Celebremos el voluntariado social

garciafajardo1Por José Carlos García Fajardo – Todos los años se celebra El Día internacional del voluntariado social. Aunque es cada día y en cualquier lugar del mundo en donde “celebramos” con nuestra participación y entrega lo que dijo Javier Pérez de Cuéllar, ex Secretario General de la ONU: “los voluntarios sociales son mensajeros de esperanza que ayudan a las personas y a los pueblos para que éstos se ayuden a sí mismos”.

Las personas se unen porque tienen conciencia de ser personas, seres abiertos a los demás como seres de encuentro y no como meros individuos aislados.

De ahí que la solidaridad va unida con la responsabilidad y ésta depende de la sensibilidad para los valores. Estos no se imponen sino que atraen y piden ser realizados. La solidaridad sólo es posible entre personas que en su conciencia sienten la apelación de algo que vale la pena y apuestan por ello. De ahí que la solidaridad implique generosidad, desprendimiento, participación y fortaleza.

Hoy, cuando tanto se habla de la necesidad de “realizarse” y de ser auténticos, es hermoso saber que authentikós es el que tiene autoridad y ésta deriva de augere, promocionar. Es decir que “tiene autoridad sobre alguien, el que lo promociona o promueve”, por lo tanto, “auténtico es el que tiene las riendas de su ser, posee iniciativa y no nos falla porque es coherente y nos enriquece con su modo de ser estable y sincero”.

“Para poseer ese tipo de soberanía el hombre tiene que aceptarse a sí mismo con todo cuanto implica; acoger su vida como un don; recibir y asumir como propias una existencia y unas condiciones de vida que no ha elegido. Esta vida recibida hemos de aceptarla con todas sus implicaciones: la necesidad de configurarla por nuestra cuenta, orientarla hacia el ideal adecuado, crear vida de comunidad, realizar toda una serie de valores que nos instan a darles vida… Si respondemos a esta llamada de los valores nos hacemos responsables”. Esto es vivir abierto generosamente a los demás en su afán de vivir con plenitud.

Para nosotros, que hemos asumido el compromiso del voluntariado social, éste va más allá de la justicia: significa hacer propias las necesidades ajenas. De ahí que su trabajo es en sí mismo precioso.

Porque la solidaridad, en palabras de Raimon Pánikker, es una categoría antropológica del ser humano. ¿Cómo sabría el uno que es uno si no fuera por el dos? ¿Cómo podría saber quién soy si no fuera por ti?

Los seres humanos somos espacios de encuentro, nudo de relaciones, ámbito de convivencia en busca de poder ser nosotros mismos, esto es, de ser felices. Sin distinción alguna de razas, porque no existe más que una única raza humana, de géneros, de origen por el nacimiento o por el espacio vital adonde emigramos y del que hicimos nuestra patria, Porque mi patria está allí en donde puedo vivir con dignidad. Las fronteras son una invención del absolutismo político. La antigüedad no las conoció, no les cabía en la cabeza aceptar que un río, una montaña, una vaguada o una tela metálica con armas al otro lado pudiera ser una frontera y, encima, “natural”.

La tierra no es para el ser humano sino que los seres humanos compartimos un inconmensurable espacio en el que vivimos, nos movemos y somos.

Celebramos y conmemoramos este día universal del voluntariado social como testimonio de nuestra solidaridad y de nuestra justicia social en un medio del que formamos parte, como los árboles, las montañas, los ríos o los océanos. Es vergonzoso que en las primeras fotos enviadas desde satélites lo que más destacara en este planeta azul fuera… la muralla china.

En la Declaración de Independencia de Estados Unidos, Jefferson esculpió estas palabras que todos deberemos tener siempre presentes: Sostenemos como evidentes estas verdades: que todos los hombres son creados iguales; que son dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables; que entre éstos están la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad; que para garantizar estos derechos se instituyen entre los hombres los gobiernos, que derivan sus poderes legítimos del consentimiento de los gobernados; que cuando quiera que una forma de gobierno se haga destructora de estos principios, el pueblo tiene el derecho a reformarla o abolirla e instituir un nuevo gobierno que se funde en dichos principios, y a organizar sus poderes en la forma que a su juicio ofrecerá las mayores probabilidades de alcanzar su seguridad y felicidad. Pero cuando una larga serie de abusos y usurpaciones  demuestra el designio de someter al pueblo a un despotismo absoluto, es su derecho, es su deber, derrocar ese gobierno y establecer nuevos resguardos para su futura seguridad.