AUSENCIA  

Por Virginia Castro – Hacía mucho tiempo que no iban juntos a una fiesta y la propuesta fue inmediatamente tentadora: un día de campo, asado al aire libre, con recepción de exquisitas empanaditas de infinitos sabores y la privacidad de que el lugar estaba reservado solo para ellos.

La sorpresa fue que podrían invitar un par de amigos o familiares. Era gratis para los invitados, todo era por cuenta de la empresa en la que trabajaban; habría espectáculos, caballos para recorrer el predio y sorteos de importantes premios durante toda la tarde… Era un combo difícil de despreciar.

A último momento confirmaron que no se suspendería por mal tiempo y era posible que estrenaran unos salones recién terminados para evitar los malos ratos en que la lluvia arruinó otras fiestas. Nadie iba a perderse semejante invitación, era en un lugar hermoso, con referencias de excelente atención.

Fue sencillo que al día siguiente todos llegaran con su lista de invitados porque el boca a boca de algo que pintaba para ser maravilloso corrió rápidamente y a cada quien que iban a ver para darle la novedad, ya estaba enterado y en espera de ser uno de los elegidos.

El pronóstico meteorológico anunciaba que los nuevos salones seguirían esperando, el cielo estaría despejado con temperatura promedio de veinticinco grados. Solamente restaba pensar en disfrutar de un día espectacular, comer bajo los árboles y respirar un aire mucho más puro que el del año laboral que los mantenía encerrados entre vidrio y madera dentro de una montaña de papeles.

Llegó el ansiado día, al fin una fiesta acorde al trabajo que los cuatro amigos realizaban desde por lo menos diez años cada uno. Se juntaron con sus invitados en el lugar acordado, sonrieron al ver que todos sus compañeros habían dejado trajes y corbatas para salir distendidos a lo que imaginaban un encuentro imborrable.

Micros último modelo los esperaron y ofrecieron a quienes fueron con sus propios autos que los dejasen en el estacionamiento de la empresa para viajar más cómodos, sin la preocupación de atender el volante y la ruta. Enseguida aceptaron realizar el viaje conjunto y dejaron sus vehículos descansando de en el mismo lugar al que concurrían a trabajar diariamente.

Arribaron a un campo que podría ser el sueño de muchos… Una entrada por un camino arbolado que apenas dejaba asomar un poquito el sol de la mañana. El espacio era como la escenografía de una película en las afueras de un palacio. Las mesas estaban ya preparadas en medio de los jardines, podrían sentarse de inmediato o caminar mientras les servían esa famosas empanaditas y algunos tragos.

Ellos cuatro ubicaron a sus familiares y amigos en mesas cercanas para tener controlados a los niños más pequeños. Los chicos invitados eran sobrinos, ahijados, hijos de amigos… Ninguno de ellos cuatro tenía hijos todavía. Disfrutaron sin freno de esa recepción y lentamente fueron acomodándose en sus asientos para esperar a que les sirvieran la comida.

Todo pasó rápido. El perro de un vecino -seguramente tentado por el olor a asado- se coló por un alambrado. Llegó y robó una tira de chorizos. El disparo del encargado de la vigilancia fue al medio del pecho.

Solamente uno de ellos se acercó a ver cómo había quedado el pobre animal. Y mientras todos seguían comiendo, disfrutando de esa fiesta espectacular… él fue caminando hacia la entrada que estaba casi a cuatro cuadras para pedir un auto que lo llevara de vuelta a su casa. Nadie notó su ausencia.