Investigadoras de la Universidad Nacional de La Matanza analizan la construcción del saber colectivo, la conformación de estrategias de alerta temprana y la mitigación de riesgos asociados a inundaciones por parte de colectivos vecinales de la localidad de Gregorio de Laferrere, en La Matanza.
Lejos de naturalizar lo que, en apariencia, se considera “inevitable”, las comunidades afectadas por inundaciones saben que los desastres llamados “naturales” tienen, en realidad, una profunda dimensión social.
A esta y otras conclusiones llegaron las investigadoras de Departamento de Humanidades y Ciencias Sociales de la UNLaM, que estudiaron cómo las comunidades cercanas a los afluentes de la Cuenca del Río Matanza, en la localidad de Gregorio de Laferrere, logran dimensionar el riesgo a inundaciones y, con eso, generar información y herramientas para gestionarlo colectivamente.
“La forma de comprender el problema es fundamental porque esa interpretación va a ser el punto de partida para pensar su abordaje”, comentó a la Agencia CTyS-UNLaM la Magister Myriam Selman, directora del proyecto integrado por las investigadoras Fiorella Sabrina D´Andrea, Florencia Mabel Gómez, Daniela Elizabeth Romero, Gisela Paola Scelzo, María Fernanda Sigliano y María Carolina Ward.
“El riesgo –explicó la investigadora- se configura por la interrelación entre las amenazas físicas y las vulnerabilidades sociales. Y esta interrelación no surge de forma espontánea sino que se construye socialmente”. En otras palabras, la forma en que los seres humanos habitan los territorios es lo que genera una mayor o menor exposición al riesgo, en este caso, de inundaciones.
En ese sentido, las investigadoras se preguntaron de qué manera los vecinos construyen ese riesgo, lo comprenden y actúan en consecuencia. En particular, detectaron que los vecinos del arroyo Dupuy, uno de los tres cursos de agua que cruzan la localidad de Laferrere y desembocan en el Río Matanza, lograron construir un conjunto de conocimiento y prácticas en torno a su relación con el problema luego de una severa inundación, ocurrida en febrero de 2014, que tuvo a una considerable parte de la localidad anegada durante más de 20 horas.
Una mirada decisiva
La investigadora hizo hincapié en que, cuando se trata de abordar problemáticas que tienen origen en la forma de interactuar con el entorno, la forma en la que se elija concebir al problema es la que posibilitará –o no- la generación de medidas transformadoras.
Por ejemplo, si se considera que las inundaciones de viviendas ubicadas en las inmediaciones de un río son estrictamente “naturales”, las medidas a adoptar tendrán que ver, mayoritariamente, con la atención a la población afectada y la posterior reconstrucción de los daños.
“En cambio, si se comprende que los desastres son el resultado de procesos sociales en interacción con las dinámicas de la naturaleza, el abordaje del problema es completamente diferente porque, desde esta idea, es posible pensar que la situación es modificable, evitable o al menos reducible en tanto se gestionen adecuadamente los riesgos existentes y los que pudiera haber a futuro”, enfatizó Selman.
Según la investigadora, la gestión del riesgo implica “la previsión y la reducción de los factores de riesgo lo cual implica tomar decisiones y desplegar estrategias y acciones que se lleven adelante desde la sociedad para evitar que los riesgos se conviertan en desastres”, con lo que, si bien el componente estatal es clave, si no hay participación ciudadana, “no hay gestión de riesgo posible”.
Para el caso de los Vecinos del Arroyo Dupuy, después de la inundación del 2014, ese proceso comenzó, en primer lugar, a partir de encuentros entre vecinos afectados, una red que creció con la creación de su página de Facebook, en la que comparten información acerca de sus problemáticas, realizan un seguimiento de las obras hidráulicas y comparten un sistema de alerta temprana de inundación a partir de registros tomados por los propios vecinos.
