EL CORAZÓN TODO LO TOLERA

VE UNA FIESTA EN TODAS LAS PLAZAS: “Aplaudamos a los compasivos, soportemos a los diabólicos y amémonos entre sí, será un buen modo de formar un mundo fraterno y un hogar común”.

Por Víctor Córcoba Herrero – Estamos repletos de debilidades y errores, pero el que tiene un corazón sin coraza, jamás cultiva la estupidez y lo que injerta son sueños de libertad. Ciertamente, el respeto comienza por la aceptación y el aprecio de uno mismo, lo que requiere actitudes abiertas y comprensivas. En consecuencia, es deber de toda persona, ayudar a reconstruir una sociedad armónica y a superar los absurdos enfrentamientos entre semejantes. Por tanto, es vital y vivificante alumbrar en la verdad y en la bondad, favorecer el aprender a reprenderse hasta consigo, activar la cultura de paz y no violencia, luchar contra el racismo y la discriminación, con espíritu democrático y soplo vinculante, sin tantas fronteras ni frentes que nos dificulten el culto a la cultura del abrazo global, para ser ciudadanos del mundo y poder hermanarnos, recorriendo el camino del afecto y también el de la ecuanimidad, lo que nos obligará a ser justos y clementes. Sólo el propio pulso poético es capaz de fecundar estos anhelos. ¡Nos conviene trabajarlos!

Necesitamos que la sensatez nos clarifique los pasos, que también nos dé luz a nuevos horizontes, para derribar barreras y favorecer el encuentro, sin actuaciones arbitrarias. La benevolencia todo lo tolera, nunca se venga; porque el amor lo dona en entrega, no en concesión, condescendencia o indulgencia. En ningún caso, puede utilizarse para justificar el quebrantamiento de los derechos humanos, que han de ser universales como la referida libertad. Por ello, cada gobierno es responsable de hacer cumplir las leyes en esta materia, de prohibir y castigar los delitos motivados por el odio y la discriminación contra las minorías. Esto será tomar una reflexiva orientación, al menos para que la gente no se tome la justicia por su mano y recurra a la violencia para resolver sus disputas. Desde luego, en el caso de que no podamos poner fin a nuestras diferencias, lo mejor es activar el diálogo sincero para huir de absurdas batallas. A unas místicas entretelas, ninguna mundanidad las acorrala. ¡Nos viene bien laborarlo!

Cada uno desde su horizonte, debe ayudar a instruir y sensibilizar a las nuevas generaciones para fomentar otras atmósferas más tolerantes e inclusivas, sobre todo en aquellas comunidades sembradas por el terror. Desde luego, hemos de cambiar de ruta, fomentar andares de esperanza y concordia, en vez de convertirlo todo en un infierno, pues la violencia del ojo por ojo debe terminar definitivamente. Unirnos como jamás es lo más prudente, al menos para cultivar una cultura de paz, aplaudiendo no sólo la ausencia de conflictos, sino también marcando soluciones con espíritu de entendimiento y cooperación mutua. Además, si en las Naciones Unidas, el acuerdo es su razón de ser, la luz que nos guía y su credo fundacional; también nosotros, tenemos que ser el tacto reposado y complaciente, sostenido por una sonrisa en la mirada. No olvidemos nunca, que nuestro propio espíritu es un latir permanente con muchas cuerdas; es cuestión de hacerlas vibrar, como un buen poeta. ¡Ser poesía nos vive!

Aplaudamos a los compasivos, soportemos a los diabólicos y amémonos entre sí, será un buen modo de formar un mundo fraterno y un hogar común. Quizás tengamos que cambiar las mentalidades, al menos para tomar conciencia del juicio responsable; y devolver, de este modo, todo su sentido y toda su fuerza al concepto de ley natural, como fundamento de una ética general y de una estética oriunda, siempre comprensiva y perpetuamente conciliadora. Por ello, la educación es clave para poder discernir y saber por qué existen las fobias sociales. Lo sustancial radica en activar un proyecto colectivo, en el que todos podamos participar reencontrándonos hacia un rumbo cordial, de cercanía, sin sometimientos que nos esclavicen. Al fin y al cabo, únicamente se camina lúcido con la inspiración de nuestros adecuados pulsos interiores; puesto que, lo esencial suele ser invisible a nuestros ojos humanos. La realidad no está en lo físico del cuerpo, sino en el alma, ¡en aquello por lo que somos y existimos!