La turística ciudad de Colón tiene, sin dudas, en el Parque Nacional El Palmar a uno de sus principales atractivos. A menos de una hora de viaje en auto, esta gigante reserva natural, única en el mundo, resguardo de especies emblemáticas, también recibe a los viajeros con las ruinas de un pasado reciente con rasgos jesuitas, coloniales, que aún no ha sido completamente descifrado: la “Calera de Barquín”.
Se trata de un conjunto de edificios de piedras a orillas del Río Uruguay, que supo ser yacimiento de calizas y representa uno de los más antiguos establecimientos coloniales entrerrianos. Su historia se empezó a conocer oficialmente a partir de su descubrimiento, cuando medio siglo atrás se proyectaba la creación del Parque Nacional El Palmar.
Con pasado de calera y de curtiembre, su origen preciso es desconocido y empezó a descubrirse a partir de un trabajo historiográfico que aún no concluye y que combate, no solamente la asistematicidad de su registro y las versiones encontradas que le mencionan, sino también la erosión propia del paso del tiempo para una construcción que, con cada lluvia subtropical o las crecientes del “Río de los Pájaros Pintados”, ve derruirse parte de su material.
De veinte años a esta parte, el reconocimiento patrimonial de esta construcción ha logrado que trabajos de cuidado y preservación, le resguarden de la erosión propia de los miles de visitantes que llegan cada año al Parque Nacional. Mas, saben los especialistas que un trabajo que fuertemente le otorgue protección frente a tantos elementos que lo ponen en riesgo, requeriría una millonaria inversión.
Ruinas que albergan siglos de historias
Se cree que la posteriormente conocida como “Calera de Barquín” data de antes del año 1700 y que no fue levantada de una sola vez, sino que tuvo por lo menos cuatro etapas de construcción en la época colonial, previo a la Revolución de Mayo. Entre los siglos XVII y XVIII, habría existido en ella una superposición de usos.
Ya entrado el siglo XX, se utilizaba el sector como zona de pastoreo de ovejas y para la extracción de canto rodado y ripio, que se transportaba en barcos desde el mismo embarcadero. Estas actividades se sostuvieron hasta 1966, cuando dieron inicio las gestiones para la creación del Parque Nacional El Palmar, en un intento por resguardar la invaluable riqueza de palmeras yatay: especie prehistórica, predominante y característica del lugar, reconocida como una de las formaciones vegetales más antiguas del planeta.
Una historia en construcción
En los trámites y búsquedas de antecedentes para la creación del Parque Nacional no figura la calera: sus ruinas no están mencionadas ni como bienes patrimoniales ni en el acta de transferencia de dominio de las tierras.
Recién se las empieza a considerar cuando, en el trabajo de reconocimiento del lugar, primeros indicios generan interrogantes que vienen respondiendo investigaciones durante décadas, a partir de un minucioso enhebrado de detalles y registros.
El origen jesuítico de la construcción no está mencionado en registros propios de la “Compañía de Jesús”, mas sí en inventarios de Yapeyú que hablan de la calera y del puerto. Además, análisis de la arquitectura del lugar permitieron relacionarla directamente con las construcciones típicas jesuíticas, realizadas con mano de obra indígena en el resto del continente.
El patrimonio que resiste al olvido
Las ruinas de la Calera de Barquín se encuentran próximas a la intendencia del Parque Nacional y a unos 600 metros al sur del camping, a orillas del Río Uruguay. Los visitantes pueden acceder, caminando a través de un soñado sendero entre selva de galería y bosque seco; o también en auto, por un camino de dos kilómetros y medio. Frente a las ruinas, se encuentra el balneario del Parque Nacional y el siempre imponente y brillante Río Uruguay.
De la calera sobreviven dos hornos, que eran utilizados para la elaboración de cal viva, un embarcadero, tres edificios y un cementerio. Todos construidos con argamasa de cal, barro y arena, los edificios tienen aproximadamente unos cuatro metros de altura y denotan haber sido reforzados y modificados en sucesivas ocasiones, a lo largo de la historia.
Un cerco perimetral resguarda a las ruinas de la erosión que genera la exposición al turismo. Sin embargo, las inundaciones y las lluvias generan un desgaste físico en el lugar, que demandan una importante inversión en torno de su conservación.
Sin dudas, representan estas ruinas para el viajero, una oportunidad única de vivenciar un viaje en el tiempo por los últimos y convulsionados tres siglos y medio de nuestra historia.
Fuente: Dirección Municipal de Turismo (Colón)