Por Víctor CORCOBA HERRERO – “La coraza de la indiferencia hay que desterrarla de nuestro abecedario de sentimientos”. El corazón de las gentes tiene que tomar tierra y hacerse más vida entre nosotros. Hoy también urge, ponerse espiritualmente en camino hacia esa importante cita comunitaria, a través de los diversos latidos de los moradores, para descubrir que hemos de escucharnos más y así entendernos mejor. La coraza de la indiferencia hay que desterrarla de nuestro abecedario de sentimientos. Tomemos interés en sintonizar con los diversos pulsos existenciales, tratemos de mirar y ver con el ánimo de la voluntad, quitemos durezas y cerrojos de nuestro espíritu. Asimismo, volemos unidos en familia para ganar fortaleza y acrecentar, de este modo, el vivo deseo del cultivar el abrazo, después de hallarnos y reencontrarnos en una atmósfera de esfuerzo perseverante; pues, lo esencial, es invisible para los ojos. Únicamente, se ve bien aquello que se amasa con la visión interna de la conciencia. Algo imprescindible para construir otro mundo muy distinto al actual, al menos en cuanto a que sea más justo, seguro y saludable para todos.
Frio el altar del órgano que, cada cual lleva consigo, todo se envicia y corrompe; e, igualmente, tampoco pueden fecundar los sueños. Pensemos en esas gentes que nos precedieron y que aún hoy en día nos siguen hablando, me refiero a esos Reyes Magos que llegaron a Belén, motivados por esa fuerza interior, acompañado de un vivo deseo de hallar al Niño y de un esfuerzo perseverante por conseguirlo, dejándose guiar dócilmente por la estrella. Era todo tan poético, tan salido del alma, que la contemplativa gloria divina, todavía ahora nos deja sin palabras. Transitando internamente el itinerario del Redentor, desde la pobreza del pesebre hasta el abandono de la cruz, comprendemos mejor la mística del amor, de ese amor que tengo que ser, para conciliar entrañas que no pueden juzgarse sin el corazón conmovido. Al fin y al cabo, todos somos una ruina a recuperar en este moverse por la tierra, con variadas cuerdas, pero que un buen músico sabe hacerlas vibrar todas, para reconstruir el mejor concierto viviente.
A un gran intérprete, ninguna discordancia lo cansa, siempre renace y prosigue el timón de lo armónico. Nuestros progenitores, aquellos humildes pastores encontraron a Jesús en “Bêt-lehem”, que significa “casa del pan”. Quizás nosotros ahora, también tengamos que reencontrar esos mismos panes para saciar tantas hambres en multitud de vidas humanas. Con la pandemia ya hemos descubierto que todos somos vulnerables. Esta es la peor atmósfera, la de estar hambrientos de amor. Andamos desprovistos de humanidad. Las necesidades humanitarias se han duplicado. Faltan soplos que trabajen, corazón a corazón, para calmar a esa masa de indigentes y desamparados. El intelecto está bien, pero no sirve para abrir moradas, donde se conjugue el verbo amar en todos sus modos, tiempos y personas. Por eso, lo importante es transformarse, impulsar otras creencias más allá del éxito y del poder, discernir y acoger el impulso de lo que es auténtico.
No es fácil resistir entre falsedades, también los Reyes Magos buscaron la verdad con desvelo y afán, y hallaron en el Niño, que resultó ser Dios, las esperanzas más sublimes y el gozo más glorioso. Realmente, un corazón en movimiento logra ver lo invisible en sueño, fruto de esa nostalgia que armoniza con la naturaleza, con la patria celeste, hasta volverse camino y envolverse de inquietudes. Somos así de hacedores, y no podemos bajar la guardia del entusiasmo, el pan diario de toda vida, puesto que es el mejor signo de salud moral y mental. Precisamente, quiero recordar que, en el año 2021, también celebramos el 75 aniversario de UNICEF. Gracias al apasionamiento de estas gentes de bien, que abarca tres cuartas partes de un siglo protegiendo a los niños de los conflictos, las enfermedades y la exclusión, así como defendiendo su derecho a la supervivencia, la salud y la educación, podemos continuar siempre hacia la altura. Tal vez, el secreto de aguante como linaje se halle en la genialidad de conservar el vigor del niño hasta el ocaso, lo cual quiere indicar que nunca podemos perder la emoción de alentarnos la vida unos a otros.