Por Víctor CORCOBA HERRERO – “La buena salud se asienta en amar y en dejarse querer”. Vuelvan los sueños a ilusionarnos. Necesitamos un nuevo coraje, al menos para que el trastorno económico y social causado por la pandemia, deje de hundirnos. La herencia que nos transfiere tras de sí el coronavirus, con multitud de ausentes y de enfermos, con millones de personas en riesgo de caer en la pobreza extrema y el desempleo, con un aumento sin precedentes de la desnutrición, nos instan a tomar nuevas fuerzas para reconstruir ese porvenir, del que todos nos hemos de alimentar, trabajando juntos, tanto en cuidar al mundo que nos rodea como a nosotros mismos. Por desgracia, alimentamos una pugna de intereses mundanos, que acaban por destruirnos como personas de bien, con el evidente retroceso en proyectos de alianzas conjuntas, máxime en un tiempo de tantas dificultades, entre ellas, condiciones de trabajo peligrosas, inseguridad en todo, acceso desigual a la justicia, con ausencia de guías sensatos y de servidores solidarios.
En todo caso, pensemos que las acciones de cada cual son nuestro mejor porvenir. Perdida la utopía del ensueño como cultivo, se abandonan también los horizontes a conquistar y se va creando un escenario de confrontaciones que nos dejan sin alma. Hasta los mismos programas políticos han dejado de ser visiones entusiastas para convertirse en posiciones interesadas de unos en favor de sí mismos y no del bien colectivo. Desde luego, son inaceptables los lenguajes egoístas de ciertos dirigentes; y, por ende, también sus acciones que lo único que buscan son oportunidades para ellos y para sus seguidores, sin importarle lo más mínimo el creciente número de personas desnutridas, que además carecen de protección social y atención de salud. Al mismo tiempo, lo que sí nos sobrepasa es el enfrentamiento ideológico, la provocación sin miramiento alguno; la destrucción, en suma, del que piensa diferente al círculo del poder gobernante.
La situación es tan bochornosa, en cuanto a sometimientos y humillaciones, que la desilusión impide levantarnos, porque hasta la misma autoestima nos la hemos dejado destrozar por este borreguísimo afán de culto al servicio de los más poderosos. No hemos podido caer más bajo. Quizás tengamos que despertar del mal sueño, del bochorno de esta pesadilla que nos deja sin aliento, al menos para poder rescatarnos y valorizar otros comportamientos más humanos, que no sean los pobres los que siempre pierden, en esa cadena de esperanzas que la vida nos dona a todos, no únicamente para algunos privilegiados. La especulación financiera, sin duda, es otro de los grandes tormentos que debemos desterrar de nosotros. El mejor camino es la entrega de uno mismo, la decisión puesta en la rectitud y en la capacidad de hacer frente a tantas ruinas que nos ponemos los humanos entre sí. Esto debe hacernos tomar conciencia, ejemplarizarnos en definitiva. Todo esfuerzo será poco para construir un mundo equitativo y sostenible en el que haya justicia social, más allá de las meras palabras, y responsabilidad medioambiental para no destruirnos.
Indudablemente, hemos de poner más ilusión y veremos como la realidad cambia. Esto no es nada fácil. Claro que no. Persistir en caminos tan contradictorios y crueles, intentando verter otras luces más justas para todos, no es nada sencillo en medio de lo que estamos viviendo, requiere de saber mirar y ver más allá de lo vivido, para abrirse a grandes ideales, en un intento de transformar la desidia social y política en una laboriosidad permanente, donde nadie quede fuera y todo se reintegre en reconstruir el vinculo de la familia, sin el ropaje de lo políticamente correcto o las modas ideológicas perversas, siempre dominadoras e intolerantes. Ojalá aprendamos a estimarnos. La buena salud se asienta en amar y en dejarse querer. Pensemos que cada día que se nos ofrece de vida, es una nueva oportunidad para ese cambio de mentalidad. Seamos, por consiguiente, parte activa en la rehabilitación y en el auxilio de tantos caminantes heridos.
Ahora es el momento de activar ese espíritu solidario verdadero, de apoyo y consuelo a los más vulnerables, de repensar en tejer otros modos y maneras de vivir. Que “nuestra nueva normalidad”, nos entusiasme en el empeño de ese cambio de actitudes, con la paciencia necesaria para llevar ese anhelo a buen término. Siempre hay algo que da esplendor a cuanto existe, y es el entusiasmo por hallarse uno consigo mismo y por encontrar algo de luz frente a las mil tinieblas que nos acorralan, aunque nos genere trabajo y cansancio, dolor y luchas incansables. Al fin y al cabo, no hay mayor ilusión que la de sentirse vivo, lo cual quiere decir, no haber perdido el apasionamiento por la búsqueda del reencuentro y por la genialidad de conservar el espíritu naciente de lo auténtico, que es lo que realmente nos embellece y sustenta.