Valiéndose de la memoria olfativa de estos insectos, un equipo de investigadores de la UBA y el CONICET aumenta el rendimiento de distintos cultivos. El grupo busca comprender cómo los insectos de una colonia adquieren la información que organiza la recolección de recursos.
Adiestrar mascotas es algo normal, pero si hablamos de abejas ¿es siquiera posible? Dentro de la ciencia del comportamiento, el experimento de los perros de Pavlov es uno de los más conocidos. En esta prueba, justo antes de alimentar al animal, el científico hacía sonar una campana, por lo que, después de un tiempo, el perro estaba condicionado y relacionaba ese sonido a la acción de comer.
Para el investigador del CONICET y la Universidad de Buenos Aires (UBA), Walter Farina, la posibilidad de entrenar abejas es una opción posible desde hace más de 30 años. “Las abejas melíferas son insectos altamente sociales y con una memoria olfativa impresionante. En el laboratorio logramos entrenarlas para que asocien un olor con una recompensa. De esta forma pudimos mejorar los procesos de polinización en cultivos específicos”, asegura el doctor en biología, en diálogo con la Agencia CTyS-UNLaM.
El equipo que dirige Farina en la UBA trabaja sobre lo que se conoce como ecología cognitiva y busca comprender cómo los insectos de una colonia adquieren la información que les permite recolectar recursos de forma colectiva. “Cuando las abejas extraen el néctar de una flor, lo regurgitan y alimentan a las que se quedaron en la colmena. En estos contactos boca a boca, miles de individuos reciben el perfume de la flor y generan una memoria olfativa colectiva, situación que les permite identificar ese aroma aún sin haber salido de la colonia”, explica.
Los investigadores notaron que los olores que se aprenden en el contexto social de la colmena sesgan la preferencia recolectora de las abejas. Fue entonces que desarrollaron perfumes sintéticos que simulan la flor de cultivos que queremos mejorar. “Si la abeja lo confunde con la fragancia natural – por ejemplo de perales, manzanos, kiwis o arándanos-, lo asocia al momento de recompensa y poliniza esa flor por sobre otras de la fauna nativa”, detalla el investigador del Instituto de Fisiología, Biología Molecular y Neurociencias (IFIBYNE, CONICET-UBA).
La receta exacta
Reproducir el aroma de algo que ya existe no es tarea simple, pero si, además, se tiene en cuenta que la ‘compradora’ de la fragancia va a ser una colmena de abejas, la tarea resulta un verdadero desafío. “Estos insectos tienen una sensibilidad olfativa mucho más afinada y delicada que la del humano. A la hora de desarrollar los perfumes para el experimento tuvimos que lograr fragancias que les resulten parecidas a ellas, no a nosotros”, señala el investigador.
Farina, docente del Departamento de Biodiversidad y Biología Experimental de la UBA, indica: “Lo primero que tuvimos que determinar fue la combinación de compuestos puros y volátiles que hacen única a la fragancia del cultivo en cuestión. Al evaluar los perfiles de olores, analizamos cuáles son los más preponderantes y, a partir de ahí, hicimos una selección de posibles prototipos”.
Una vez que el equipo corroboró que la abeja confunde ese perfume sintético con la flor natural, empezó el trabajo de campo. “Queríamos que el procedimiento sea algo natural y una práctica usual para el apicultor y descubrimos que simplemente teníamos que alimentar las colmenas con una solución azucarada combinada con esta fragancia. Una vez que se acostumbraron al olor, se produce lo que se conoce como ‘formación de memoria de largo término’. Es decir, el efecto dura, por ejemplo, toda la floración del cultivo sin necesidad de refuerzos”, apunta el biólogo.
Un proyecto con impacto
La ciencia tiene tiempos largos y este proyecto no fue la excepción. “Hace más de 15 años iniciamos las investigaciones en este tema. Sin embargo lo hacíamos con una mirada que apuntaba a la ciencia básica, o sea, tratar de ahondar en el conocimiento de la biología social de la abeja. Con el tiempo, fue teniendo una arista de transferencia tecnológica. y, hoy en día, este conocimiento se comercializa y se utiliza como herramienta en una empresa que ofrece servicios de polinización a nivel mundial”, plantea con orgullo Farina.
La Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) asegura que polinizadores como las abejas inciden en el 35 por ciento de la producción agrícola a nivel mundial. De hecho, el 75 por ciento de los cultivos de frutas o semillas que sirven como alimento o para la creación de medicina dependen, al menos en parte, de los polinizadores.
“Las abejas son mi vida”, asegura Farina. Hace más de 30 años que el biólogo trabaja en este modelo de estudios y siempre le resultaron sorprendentes, sobre todo porque cuentan con sistemas de comunicación extremadamente complejos. “Tenemos que entenderlas para poder aprovechar su presencia en el planeta y, además, seguir estudiando otras especies como abejorros nativos o abejas sin aguijón ubicadas en zonas subtropicales”, concluye el especialista.
Magalí de Diego (Agencia CTyS-UNLaM)