Por Victor Corcoba Herrero – Hoy más que nunca se requiere la referencia de una Europa fuerte y unida, que pueda defender y proteger a sus ciudadanos de las muchas incertidumbres del mundo. Por desgracia, las políticas populistas han debilitado ese proceso integrador de los padres fundadores, que no era otro que reconstruir un continente con un espíritu conciliador y de servicio mutuo. Por ello, la Comisión Europea acaba de proponer un Fondo Europeo de Defensa y otras acciones, a mi juicio muy acertadamente, para apoyar el gasto más eficiente en las capacidades de defensa conjuntas; fortaleciendo, así, a los ciudadanos europeos de los Estados miembros, al fomentar la seguridad de una base industrial competitiva e innovadora. En este sentido, ya se han propuesto veinticinco millones de euros para la investigación de defensa como parte del presupuesto 2017, y se espera que esta asignación presupuestaria crezca hasta un total de noventa millones de euros hasta el año 2020. Es evidente que si este espacio geográfico mínimo, de máxima diversidad cultural, no se ocupa de salvaguardarse así mismo, nadie más lo hará, teniendo en cuenta que las capacidades deben ser acordadas por los Estados miembros, para justamente poder reforzar el mercado único de defensa.
Personalmente, pienso, que ha llegado el momento de trabajar coordinados desde la fortaleza, máxime cuando se trata de asuntos de seguridad y defensa. Tengámoslo en cuenta, únicamente avanzaremos hacia una mayor integración si se lucha en la misma dirección y hay confianza entre los países. Por otra parte, la Unión Europea tiene que favorecer mucho más el interés general común, y no el concreto de algunos socios en particular. A propósito, hace tiempo que el Presidente del BCE, Mario Draghi, viene alertando sobre la necesidad de acabar con el paro estructural y de aumentar el porcentaje de personas que están trabajando. La alta tasa de paro juvenil, sin duda, no sólo va a comprometernos a la baja productividad, también a una frustración social sin precedentes en nuestra historia. Quizás tengamos que recapacitar y volver a ese referente europeísta en favor de la paz, el pleno empleo, la libertad y la dignidad humana. Desde luego, creo que hay que generar un nuevo dinamismo social, donde la ciudadanía en su conjunto pueda comprometerse e involucrarse, en favor de un proceso constante de humanización, o sea de promoción de los derechos humanos, que enlazan con el desarrollo de la democracia y el estado de derecho.
Europa tiene que volver a tomar aliento, a entusiasmarse, a hacerse valer con la energía del pasado. A veces me da la sensación de que estamos un poco cansados, tal vez pesimistas, a pesar de que tengamos las mimbres de la innovación, de un inmenso patrimonio histórico que ahí está y que ahora, con un nuevo coraje, ha de tomar las riendas de edificar un nuevo territorio más próspero, igualitario y seguro para todos. La ciudadanía, en su conjunto, tiene la última palabra. No es de recibo, en un continente que tanto propicia la cohesión social, lleve consigo la losa de ciertos grupos de población que están quedándose atrás o son excluidos. De ahí la importancia de llevar a la realidad las políticas sociales de acceso universal, además de modificar las normas sociales, culturales y políticas excluyentes, así como las actitudes que perpetúan la marginación. Ha llegado el momento, pues, de que la dimensión social de la integración europea tome raíces y se expanda. No olvidemos que constituye un aspecto clave de la Estrategia Europea 2020, que tiene por objeto asegurar un “crecimiento integrador” con elevados niveles de empleo y una reducción del número de personas que viven en la pobreza o que están expuestas al riesgo de exclusión social. Cumplamos, en consecuencia, con la palabra dada.
Si en verdad queremos construir una Unión Europea humana y creíble, no podemos dejar de ahondar en la cooperación de todos, haciendo pleno uso de todos los instrumentos, combinando para ello, todos los activos de manera coherente, de modo que toda la ciudadanía se sienta protagonista y parte de esa edificación de valores europeístas. Hoy los ciudadanos quieren también respuestas contundentes a la inmigración, a la defensa y protección de las fronteras, lo que nos exige nuevamente réplicas globales. Seguramente sea una manera de hacer más Europa, el convivir y escuchar, el intervenir en términos de mediación, por ejemplo con Irán, Arabia Saudí y otros actores regionales, sin el cual Europa corre el riesgo de perder ese espíritu humanista que, en su historia, tanto ha amado y defendido.