Un paseo por los ríos más importantes del país para disfrutar de unos días de relax y aventura.

Las ciudades que son bañadas por ríos siempre despiertan el interés del viajero. En el país, son muchos los ríos que se pueden disfrutar ya sea en silencio o desafiándolos para sentir la adrenalina. Desde De viaje (DIB) proponen un paseo por algunos de ellos.

El Atuel respira aventura

Rafting, kayak o doki, son sólo algunas de las opciones, pero no todas, que están al alcance del viajero que llega hasta San Rafael, esta ciudad mendocina atravesada por los ríos Atuel y Diamante, que sabe mixturar la adrenalina con el relax.

De los cinco ríos más importantes que hay en Mendoza, dos -justamente el Atuel y el Diamante- están en San Rafael; mientras que de los siete lagos, cinco están en esta ciudad donde la población criolla se fue nutriendo del aporte cultural de inmigrantes franceses, italianos y españoles. Y todos los espejos de agua tienen temperaturas que entre diciembre y Semana Santa oscilan entre los 20 y los 22 grados, lo que los hace agradables para hacer deportes acuáticos.

El rafting es un imperdible en San Rafael. (Archivo)

A 37 kilómetros de la ciudad está el Cañón del Atuel y el paraje denominado Valle Grande. Para ello se utiliza la ruta provincial 173. Allí da la bienvenida una frondosa vegetación junto al rumor del Río Atuel que corre en su lecho de piedras y en cuyo conjunto ofrece la posibilidad de disfrutar de la naturaleza.

De principio a fin, este camino va bordeando el río Atuel y custodiado por paredes de 260 metros en ambos costados. Los colores en la roca y las centrales hidroeléctricas son atractivos junto a la Cuesta de los Terneros, el Mirador San Francisco de Asís, El Nui (embalse, Club de Pescadores y Villa El Neil) y Valle Grande, donde se puede hacer un placentero viaje en catamarán, rafting o cabalgatas. El recorrido total de este circuito es de unos 160 kilómetros.

A la hora de desafiar al río, muchos optan por el clásico rafting de Valle Grande con recorridos que van de los 7 a los 12 km; algunos se animan al doki, una canoa inflable para dos personas que permite un contacto distinto con las turbulentas aguas del Atuel. Y los más valientes, hacen cool river, que consiste en subirse a un gomón individual y desafiar las sacudidas del río. Aquí la cercanía con el agua (uno va con medio cuerpo dentro de ella) hace que la experiencia sea sin filtro. Igualmente, es una actividad segura y no se atraviesa un rápido tras otro y hay momentos de descanso.

En tanto, a 40 kilómetros de San Rafael, el embalse Los Reyunos es un oasis de 750 hectáreas que invita a zambullirse en las aguas provenientes del río Diamante. Además de un club de pesca y lujares para alojarse, el lago ofrece deportes de aventura como esquí acuático, rappel, buceo, paseos en canoa y tirobangi, una tirolesa de 600 metros que une las dos márgenes del embalse. Pero a diferencia de la tirolesa tradicional, en el tirobangi uno va boca abajo, con las rodillas levemente flexionadas y los brazos abiertos como si fueran alas. Algo así como volar, aunque bien atado, claro está.

El Paraná tiene historia

El río Paraná es un gran río que atraviesa Brasil, Paraguay y Argentina. Tiene una longitud de 4880 km que lo sitúan como el segundo río más largo de Sudamérica y en nuestro país baña las costas de diversas ciudades que, en toda época del año, invitan a vivir horas de aventura y relax.

El río las provincias de Santa Fe y Entre Ríos. Sin embargo, desde hace más de cuatro décadas el Túnel Subfluvial Uranga-Begnis unió a sus respectivas capitales, Santa Fe de la Vera Cruz y Paraná, a sólo 20 minutos de distancia y que se han convertido en un corredor turístico importante. Ambas comparten la belleza del Litoral y la gastronomía con las bondades que ofrece el río.

Atravesar el túnel para llegar a cualquiera de las ciudades es una aventura en sí misma que transcurre en apenas tres minutos. Posee una longitud de casi tres kilómetros, está sumergido a 30 metros de profundidad y a mitad del viaje se indica el límite interprovincial, ubicado en medio del lecho del río Paraná.

En Paraná, es obligación disfrutar del río. (Turismo Paraná)

Santa Fe capital se destaca por su costanera de cara a la extensa laguna Setubal, atravesada por el puente colgante Oroño, construido a principios del siglo XX. Ese sitio de la ciudad, ubicado sobre la avenida 7 Jefes, es punto de encuentro para disfrutar de varias rondas de mates con amigos o en familia y durante la semana es ideal para caminar o correr con un paisaje lacustre que sugiere dejar la rutina a un lado.

Casas pintorescas de estilo moderno y tradicional, rodeadas por palmeras, y acogedores barcitos completan la escenografía de este rincón santafesino. La tranquilidad y el sol cálido de un domingo por la tarde invitan a degustar una cerveza en la provincia que condensa parte de la historia de esta bebida en el país.

Otro de los imperdibles de esta ciudad es poder saborear típicos platos a base de pescados del Paraná. Ejemplos: soufflé de boga, albóndigas, empanadas y milanesas de surubí; o boga a la parrilla con ajo y perejil para “caranchear”.

