Las acciones de algunos resultan tan desconcertantes e invasivas que suscitan una reacción similar a la desarrollada ante una agresión.
En la Universidad de Sheffield (Reino Unido), un equipo de investigadores estudiaba en 2008 cómo decorar el área infantil de un hospital, y para hacerlo sondearon a un grupo de 250 niños. Descubrieron que el sentimiento más extendido hacia los payasos era de antipatía; su imagen, en vez de tranquilizar, causaba inquietud.
Según los expertos, el maquillaje que llevan y sus rasgos faciales desproporcionados generan desconfianza, pues rompen con la imagen normal de una persona y ocultan la identidad de quien está detrás de esa máscara. Con la sonrisa permanente que lucen se produce una disonancia cognitiva en la mente. Sabemos que sonreír es positivo, pero constatamos que es imposible hacerlo siempre. En cambio, un payaso lo hace, y eso es interpretado por el cerebro como una anomalía.
No obstante, esta desconfianza nada tiene que ver con el fenómeno de los creepy clowns –payasos espeluznantes– que se ha extendido en EEUU.
“El terror que provocan es instintivo, igual al que sentiríamos si apareciera en nuestra casa un tigre”, explica Lola Moreno, psiquiatra del Hospital Gregorio Marañón de Madrid. El estrés agudo que sufren las personas a las que asustan “responde a la lógica: acaban de sufrir un ataque y a veces con violencia. La mente del agredido no es la de alguien con fobia; funciona muy bien, habría que analizar la del agresor”, explica la doctora.
Fuente: Muy Interesante