Por Victor Corcoba Herrero – Me parece una buena noticia que pocos días después de la entrada en vigor del Acuerdo de París sobre cambio climático, líderes de todo el mundo mostrasen un fuerte apoyo a su ejecución. Lo que antes parecía impensable ahora se ha vuelto imparable. Para celebrarlo. Unidos por una misma preocupación. Afanados por un planeta que a todos nos pertenece. ¡Ojalá sea así! Nosotros mismos formamos parte de sus elementos; del aire que nos alienta, del agua que nos vivifica, y hasta del orbe que nos concierta. Nada nos puede, pues, resultar indiferente. Somos una especie adherida al último grano de polvo del astro. Por tanto, siempre es una gozosa noticia que nos ocupemos y nos preocupemos, como colectivo fraternizado, por el deterioro del mundo y por la calidad de vida de sus moradores. Está bien de que todos tomemos conciencia del respeto al medio ambiente, y que cuidemos la naturaleza, como si fuese algo distintivo, de todos y de cada uno de nosotros. No podemos seguir sembrando toxicidades por mucha productividad que nos genere. Los paisajes han de dejar de estar inundados de basura, tienen que estar limpios para que crezca el mejor de los poemas, nuestra existencia. La salud del hábitat mejora nuestra salud y esto es lo realmente importante. Todo lo demás sobra. Tenemos que dejar de ser una generación de derroches y desperdicios, y reciclar más. También nosotros hemos de reciclarnos con otras maneras de vivir más respetuosas con el ecosistema.
Sabemos que las ciudades, con sus ciudadanos a la cabeza y con algunos ejecutivos de empresas, han sido cruciales para movilizar el apoyo político para el Acuerdo de París. Desde luego, el sector empresarial deberá aprovechar aún más las oportunidades que se han generado con las energías renovables. Hoy nadie niega que hay un consenso científico muy sólido que indica que nos hallamos ante un preocupante calentamiento del sistema climático. En parte podíamos haberlo evitado con otra actividad humana más consciente y responsable, con la gran concentración de gases de efecto invernadero. Lo mismo pasa con el deterioro del agua, un bien cada día más escaso, que merece cuando menos reglamentación y controles eficientes. La pérdida de selvas y bosques, lo que implica al mismo tiempo la pérdida de especies, es igualmente una mala noticia. No tenemos derecho a triturarnos con maneras de vivir que tienen efectos nocivos para todos. Debemos ser más respetuosos con la vida. La responsabilidad de todo ser humano es manifiesta, deberíamos dignificarnos, pero también comprometernos con aquellas especies en vías de extinción. Que ninguno se lave las manos como Pilatos. Nadie está inmune a los impactos del cambio climático. Hoy advertimos, por ejemplo, el crecimiento desmedido y desordenado de muchas poblaciones, que no han respetado ni el curso del agua en ocasiones. Junto a este caos urbanístico, están los problemas del transporte, la contaminación acústica y visual.
Siempre es saludable rectificar. Ahora sabemos que el ambiente humano y el ambiente natural se armonizan o se degradan juntos. Por eso, hay que fortalecer mucho más la reacción política internacional. En este sentido, nos llena de optimismo, que en el marco del Acuerdo de París, los países ricos se hayan comprometido a movilizar cien mil millones de dólares al año, para 2020, destinados al auxilio de los países en desarrollo, con vistas a reducir las emisiones de gases de efecto invernadero y de adaptarse al aumento de la temperatura global. Sea como fuere, los países desarrollados deberán hacer todo lo posible por acrecentar los apoyos a las naciones en desarrollo que tratan de amoldarse a estos efectos dañinos del cambio climático; propiciados, en mayor o en menor medida, por toda la humanidad. Luego, deberíamos ser todos más ecologistas, pero de acción, no de boquilla, ante el avance del arquetipo tecnocrático. En cualquier caso, jamás nos resignemos a la lucha por un planeta más habitable y tampoco renunciemos a preguntarnos por los desenlaces y por el sentido de todo aquello que nos circunda. Quizás nos merezcamos otro estilo de vida menos político y más poético, más de todos y de nadie en particular. Ya está bien de tantas superioridades y privilegios para algunos. Es hora de activar la experiencia de una conversión, de un cambio de vida más acorde con nuestro propio corazón. Cuando no hay humildad nos degradamos. Pensemos en esto.