Por Víctor Corcoba Herrero – Los tiempos cambian y nosotros, la especie humana, también modificamos nuestras actitudes y comportamientos. Mientras la fija estática tiene poco de humana, lo estético si debe formar porción nuestra. Además, no sólo andamos en continuo movimiento, con nuestro cambio de obrar sin miedo, requerimos de una libertad interna que hemos de saber respetarla cada día. Todos nos merecemos, como seres pensantes, tener un dominio absoluto sobre el yo. Cada cual, por sí mismo, ha de contribuir a dar valor a la esencia de la vida, a través de su modo de ser y de vivir, máxime en un momento de cambios profundos, que si hay algo que se debe alimentar, es recuperar lo humano en todas sus dimensiones. Lo inhumano no puede persistir. Tampoco podemos omitir los territorios de mentiras que nos ofrecen. Tenemos que reconocer la abundancia de falsedades que se respira por todo el planeta, mediante discursos de odio y resentimiento que nos llevan a la perdición total.
Sea como fuere, deberíamos recapacitar y entonar otros abecedarios más cercanos, menos fríos, pues el futuro no está en saldar cuentas a nadie, sino en convivir cada vez más unidos, más hermanados en definitiva. La marcha organizada en Madrid, el mismo día de la investidura del presidente del Gobierno español, Mariano Rajoy, es un claro testimonio de esa hipocresía reinante, pues no se puede agitar socialmente ninguna ilegitimidad, en una elección totalmente democrática. Lo rotundamente antidemocrático, precisamente, es que dicho movimiento haya contado con el apoyo de parlamentarios, actuando contrariamente a lo que representan y de lo que forman ellos mismos parte. Este mundo de contradicciones, que aísla, enmaraña y separa, que enfrenta y activa el desasosiego desde la más probada invención, si que merece la crítica y la exclusión de nuestros horizontes. Que nadie se escude en nosotros a través de la farsa.
En todo caso, ni debemos lavarnos las manos jamás, ni tampoco encerrarnos en nosotros mismos. Ahora bien, bienvenidos los cambios; pero con respeto y consideración hacia todo ser humano. Quien es auténtico, no quiere que le confundan ni confundirse, asume la responsabilidad por ser lo que es, y también se reconoce emancipado de cualquier poder. Emanciparse es la mayor de las liberaciones en un ambiente de tantas esclavitudes. Naturalmente, lo vengo diciendo en sucesivos artículos, es hora de indultarse asimismo y de tener voz propia, de renovarse hondamente en todas nuestras habitaciones interiores, de mirar hacia dentro de nosotros y también hacia fuera, con la autenticidad que se nos exige por imperativo de conciencia humana, para no tener luego que lamentarnos.
Es característico del espíritu humano libre, reflexionar sobre estos vaivenes, ser partícipe de estas internas transformaciones, huyendo de la mentira, de lo que no es verdadero, pues únicamente desde la verdad puede construirse ese mundo más justo y fraterno. A diario, para desgracia de todos, somos traicionados por la apariencia de la verdad, engañados por el porte de lo que no es, y esto no es saludable para nadie. Fiel reflejo de este clima de incertidumbres, es la intranquilidad que todos llevamos consigo, cuando es desde la tranquilidad del alma, la manera de gozarse y de recrearse en la sabiduría que esto genera.
La mentira, tan cruel como la verdad mal entendida, nos lleva a un callejón sin salida. Ya no sólo al caos, a nuestra misma destrucción como especie. Todos conocemos ciudadanos que han vivido para el odio y han suprimido todo el amor dentro de sí mismos. Han hecho de su vida una verdadera ficción. Ojalá descubriésemos que el mejor modo de vengarse de un enemigo es no parecérsele. Por eso, es importante tener tiempo para nosotros, para poder hacer silencio y observar. Hoy más que nunca tenemos que asegurar entre todos que se respeten los derechos humanos, independientemente de su color político, etnia o religión. A mi juicio ha de ser prioritario evitar atrocidades futuras; de ahí, la necesidad de impartir justicia a las víctimas y de poner orden en un mundo tan convulso, por tantas injusticias aglutinadas.
Volviendo a ese cambio de época, continuo e inevitable, a ese factor dominante de la sociedad presente, lo que implica poner en clave humana la convivencia. El diálogo, con la multiculturalidad, ha de ser el gran instrumento y el lazo común de la sociedad. Estamos predestinados a entendernos, a convivir socialmente, aunque los escenarios sean diversos, ya que cada situación es distinta, también cada ser humano tiene un ritmo diferente de adaptación y aceptación a las nuevas situaciones, lo que nos exige una apertura y generosidad sin límites. Lógicamente, es hora de respuestas colectivas. Sólo así se podrán superar actitudes de desconfianza y promover una cultura concurrente, que genere cohesión social y humanidad entre sus caminantes. En este sentido, con gran acierto a mi manera de ver, Naciones Unidas acaba de reivindicar el papel de las ciudades como fuente de desarrollo global e inclusión social. Idéntica aplicación hemos de hacer con el entorno rural, fortaleciendo las capacidades y los recursos, ayudando de esta manera a garantizar algo tan básico como es la seguridad alimentaria mundial.
Indudablemente, el mundo contemporáneo tiene necesidad de líderes prudentes que impriman un nuevo modo de vivir, una nueva manera de convivencia más nítida. Quizás tengamos que cambiar de lenguajes, ser más accesibles, prestando más atención a los que nadie quiere atender ni entender. Ya está bien de ponernos corazas para no ver lo que debemos ver. Apenas sufrimos por nadie, somos una sociedad insensible, que no cuida a los enfermos, a los ancianos, ni tampoco les permite hablar. Sin duda, ante esta bochornoso contexto, necesitamos otros paradigmas, que nos ayuden a volver a reubicarnos como familia. No podemos permanecer desorientados, sin criterio alguno, porque tal desconcierto nos llevará a tomar caminos equivocados, a la confusión permanente, y esto es nefasto para un linaje que aspira a una mentalidad empática con cualquier ciudadano. Para esto, naturalmente, tenemos que salir de nosotros, para escuchar y oír, para acompañar y acompasar ritmos y facilitar el encuentro de timbres y tonos entre culturas. A mi juicio, es significativo leer la realidad, haciéndole frente, sin catastrofismos, con el valor necesario que da la ilusión de levantarse y renacer.
Tal vez tengamos que propiciar un cambio testimonial, de coherencia entre lo que decimos y realmente luego hacemos. Tenemos que aprender a suscitar humanidad. Y no ir por aquí, por allá, como autómatas, sin verter una lágrima ante los auténticos sollozos de la gente. Si importante es saber reír, también lo es saber llorar con el análogo nuestro, no vaya a sorprendernos la muerte sin haber sentido pasión alguna o compasión por nadie. Sobrevivientes yazidi y defensores públicos como Nadia Murad y Lamiya Aji Bashar, personas galardonadas este año con el Premio Sajarov del Parlamento Europeo para la Libertad de Pensamiento, cuya entrega se llevará a cabo en Estrasburgo el 14 de diciembre, debe hacernos cuando menos recapacitar. Con la concesión del citado reconocimiento, todos los moradores de este planeta han de escucharles, pues están demostrando que su lucha no ha sido en vano y que siguen dispuestas a dar lo mejor de sí por reencontrar la esperanza en un mundo tantas veces desolado. Al fin y al cabo, cada ser humano desde su hábitat ha de dar testimonio, como fiel hacedor de su tiempo, de lo que le ha tocado vivir. Así podremos meditar, tanto las generaciones actuales como las venideras.