esa misma tarde decidió ir a verlo a la casa, hacía años que se conocían y tenían confianza como para aparecer sin previo aviso con la excusa de tomar unos mates.

Golpeó las manos porque vio a uno de los chicos en el pequeño patio delantero y le dijo que el padre había ido al almacén, no alcanzó a decir nada más porque el hombre llegaba con una bolsa en una mano y el hijo menor en la otra. Quiso hacer un chiste, decir que lo habían puesto a hacer mandados y se contuvo. El que estaba llegando no tenía cara para bancarse la broma y mandó a los dos chicos para adentro con la bolsa y les dijo que lo esperaran en la cocina porque él ya iba a guardar las cosas.

El visitante se extrañó porque no lo hizo pasar, pero el dueño de casa le dijo que quería hablar con él antes de entrar. Y así nomás, de una, le largó que la mujer se había ido con un tipo y lo había dejado con los chicos, que a la mañana venía su madre a quedarse con ellos para que él pudiera ir a trabajar. El otro no supo si preguntar algo más, ni se le ocurría qué podría decir en esa situación, entonces amagó con irse, pero recibió la seña de que pasara y entraron a la cocina a poner el agua para el mate, los hombres y los chicos guardaron rápido los comestibles y el padre los mandó a jugar al patio.

Una larga cebada duró el monólogo del relato, hacía mucho que las cosas no estaban bien en la pareja, pero nunca imaginó que ella se iría sin los chicos. Él había pensado ir a vivir a la casa de su madre y estaban en la toma de esas decisiones cuando de un día para otro ella se fue diciendo que le iba a avisar cuando pudiera venir a visitar a los hijos y solo llevó su ropa. El hombre le pidió que no se fuera, que no dejara a los nenes, que él podía ir a lo de la madre como habían estado hablando, pero ella se negó, dijo que estaba cansada de él y de los hijos; que iba a vivir con un hombre que la tendría como a una novia, como ella merecía. Al principio él pensó que no se iría o que al día siguiente estaría de vuelta por no poder estar sin los hijos, el más grande tenía diez años y el otro, cinco. Pero ya habían pasado quince días y una sola tarde vino de visita, como si no fuera su casa.

Entonces el otro preguntó que por qué no le había pedido ayuda, que lo acompañara, que él podía venir con su esposa un rato a darle una mano con los nenes y no solo con lo de la fábrica. Y le contestó que por ahora se estaban arreglando, que los chicos estaban acostumbrados a que la abuela los cuidara, que él pensaba que su mujer podría volver en cualquier momento porque tal vez solo se había deslumbrado con alguien que le prometió una mejor vida lejos de los hijos y que eso la tendría confundida pero no podía durar mucho tiempo, que ahora él no sabía muy bien qué hacer, pero quería esperar un poco antes de hacer la denuncia…

En el camino de regreso se fue pensando en que hizo bien en preocuparse y aparecer sin avisar porque lo que estaba necesitando ese hombre era un amigo que lo escuchara.