Virginia Lynch, licenciada en Antropología y doctora en Ciencias Naturales de la Facultad de Ciencias Naturales de la Universidad Nacional de La Plata, dialogó con Télam sobre las particularidades del oficio al que ama, al que definió como “un modo de vida” y que tiene su día cada 18 de septiembre.

Virginia Lynch

Descubrir huellas, hallar arte rupestre en cuevas de difícil acceso y analizar elementos de los primeros ocupantes de lo que hoy es Argentina para comprender las sociedades en el pasado, lo que permite “accionar en el presente”, es la síntesis de las tantas acciones que definen la labor de la y el arqueólogo, según lo explicó una profesional que trabaja en el Macizo del Deseado, en Santa Cruz, y en la meseta de Somuncurá, en Río Negro.

“La arqueología no es una profesión, es un modo de vida, uno está constantemente relacionado con el campo y los lugares que va a investigar”, comentó a Télam Virginia Lynch, licenciada en Antropología y doctora en Ciencias Naturales de la Facultad de Ciencias Naturales y Museo de la Universidad Nacional de La Plata (UNLP).

Para ella, también investigadora del Conicet, la arqueología “no es un trabajo, es un privilegio que se lleva adelante con pasión”, aunque reconoció que “tiene ciertos sacrificios, como el estar aislados por semanas en lugares, en los que, por ejemplo, no hay Internet”.

Cada 18 de septiembre, en un nuevo aniversario del nacimiento de Florentino Ameghino, cuando se conmemora el Día de la y el Arqueólogo de Argentina, Lynch definió a esta rama de la ciencia como el “conocimiento básico del pasado, pero, en alguna medida, entender el pasado que permite accionar en el presente, ver hacia dónde vamos, ayuda en ese sentido. No es una ciencia como la medicina que genera un avance a nivel tecnológico, es el conocimiento ´per se´”.

Lynch decidió estudiar Ciencias Naturales atraída por todo lo relacionado a la naturaleza. “Siempre me gustó el campo, quería ser guardaparques había averiguado para estudiar eso, pero mi familia no estaba de acuerdo porque tenía que viajar, así que no me anoté, pero viajar sigue siendo mi pasión, no me imagino quedándome en un lugar”, señaló.

Sin poder escapar a ese destino o a su genuina vocación, hoy realiza dos veces al año viajes de campaña en los que por 15 o 20 días busca en el campo, cuevas, aleros, estructuras y material en superficie para luego realizar un “análisis funcional” en el microscopio y dar cuenta de qué herramientas se usaron y para qué las usaron las primeras ocupaciones de pobladores.

“Trabajo en un grupo de investigación a cargo de la doctora Laura Miotti, que tiene como eje el estudio de grupos cazadores-recolectores nómades que habitaron la Patagonia Argentina desde la transición Pleistoceno-Holoceno y Holoceno temprano hasta el Holoceno tardío”, comentó al referirse a un período de hace aproximadamente 11.000 años AP (antes del presente).

Las investigaciones las realizan junto a este equipo en dos grandes áreas de estudio, en el Macizo del Deseado, ubicado en la provincia de Santa Cruz, y en la meseta de Somuncurá, en la provincia de Río Negro.

“Me especializo en el análisis tecno-morfológico de tecnologías líticas, es decir, herramientas hechas sobre rocas, específicamente en el uso que se les dio a esas herramientas en el pasado mediante diferentes técnicas de microscopía lo que se llama análisis funcional de base microscópica”, dijo.

A partir de este análisis, no sólo es posible determinar si esas herramientas trabajaron sobre materiales como madera, hueso, o cuero, sino también, “el modo en que lo hicieron al igual que analizar los microresiduos que quedaron de estas actividades desarrolladas en el pasado”.

“Desde nuestra disciplina, lo que intentamos es indagar, generar e incrementar nuevos conocimientos acerca de las sociedades que habitaron en el pasado nuestro actual territorio argentino, a partir de los restos materiales que se preservan en el tiempo (hueso, lítico, arte rupestre)”, definió la científica.

