En charla con Télam, diferentes médicos de áreas rurales, en comunidades alejadas de pueblos originarios, destacaron la “experiencia transformadora” y la “gratificación” que supone su profesión.
La atención sanitaria en áreas rurales, en comunidades alejadas de pueblos originarios e incluso en el cerro más alto de los Andes jujeños es posible gracias a médicos y médicas que trabajan con “vocación social de estar donde más se necesita”, quienes destacaron la “experiencia transformadora” y la “gratificación” que supone su profesión en el marco del Día del Médico que se conmemora este domingo.
El médico especialista en Medicina General y Familiar Jorge Fusaro (37) nació en Jujuy pero se radicó en Buenos Aires para estudiar en la Universidad de Buenos Aires (UBA), y desde hace cuatro años retomó a su provincia natal para trabajar junto con el Ministerio de Salud con poblaciones rurales.
Su trabajo incluye tanto la atención médica de zonas a las que se puede llegar en camioneta, como también aquellas que se encuentran a miles de metros sobre el nivel del mar, como el caso del cerro Chañi, el más alto de los Andes jujeños.
“Cada tres meses hacemos una gira médica a las comunidades del cerro Chañi. Alrededor de ese cerro viven algunas muy pequeñas comunidades de poquitas familias, casas muy alejadas las unas de las otras, a las que solamente se puede acceder caminando o en mula”, relató Fusaro en diálogo con Télam.
Para el equipo médico, compuesto por Fusaro, un enfermero y un agente sanitario, llegar a estos parajes requiere “varios días de planificación, donde tenemos en cuenta muchos factores”, como el estado de los caminos, de los ríos, de las lluvias o de los animales que acompañan al equipo, señaló el médico.
Siguiendo el río o trepando por los cerros a pie o en mula, el médico remarcó que “son caminos bastante extremos, porque muchas veces vamos por el cerro, por un caminito muy estrecho, poniendo nuestra esperanza en pisar bien y no caernos”, con el propósito de brindar asistencia médica a las familias que se encuentran más alejadas.
Sin embargo, a pesar de la dificultad del camino, “vamos maravillados, descubriendo cosas nuevas y sobre todo tratando de charlar con las comunidades y la gente”, aseguró el especialista que este lunes se embarca en una nueva gira médica con su equipo.
A su vez, sostuvo que muchas veces no solo realizan un trabajo médico y de enfermería con los pacientes, sino que también “nos toca hacer de psicólogos, trabajadores sociales, hasta de dentistas para poder brindar la ayuda a estas poblaciones que por lo general son personas mayores”.
Entre las personas que reciben la visita del equipo médico se encuentra Doña Estefanía, una señora de 83 años que vive “prácticamente sola, en un lugar muy alejado del cerro Chañi, al que hay que tomarse tres días para poder llegar a su casa”.
“Cada vez que vamos tratamos de atenderla de la mejor manera posible, no solamente desde la parte médica, sino que también le acercamos algunos víveres, algunos alimentos, y siempre nos quedamos charlando un rato con ella, sobre todo escuchándola”, destacó Fusaro.
Por su parte, la médica Miranda Ruiz (36) está a cargo del Centro de Salud del kilómetro 6 de la ruta nacional 86, en el norte salteño, inserto en una comunidad wichí de Tartagal, donde atiende pacientes originarios, y cada dos semanas acude junto a su equipo a los alejados parajes de Tonono y Pacará, para hacer atenciones masivas.
Nacida en el partido de San Martín, de la provincia de Buenos Aires, Miranda contó a Télam que su mamá es médica, al igual que sus abuelos, por lo que la vocación le vino de familia, y reveló que “siempre supe que quería ser médica y desde que tengo uso de razón sueño con hacer medicina rural”. Con esa idea, ingresó a la UBA y llegó a Tartagal “a hacer lo que siempre quise”.
“Nunca me gustó vivir en la ciudad, siempre preferí un lugar más alejado, más rural, que tenga raíces culturales, una cosmovisión distinta, por eso me interesó lo de los pueblos originarios”, apuntó, al tiempo que comentó que la rige además “una vocación social de estar donde más se necesita, donde nadie quiere ir”.
En 2019, la médica llegó a Tartagal, a 365 kilómetros al norte de la capital salteña, donde actualmente trabaja en el hospital Juan Domingo Perón junto a dos enfermeros originarios, una pediatra y una licenciada en obstetricia que acuden una vez por semana, además de una psicóloga comunitaria.
“El trabajo es muy interesante. Hacemos consultas médicas. Se tarda mucho con cada paciente porque en la medicina lo más importante para un diagnóstico es lo que te dice el paciente”, lo que es “más difícil cuando se asiste a comunidades originarias”, sostuvo.
“La problemática de salud de la zona es muy movilizante”, dijo, y agregó: “Estamos haciendo diagnósticos, tratamientos y seguimientos de enfermedades complejas sin tener que derivar, mediante interconsultas, sacando sangre en terreno, sacando turnos para exámenes complementarios o derivaciones si fuera necesario. Es un trabajo muy grande, muy interesante”.
Por su parte, la pediatra Valentina Fernández, que es la única médica especialista en Santa Victoria Este, ubicada a 500 kilómetros al norte de Salta capital, reveló a esta agencia que “ser profesional de la salud en un contexto rural es durísimo, pero aquí uno encuentra esa gratificación y sentido al trabajo diario que hasta ahora no encontré en otro lugar”.
Valentina es oriunda de Coronel Suárez, del sur de la provincia de Buenos Aires, se formó como médica en el Instituto Universitario del Hospital Italiano, se recibió en 2015 y se especializó en Pediatría.
“Dentro de mi residencia tuve mi primer contacto con Santa Victoria Este”, a través del proyecto de extensión universitaria Isthat, que “en idioma wichí significa dignidad y que todo está bien”, para trabajar de manera articulada con el hospital local y brindar asistencia sanitaria a las comunidades originarias.
Relató que participó de esa iniciativa como “residente voluntaria” en 2019 y le representó “un impacto muy fuerte” y “una experiencia transformadora”.
Además, destacó que Santa Victoria Este “es un lugar que rompe con el automatismo al que uno está acostumbrado y obliga a repensarte y cuestionar todo lo aprendido, a transformarse uno y transformar la práctica asistencial, adecuándola a la población, que acá es culturalmente diversa”.
Finalmente, se refirió al enorme bagaje de conocimientos sobre salud y alimentación presentes en la medicina campesina indígena y concluyó que “se debe respetar y complementar con la biomedicina para poder brindar una atención en salud que sea equitativa, accesible, cálida y de calidad”.
POR FLORENCIA VAVELUK Y PAOLA SOLDANO