Un equipo de investigadores de la Universidad Nacional de Luján estudió la calidad de las aguas de dos ríos urbanos del conurbano bonaerense y encontró una alta cantidad y concentración de fármacos. La reglamentación ambiental y sanitaria no controla estos residuos, pero sus efectos comienzan a encender alarmas.
A la hora de planificar el diseño y desarrollo de una ciudad, los ríos, lagunas y arroyos siempre fueron un factor determinante. Esos cursos de agua le dan mucho a las urbes, ya que son usados como fuente de agua para consumo o riego, navegación, pesca e, incluso, sirven como espacios recreativos. ¿Pero qué le da a cambio la ciudad?
Un equipo de investigadores de la Universidad Nacional de Luján reunió evidencia que permite corroborar que esta transacción resulta muy injusta para la naturaleza. “La calidad de las aguas antes y después de pasar por la urbe desciende de forma abrupta”, advierte Martina Mastrángelo, investigadora del Instituto de Ecología y Desarrollo Sustentable (INEDES) y una de las principales autoras del estudio.
Mastrángelo y su equipo realizaron muestreos en cinco sitios de los ríos urbanos Luján y Reconquista y evaluaron la distribución de once grupos de compuestos farmacéuticamente activos, es decir, de medicamentos presentes en los cursos de agua. “Relevamos tramos más ‘puros’, antes de la zona urbana y, luego, otro sitio altamente influenciado por la actividad antrópica. Los resultados son alarmantes”, apunta la licenciada en Ciencias Químicas en diálogo con la Agencia CTyS-UNLaM.
Según alertan los expertos, la urbanización puede causar alteraciones sustanciales en las cuencas de agua y uno de esos síntomas refiere a las elevadas concentraciones de contaminantes emergentes: una serie de productos de uso cotidiano, como son los de limpieza, perfumería y medicamentos, cuyas formulaciones químicas o su combinación con otras sustancias provocan daños sobre el ambiente.
“En aguas superficiales -detalla la investigadora-, las mayores concentraciones fueron para analgésicos, antibióticos, antihipertensivos, β-bloqueantes, diuréticos y un fármaco psiquiátrico llamado carbamazepina. El antibiótico ciprofloxacina exhibió la concentración más alta en comunidades de bacterias, algas y hongos -conocidas como biofilm- que se desarrollan relativamente rápido y poseen una gran capacidad para retener contaminantes”.
Para los investigadores, el biofilm es la mejor matriz para monitorear estos compuestos en ambientes acuáticos, ya que siempre se encuentran en el mismo lugar sin presentar tantas variaciones. Esto, por ejemplo, no ocurre con el agua, cuyo curso cambia constantemente.
“Por ejemplo, si se vertieron efluentes el lunes y nosotros muestreamos el miércoles, probablemente no logremos registrarlo en aguas superficiales, pero si el compuesto estuvo en el agua, aunque sea solo por un tiempo, el biofilm lo retiene y nos alerta sobre la calidad del curso de agua”, ejemplifica la científica quien asegura que el impacto ambiental no sólo afecta al curso de agua sino también a todas las especies que habitan en ella.
¿Cómo se genera este problema?
A los compuestos farmacéuticamente activos se los considera como contaminantes “pseudo persistentes”, porque se introducen continuamente en el ambiente y, de esta forma, pueden causar efectos nocivos para la vida acuática. Aunque, eso sí, se plantea la duda sobre cómo pueden llegar a tener tanto protagonismo en los cuerpos de agua.
“Cuando ingerimos un medicamento, una pequeña parte efectúa el efecto que tiene que hacer en nuestro cuerpo. Sin embargo, la mayor cantidad de lo que tomamos no se desarma, no se descompone y pasa directamente a la orina, luego a la cloaca y de allí a los cuerpos de agua”, advierte la especialista.
“Por lo tanto, las aguas residuales sin tratar y las descargas de efluentes de las plantas de tratamiento de aguas residuales municipales, donde los productos farmacéuticos pueden reducirse parcialmente pero no específicamente, constituyen fuentes relevantes de productos farmacéuticos en el medio ambiente”, explica Mastrángelo, quién, además indica que otro gran volúmen de compuestos proviene del descarte en desagües y basurales de medicamentos vencidos o sin uso.
La investigadora de la UNLu indica que “la solución a este problema se debe gestar desde un enfoque interdisciplinario que incluya el derecho ambiental, la ciencia básica, la política y la educación, entre otras tantas áreas”. En el último Congreso de Limnología, por ejemplo, desde el INEDES-UNLu se organizó una mesa redonda que contó con la participación de referentes de estas áreas, para poder esbozar reflexiones y propuestas que ayuden a combatir la problemática.
Una problemática con severos efectos
La reglamentación ambiental y sanitaria no controla estos residuos emergentes porque, hasta ahora, no se han considerado como una amenaza. Sin embargo, debido a recientes investigaciones sobre sus efectos, se han empezado a tener en cuenta. En el Programa de Ecofisiología Aplicada, perteneciente al Instituto de Ecología y Desarrollo Sustentable (INEDES-UNLu), la doctora Bettina Eissa y el equipo de investigación hace años que realizan un seguimiento a los efectos del ibuprofeno en los peces de estos ríos y arroyos urbanos.
Si bien el ibuprofeno no es el más tóxico, al tener niveles de consumo tan altos, sus efectos en la fauna acuática ya son visibles. “Según lo observado en nuestros estudios – plantea la investigadora de la UNLu – estos desechos afectan la capacidad de natación de la especie y, por ende, su capacidad de trasladarse, alimentarse e incluso reproducirse”.
Justamente, en términos reproductivos, se encuentra una proporción poco equitativa entre machos y hembras; hay muchos menos de los primeros. Esta situación, aseguran los expertos, es responsabilidad de los anticonceptivos, que tienen un alto nivel de estrógeno, desecho también presente en los cursos de agua.
Magalí de Diego (Agencia CTyS-UNLaM)