Ejemplo de ello, son las emblemáticas Cuevas de las Manos, sitio arqueológico con pinturas rupestres, ubicado en el profundo cañón del río Pinturas, al noroeste de la provincia de Santa Cruz, en donde, subrayó, esas pinturas dan cuenta de cómo “distintos grupos habitaron, modificaron ese lugar y sobrevivieron porque tenían un conocimiento increíble de la zona”.

“La arqueología nos recuerda lo efímero que podemos ser los seres humanos y todo lo que enfrentamos, y eso súper valioso. El patrimonio cultural y social que es fundamental preservar y para eso hay que conocer”, remarcó.

Si bien la arqueóloga consideró que “todos los momentos en el campo se disfrutan”, destacó dos hechos que marcaron su carrera: “Uno fue cuando se me dio ir a trabajar a Nazca, Perú, como voluntaria. Fue una experiencia tremenda. Fuimos a las líneas de Nazca, a Cahuachi, con arqueólogos italianos. Trabajé en un sector de cementerio, y el grado de preservación de esos materiales no lo vi jamás”, recordó.

El otro momento, agregó, fue cuando visitó por primera vez Los Toldos, un yacimiento arqueológico en el que encontraron restos de presencia humana que datan de hace casi 13 mil años, en la misma región de la Patagonia que fueron encontrados los yacimientos prehistóricos Cueva de las Manos, Piedra Museo y El Ceibo, que también proporcionan variados artefactos líticos y de hueso.

“Se trata de un cañadón de difícil acceso con 13 cuevas, una de ellas, la cueva número 13 que es donde vivió una ocupación muy temprana. Lo trabajó en los primeros años Augusto Cardich y después Laura Miotti siguió estudios ahí, el resto del equipo seguimos trabajando en excavaciones, la que más se excavó es la cueva 13, en este año hicimos excavaciones en la cueva 1. Ese sitio es impresionaste, se ven manos en colores rojos y negros”, apuntó.

Pero la tarea no solo se concreta en el campo, sino que se inicia mucho antes, cuando se analizan antecedentes de la zona, imágenes satelitales, niveles y desniveles que hay en ese campo, y la posibilidad de encontrar cuevas o estructuras.

“También analizamos si a dónde vamos a ir hay un sector de lagunas que eran lugares de atracción de ocupación humana porque es donde estaban los guanacos, que era la fuente de comida, muchas veces estos sitios de ocupación estaban relacionados con esos recursos”, indicó.

Los antecedentes bibliográficos son clave además de las crónicas, y relatos de viajeros. “También buscamos a los informantes locales que son fundamentales porque son los que viven ahí, nos ayudan a reconocer estos lugares”, agregó Lynch y destacó también la participación de los guardaparques, quienes “aportan a la producción del conocimiento”.

Entre los desafíos que tiene una arqueóloga en la actualidad, mencionó a los “subsidios para solventar las campañas”, y fortalecer la cuestión del género dentro de la profesión.

Madre de dos hijas, una de las cuales quiere seguir también el camino de las ciencias naturales, Lynch comentó que, lograr compatibilizar la carrera con la maternidad, no es sencillo, pero se logra con organización.

“Mis hijas se criaron desde chicas sabiendo que me iba al campo, pese a que hay estudios científicos que revelan que las mujeres dejan de producir en los primeros años de crianza, y que los cargos más elevados son hombres”, comentó.

En esa línea, señaló que hace unos años, “si eras mujer había otro trato, ahora es más habitual ver mujeres en los equipos, aunque sigue siendo difícil acceder con la gente local, sobre todo los mayores”.

“Mi directora es mujer y cuando llegamos al campo muchos no pueden entender que sea ella la cabeza del grupo, ven a un hombre y le hablan a él”, manifestó.

En 2015 la Asamblea General Ordinaria de AAPRA (Asociación de Arqueólogos Profesionales de la República Argentina) instauró el 18 de septiembre como Día del Arqueólogo Argentino, por el nacimiento de Florentino Ameghino, naturalista, paleontólogo, geólogo y antropólogo argentino (1854-1911).

POR FLORENCIA ALAMOS (Télam)