Las iniciativas comunitarias permitieron, entre otras cosas, la creación de un saber compartido. “Han generado encuestas a los vecinos para saber que percepción del problema tenían y, junto con técnicos del Instituto Nacional del Agua, desarrollaron un modelo hidrológico y computacional de las inundaciones basado en las tablas de registro de estos eventos que habían confeccionado los mismos vecinos”, detalló Selman a Agencia CTyS-UNLaM.
La dimensión humana
El estudio dio cuenta, también, del grado de vulnerabilidad frente al riesgo de inundaciones. Según Selman, la mayor o menor probabilidad de sufrir daños, no radica únicamente en la cercanía a la cuenca o en la cantidad de precipitaciones, sino que, además, hay otros factores de carácter social que aumentan esta variable y añaden dificultad a la recuperación posterior.
Entre otros factores, mencionó que “la inadecuada planificación territorial en sectores urbanos, las débiles regulaciones y normativas, la descoordinación y la superposición entre instituciones para el abordaje de problemas y las situaciones de pobreza” también inciden en la generación de vulnerabilidades.
Sin embargo, en lo que respecta a los propios habitantes de estas zonas sujetas a riesgo, la investigadora señaló que una comunidad o grupo podrá experimentar mayor vulnerabilidad sino fortalece espacios para la participación ciudadana en asuntos públicos o si la construcción de organización colectica resulta débil, si la comunidad no tiene acceso a la información en cantidad y calidad suficiente, porque de estas maneras acrecienta su dependencia de actores externos.
En esa línea, si la comunidad despliega sus capacidades disponibles obtiene mayor autonomía y un rol importante a la hora de definir las formas de acción. En otras palabras, comienza a tener lugar para la elección de las opciones a seguir.
“Las personas expuestas a inundaciones –amplió Selman- no se reducen a la idea de habitantes damnificados, con un rol pasivo y a la espera de asistencia. El rol de los sectores expuestos a inundaciones, desde el enfoque del riesgo, es el de actores copartícipes en torno al proceso de gestión para la reducción del mismo”.
En ese sentido, resaltó que el colectivo de Vecinos del Arroyo Dupuy logró identificar sus propios factores de riesgo y construir saberes locales. “A partir del análisis de sus relatos, podemos decir que los vecinos consideran que estos eventos se pueden reducir si se realizan las obras hidráulicas de manera adecuada y si, además, se planifica el territorio y se mejoran las condiciones socio-habitacionales, abordando el problema de la pobreza y la desigualdad”, describió la investigadora.
¿Qué significa habitar un territorio?
Con el despliegue de capacidades comunitarias, el material recopilado, su posicionamiento y sus demandas, los vecinos adquirieron un enfoque que no se centra en responder a los eventos una vez que ocurren, sino en una proyección orientada a una transformación del entorno de riesgos, centrada en el conocimiento y la experiencia.
Así, las iniciativas de este movimiento ciudadano superaron, incluso, las motivaciones que le dieron origen, y comenzaron a accionar de forma continua y coordinada hacia la búsqueda de una transformación sociocultural del espacio que habitan, incorporando el enfoque de la gestión ambiental.
“Una experiencia destacada es el nexo establecido entre los vecinos y la Escuela N° 23 de Laferrere, en la que compartieron e intercambiaron con los estudiantes los conocimientos locales en relación al entorno ambiental. Con el tiempo, el vínculo siguió intensificándose y, en conjunto, lograron la publicación de dos libros y diversas actividades para la construcción de aprendizajes y transformaciones concretas basadas en el cuidado del ambiente, en las que los estudiantes participaron voluntariamente de la limpieza de un basural lindero a la escuela y al arroyo”, ejemplificó Selman.
Por último, reflexionó sobre los aspectos en juego cuando se trabaja con perspectiva territorial. “La dimensión territorial va más allá de una delimitación geográfica específica. El territorio es el espacio de interacción con todo el ecosistema, el espacio compartido con otros, el ámbito en el que se desarrollan actividades para el sustento económico y, además, es un lugar con una dimensión histórica, simbólica, cultural e identitaria”, concluyó.
Carolina Vespasiano (Agencia CTyS-UNLaM)