De acuerdo a especialistas en Toxicología del Hospital de Clínicas de la UBA aún se perciben las consecuencias de la pandemia, cuando se intensificó la ingesta de esta sustancia. Junto a Al-Anon y AA, convocan a encuentros semanales para prevenir y tratar su consumo problemático, al cual definen como una enfermedad familiar.
La Organización Mundial de la Salud propone cada 15 de noviembre conmemorar el Día Mundial sin Alcohol para concientizar sobre los daños que produce el consumo de alcohol a nivel individual y promover la reflexión sobre el efecto social. Según datos del Ministerio de Salud de la Nación, Argentina es el segundo país de la región, después de Uruguay, donde más se toma, con casi un nivel de ingesta de alcohol puro por persona de 9,88 litros al año. Asimismo, donde se estima que mueren 8.000 personas al año por enfermedades vinculadas a este hábito.
“La ingesta en los adultos se observa más en hombres aunque, con el correr del tiempo, esta tendencia se va emparejando con las mujeres. Además, la edad de inicio es cada vez más temprana. Casi el 80% de los adolescentes de 15 años ya han consumido alcohol en alguna oportunidad. La mayoría empieza a los 13”, sostiene el Dr. Gabriel Arcidiacono, Jefe de Toxicología del Clínicas (MN 117.135), quien advierte que la adolescencia es uno de los momentos donde la persona es más vulnerable a adquirir patrones de consumo problemático, el cual es uno de los principales factores de riesgo de discapacidad en personas de 15 a 49 años.
“El cerebro todavía se encuentra en un proceso de maduración o neurodesarrollo, por lo que se adquieren más fácilmente estas conductas desadaptativas en comparación a las personas de mayor edad. O sea, en su adolescencia las personas son particularmente vulnerables, hasta 4 veces, al consumo problemático. Incluso se observan formas de consumo sumamente peligrosas conocidas como “binge drinking”, “consumo en atracón” o “consumo episódico excesivo”, donde se toman varios vasos de bebidas alcohólicas en poco tiempo para alcanzar niveles altos de alcoholemias en las “previas”, “Último Primer Día” del año en el que se egresa de la secundaria, Día del Estudiante, etc.”, relata el experto en Toxicología del Clínicas.
En la institución remarcan que la pandemia del coronavirus potenció esta realidad, cuyos impactos aún se perciben. “Durante la misma hasta un 45% de las personas tomaron más alcohol que antes debido al estrés, ansiedad, el aislamiento social y la falta de rutina estable. Los grupos más afectados fueron los de 18 a 24 años y de 35 a 44 años, donde se observaron hasta la cuadruplicación del consumo de alcohol respecto al consumo pre-pandemia. Además, aumentó el riesgo a recaídas y una proporción significativa directamente las sufrió. Entre las causas, se pueden mencionar el acceso limitado a tratamientos por las restricciones de movilidad, asociado a un sistema inmunológico vulnerable a la infección por COVID-19“, dice Arcidiacono.
¿Cuándo se considera que hay una adicción?
Para la instalación de una adicción se deben dar diferentes factores. “La problemática del consumo de una sustancia, sea alcohol u otra, que tenga efectos en las funciones del cerebro, induce a la persona a repetir el consumo por el placer que genera. En el inicio y mantenimiento de ese consumo, además de las particularidades de la sustancia y el efecto que genera, también participan características propias del individuo, su historia, su genética, la presencia de problemas psicológicos, las emociones, la edad y el entorno que lo rodea, la familia, la comunicación, la necesidad de reconocimiento dentro de un grupo de pertenencia, la situación laboral, el querer buscar vías de escape de la realidad, del estrés o de las presiones, etc”, detalla Arcidiacono.
El profesional explica que, con el tiempo, la persona necesita cada vez más cantidades de la sustancia para conseguir el efecto deseado, o sea, existe una tolerancia a la misma y, cuando deja de consumirla -por necesidad, motivación personal o por alguna dolencia asociada o no a la sustancia-, puede presentar malestar en el cuerpo o disconfort, nerviosismo, problemas para realizar las actividades cotidianas, entre otros síntomas, lo cual hace más dificultoso dejar de consumirla. Hay una pérdida en el control de su consumo, por el uso compulsivo de la misma pese al daño que genera y la vulnerabilidad a la recaída aun después de mucho tiempo de no consumirla.
“La relación del individuo con la sustancia va generando un deseo persistente y esfuerzos de controlar el consumo o interrumpirlo, la persona tiene conciencia de los problemas que genera y el tiempo que se pierde en conseguirla, los conflictos laborales, económicos, las consecuencias médicas. Se dejan de hacer actividades sociales debido al consumo e incluso puede tener problemas con las autoridades policiales. Ante estas circunstancias decimos que la persona es dependiente de la sustancia”, agrega.
De esta manera cada persona necesitará un abordaje estratégico en relación a sus propias singularidades y también a las particularidades del territorio. Esta red debe incluir espacios preventivos de participación, reflexión, formación, disfrute, inclusión, deportivos, culturales, entre otros. Y de asistencia, como los de primera escucha y orientación. En este sentido, Arcidiacono destaca que “no solamente existe el acompañamiento a pacientes alcohólicos sino que también los hay para personas cuyas vidas han estado o están siendo afectadas por el beber compulsivo de otra persona, ya que el alcoholismo es una enfermedad de la familia”.
En el Hospital de Clínicas de la UBA (Av. Córdoba 2351, 4to piso, junto a “Toxicología”) funciona un espacio abierto a la comunidad coordinado por Alcohólicos Anónimos y Al-Anon los miércoles de 10 a 12h, sin necesidad de inscribirse previamente. “Encuentros como estos sirven para dar y recibir consuelo y comprensión por medio del intercambio mutuo de experiencias, fortaleza y esperanza, con el fin de encontrarle solución a su problema común, y que un cambio de actitud puede ayudar a la recuperación.