FALTAN EJEMPLOS

Por Eduardo Rivas – Resulta que ahora todo lo que ocurre es producto de los discursos de odio y gran parte de lo que se dice es discurso de odio, y muchos parecen sorprenderse, pero ni es nuevo ni todo es discurso de odio.

La negación del adversario, que es visto como un enemigo, es una constante de la historia argentina. Desde los unitarios y federales, que también zanjaban sus diferencias de manera violenta a Juan Perón hablando del cinco por uno o la oposición pintando paredes vivando al cáncer.

No es algo novedoso.

De hecho en 1999 Carlos Ruckauf basó gran parte de su campaña electoral firmando que ‘hay que meter bala a los delincuentes’, afirmación al margen de la ley que acompañaron y militaron, incluso votando la candidatura de la UCeDe, muchos de quienes hoy se rasgan las vestiduras por lo que se dice y dicen ser nacionales y populares.

Más acá en el tiempo, y poco tiempo antes de sufrir el atentado, la propia Cristina Fernández afirmó en referencia a Patricia Bullrich ‘No sé si era la hora de la tarde, y ya estaba medio… no sé…’, insinuando que podía estar borracha, algo que la propia presidente del PRO respondió ‘Parafraseando a Churchill: “yo puedo no tomar, pero usted no puede dejar de ser corrupta”’.

El problema no es lo que se dice, el problema es lo que se hace.

¿Y qué se hace? Depende del momento, y quizás allí radiquen los principales problemas que enfrentamos los argentinos.

En la falta de coherencia de sus dirigentes.

Cuando uno ve la historia de muchos de ellos ve que lo que se defienden no son ideas, sino cómo explicar ciertas volteretas dadas en la vida que no son ideológicas sino acomodaticias, posicionamientos de ocasión para beneficio personal.

Lejos estamos de tener ejemplos que sirvan de guía en el proceder republicano. Y cuando faltan ideas sobran palabras.

Ejemplos como el de Elpidio González, vicepresidente de Hipólito Yrigoyen, de quien se cuenta que, ‘a fines de los ’30, cuando un día llegó la orden de demolición de la pensión ubicada sobre la Diagonal Sur por la ampliación de la Avenida 9 de julio, el ex vicepresidente González, que vivía allí, salió a la calle para hablar con el capataz de la obra y le pidió contar con algunos días para que los pensionistas pudieran reubicarse en algún otro lugar.

El director de la obra se sorprendió al enterarse de quién era la persona que había realizado el pedido de prórroga. La noticia corrió y llegó a los oídos del presidente general Agustín P. Justo.

En la mañana del desalojo se hizo presente el secretario de la Presidencia de la Nación, quien entregó a don Elpidio un sobre cerrado de parte del general Justo, quien le envió además un saludo afectuoso. Al abrir el sobre comprobó que contenía una cantidad importante de billetes de mil pesos.

Felizmente, aclaró posteriormente González: ‘Alcancé al señor y se los devolví, no lo quería recibir y tuve que ponerme firme y decirle que no iba a permitir que me ofendiera el presidente ni nadie por más buena voluntad que hubiera de por medio’.

Como consecuencia de este hecho, por una ley, se estableció una pensión vitalicia para los presidentes y ex vicepresidentes de la Nación.

Al tomar conocimiento de que se le había asignado una pensión ¡de dos mil pesos mensuales! don Elpidio respondió ofuscado: ‘No, ¡yo no puedo aceptar eso! No, no”. Y siguió repitiendo como si acabaran de proponerle un negocio deshonesto diciendo: “que mientras tuviera dos manos para trabajar, no necesitaba limosnas’.

Para que no quedaran dudas de su actitud, le envió una carta al presidente de la Nación en la que le manifiesta entre otras cosas: ‘Confío en que Dios mediante he de poder sobrellevar la vida con mi trabajo, sin acogerme a la ayuda de la República, por cuya grandeza he luchado, y si alguna vez he recogido amarguras y sinsabores me siento reconfortado con creces por la fortuna de haberlo dado todo por la felicidad de mi Patria’.

González también era duro en sus palabras, pero demostraba en sus hechos que no buscaba el odio sino el servicio a la Patria.

Muy lejos estamos de ello hoy.