En tanto, la capital entrerriana mira de modo atento al río que le dio el nombre. Las palmeras típicas de esta región adornan esa mirada con la suavidad de su despliegue por las que se cuela el sol. La ciudad de ritmo apacible y calles estrechas pero pintorescas confluye en dirección hacia ese río que Los Chalchaleros describen como de “aguas marrones y bravas”.

Con una costanera totalmente integrada a la vida de la ciudad es imposible no disfrutarla. Allí, durante todo el día hay paranaenses haciendo actividades deportivas; pescando; compartiendo unos mates, tomando sol, o simplemente contemplando el sonido del río. Para los visitantes una de las opciones más interesantes es realizar un recorrido en lancha, durante 30 minutos o una hora, con los baqueanos de la zona.

El Paraná espera a los turistas a diez cuadras de la plaza principal 1° de Mayo, corazón del centro cívico comunal e histórico, donde se hallan la catedral Metropolitana, el Antiguo Senado de la Confederación y el Palacio Municipal, entre otros edificios. Además de la peatonal San Martín.

Para llegar al río previamente hay que atravesar un elegante barrio de calles cubiertas por árboles centenarios y casas de alto. Luego se arriba al Parque Urquiza que diseñó el paisajista Carlos Thays a finales de siglo XIX y se extiende de modo paralelo al Paraná. Las barrancas, las diversas especies vegetales y los caminos serpenteantes junto con las aguas bravías proyectan una imagen única.

La zona cercana a Playa Parque, precisamente en la calle Los Vascos, aún conserva la parte antigua de la ciudad, con adoquinado, casas de estilo colonial, callejuelas sin salida y arboledas añosas. Hacia el este de la ribera está el Complejo Playa de Thompson, con palmeras y un parque con asadores y mesas, y también se encuentra el Club Náutico.

Arrayanes, desafiando los sentidos

Una de las maravillas naturales que se puede vivenciar muy cerca de Esquel es el Río Arrayanes, un apasionante curso de agua turquesa del Parque Nacional Los Alerces, que interconecta su naciente, el Lago Verde, con el Futalaufquen donde desemboca con todo su colorido. Se trata de un espacio que atrapa tanto a senderistas como a ávidos contempladores de la biodiversidad y también a gustosos de la actividad náutica y la pesca deportiva.

El Río Arrayanas se disfruta en silencio sobre los kayaks. (Turismo Esquel)

Partiendo desde Esquel, el recorrido hasta llegar al Río Arrayanes es un periplo en sí mismo, que inicia en la Ruta Nacional 259, con la Cordillera de los Andes en el horizonte, fiel compañera de turistas y habitantes de la región. Luego, por la Ruta Provincial 71 se adentra en el Parque Nacional Los Alerces, Patrimonio Mundial Natural desde el año 2017.

En el trayecto, el bosque andino se abre paso en todo su esplendor. Más adelante el Lago Futalaufquen acaricia el camino hasta que el cielo se cubre con un techo de coihues. Al llegar a la zona del Cerro Riscoso, pequeños tramos del Río Arrayanes se dejan descubrir, apenas como rastros de trazos turquesa entre la vegetación.

Tras recorrer alrededor de 28 kilómetros sobre la Ruta 71, se llega a la Seccional de Guardaparques Arrayanes, desde donde se accede a un camping con bajada al río. Cada verano, éste es uno de los accesos predilectos de los visitantes. Unos kilómetros más adelante, sobre la misma ruta, un estacionamiento a orillas del Lago Verde abre paso a un sendero que lleva a la famosa “pasarela”.

Para muchos visitantes, el Parque Nacional Los Alerces cobija el río más hermoso del mundo, que despliega un insondable cúmulo de riquezas naturales a lo largo de sus cinco kilómetros de recorrido. Desde el mítico puente colgante “La Pasarela”, que lo atraviesa longitudinalmente, se puede admirar la rica biodiversidad que habita en sus profundidades.

El Río Arrayanes y sus costas, generosos en colorida biodiversidad, invitan a los visitantes a sumergirse en avistajes sin tiempo y capturas fotográficas que se debaten entre planos amplios, en los que los elementos del paisaje conjugan un todo deslumbrante, o los detalles precisos, en los que lo minúsculo potencia el valor de un universo que se descubre inabarcable.

Desde hace algunos años, sólo está permitida la navegación a remo, como una forma de priorizar el cuidado de las márgenes del río y el silencio como una manera de vincularse con el paisaje de manera responsable y armoniosa. La aventura náutica en kayak o “gomón” pone a prueba la percepción de los sentidos, embebiendo al visitante de la experiencia misma de las aguas cristalinas que se dejan llevar entre arrayanes. Desde adentro, ese universo inalcanzable y perfecto que se observaba desde la ruta, y que en la orilla invitaba a remojar los pies o tentarse con una zambullida; ahora marca el pulso de las emociones con su discurrir vertiginoso e inasible.

En sus costas, el Río Arrayanes es abrazado por numerosas especies, entre las que se destaca la “Luma apiculata”, también conocida como arrayán rojo o palo colorado: árbol perteneciente a la familia de las “mirtáceas”, que fue bautizado con su nombre más conocido por colonizadores españoles, en virtud de la semejanza de sus flores con las del arrayán europeo. Algunas especies características del bosque, como el monito del monte, el pudú pudú, el gato huiña o el huemul (monumento natural de la región) suelen rehuir a la presencia humana.

*Nota publicada en el suplemento De Viaje N° 196 (DIB) FD