Los secretos que se encuentran detrás de la primera escuela sustentable del país

El edificio Municipal N°12 de Mar Chiquita es la primera escuela sustentable de la Argentina, gracias a la ONG uruguaya Tagma y al apoyo principal de Unilever, a través de Ala.

A sólo unos pasos de allí, la singularidad de este edificio “vivo”, que fue posible gracias a la ONG uruguaya Tagma y al apoyo principal de Unilever a través de su marca Ala, comienza a hacerse latente. Botellas de vidrio y de plástico, latas de aluminio, neumáticos, cartones, todos objetos reconocibles y muy familiares sirven de estructura a los casi 300 m2 de esta increíble “Earthship”, o Nave Tierra, tal cual la bautizó el creador de su método de construcción, el arquitecto norteamericano Michael Reynolds. Su objetivo: construir casas y edificios que se puedan autoabastecer por completo, sin necesidad de estar conectadas a redes de electricidad, gas ni agua y que a su vez puedan producir sus alimentos y reutilizar sus desechos.

Su fórmula, claro, no sólo se basa en materiales inorgánicos sino más bien todo lo contrario, ya que apenas uno traspasa la puerta de esta hermosa y flamante escuela otra de sus principales virtudes emerge un nutrido invernadero y huerta orgánica, poblado con albahaca, tomates, jengibre, mandarinas, lechugas y otras especies comestibles más. En unos meses, también albergará frutas tropicales como papaya, mango y banana porque aunque suene surrealista el lugar es capaz de producir, sin ningún dispositivo eléctrico, un clima del trópico.


 

Para los uruguayos de Tagma (que quiere decir “articulación”, lo que para ellos es su misión máxima), convertir la escuela sustentable en una realidad le agrega a esa lista un principio más: el factor humano. “La apertura de la comunidad al proyecto y el hecho de transformar la sustentabilidad en una herramienta pedagógica tangible y verificable por cada uno de los alumnos, maestras y padres es algo esencial”, comenta Matías Rivero, uno de los supervisores de la ONG.


 

En Mar Chiquita, este singular pueblo costero en el que conviven unos 400 habitantes, el involucramiento con la escuela es palpable a cada paso. Lo es en el propio edificio, donde se pueden rastrear marcas comunitarias en cada uno de sus espacios, como en los tres murales de sus aulas, realizados con diversas técnicas por cinco artistas locales (todas mujeres) que decidieron reflejar las tres instancias de la famosa albufera (laguna salubre) y reserva natural de Mar Chiquita: la laguna, el archipiélago y el mar. Los murales están custodiados, mejor dicho “habitados”, por una bandada de gaviotas de madera que se mueve y traslada de uno a otro lado con total libertad.

Durante todo marzo, se transformó así en una verdadera cumbre cosmopolita, con constructores provenientes de Francia, Canadá, Australia, Estados Unidos, Italia, España, Sudáfrica, entre más de 20 diferentes países.

Los números, dicen, suelen hablar por sí solos y acá hay para todos los gustos, pero ninguno de ellos -ni los 6000 neumáticos o las 14.000 latas que sustentan la construcción- sirven para reflejar el impacto de esta escuela, no sólo en sus más de 60 alumnos sino en toda una comunidad para la cual las palabras entorno, medio ambiente, redes humanas y sustentabilidad se han resignificado para siempre.