Por Víctor CORCOBA HERRERO -“El triunfo radica en convencerse y en vencer el temor al naufragio”. No es tiempo para lamentarse, sino para reparar el daño hecho a ese universo armónico y fortalecerse en nuestras relaciones humanas, si en verdad queremos rehacernos y vivir. En consecuencia, entiendo que ha llegado el momento de hacer presente la ecuanimidad y la entereza en nuestras propias existencias, que siempre son mejorables. La cuestión es poner empeño en nuestros hábitos, hacerlos más éticos y saludables, el no abusar de nada y en utilizar la moderación como norma, máxime en un momento en el que más de un millón de especies se hallan en riesgo de extinción, en parte por esa degradación, tanto en tierra como en mar, gestada como fruto de nuestra propia actividad humana. Por desgracia, la biodiversidad de la tierra, su gran riqueza de vida, está disminuyendo a un ritmo jamás visto. Deberíamos, pues, corregir nuestro propio entorno, modificando actitudes, recomponiendo modos de actuar, porque el coronavirus paraliza el mundo, pero no el cambio climático, ya que las concentraciones atmosféricas de dióxido de carbono han continuado aumentando hasta alcanzar registros sin precedentes, según la Organización Meteorológica Mundial. Tal vez, este espíritu de fracaso, nos sirva como una gran oportunidad para empezar otra vez con más voluntad y mayor inteligencia.
Indudablemente, estamos obligados a restablecer horizontes más poéticos que los actuales, donde la vida sea abundante, porque el amor nos reavive en cada esquina, con un aire enfocado al bien común y con la garantía de que se logre otro brío menos derrochador. Necesitamos sanar y enmendarnos ante la codicia desenfrenada del consumo. También precisamos conservar la memoria y repensar sobre lo actuado. De igual modo, requerimos romper cadenas que nos esclavizan y coger aliento para acabar con actividades y propósitos destructivos y ociosos. En cualquier caso, no podemos continuar en este vacío, sin apenas tiempo para reposar y detenerse, pues si vital es caminar, también es fundamental pararse, aunque solo sea para recordar y verse en una casa común como miembros de un mismo linaje. Por consiguiente, creo que todas las celebraciones son necesarias; y, en este sentido, aplaudo el mejor ejemplo de solidaridad entre naciones, la cooperación Sur-Sur, una manifestación de solidaridad entre pueblos y países que contribuye al bienestar de las poblaciones, su independencia colectiva y el logro de los objetivos de desarrollo acordados internacionalmente.
Teniendo en cuenta las circunstancias actuales, este tipo de colaboraciones son ahora más necesarias que nunca; sin obviar, además, que vivimos en un mundo donde la interdependencia se vuelve cada vez más conflictiva. De esto tampoco hay que lamentarse, sí que hay que corregirse. La humanidad requiere más unidad que nunca, al menos para definir y defender juntos, en un mundo cada vez más peligroso e impredecible, la supervivencia del linaje. Si con la pandemia de COVID-19 se ha puesto en evidencia la fragilidad de los eslabones de valor mundiales existente y la vulnerabilidad de los países, con la falta de acción común en ámbitos tan esenciales como la seguridad de una nación, también se genera un ambiente de inseguridad global verdaderamente preocupante. Ojalá aprendamos a rectificar antes de que sea demasiado tarde, obviamente todo depende de nosotros, de nuestro desvelo y afán por las acciones comunes, por hacer realidad un mundo fraterno, donde nadie quede arrinconado, y cada vez sean más las voces que piden a los gobiernos usar los planes de recuperación pos-COVID19 para crear economías sostenibles. Al fin y al cabo, el triunfo radica en convencerse y en vencer el temor al naufragio.
Quizás nos hayamos acostumbrado a luchar poco por mejorar nuestra vida, avivando ese soplo de cansancio que nos quita la esperanza de batallar por un mundo más habitable y menos desigual entre sus moradores. Vivir lamentándose permanentemente no es de recibo. Se requiere actuar y esforzarse por volverse piña, por rehacerse en familia, por repararse y restaurarse el corazón, por verse y mirarse el alma, que es, sin duda, la mejor recuperación para fortalecerse, pues si la pandemia nos está empujando hacia la peor recesión en décadas, nada está perdido cuando se impulsa con tesón la justicia social y se promueve en unión, hojas de ruta para un futuro centrado en el ser humano. A poco que retornemos a experiencias vividas, nos daremos cuenta que la acción permanente y concertada de los gobiernos y de los representantes de los empleadores y los trabajadores es esencial para alcanzar ese clima de sosiego que todos nos merecemos. Con lamentarnos nada se consigue. Desde luego, resulta preciso actuar cuanto antes para aprovechar las oportunidades que la vida nos tiende y afrontar los retos a fin de construir un porvenir de realización laboral, inclusivo y seguro, con empleo gratificante libremente elegido y dignificado para todos. Ese porvenir profesional, será el que ponga fin a la pobreza y no deje a nadie atrás, muriéndose en los lamentos.