San Andrés: a veces es preciso disfrutar de un paraíso cristalino

El archipiélago de San Andrés, un paradisíaco remanso de paz en el Caribe, es uno de esos lugares que merecen la pena ser explorados, entre días de playas y tardes de compras. Esta pequeña isla de Colombia de 60 mil habitantes, a 750 kilómetros de la costa continental pero ubicada a sólo 190 km de Nicaragua, tiene uno de esos mares celeste intenso, de los que se ven en las películas.

La isla, de 27 kilómetros cuadrados y con una temperatura promedio que ronda entre los 26 y 33 grados durante todo el año, es ideal por su tamaño para recorrerla pausadamente, ya sea en moto o carrito de golf. El mar de “siete colores”, la arena blanca y fina, su mundo submarino lleno de criaturas increíbles, la leyenda de Morgan y que sea un lugar libre de impuestos para aprovechar en los comercios, hace de este reino del all-inclusive, uno de los sitios más elegidos por los argentinos.

Si uno realiza un recorrido en sentido antihorario, siempre tendremos el mar a nuestra derecha, y al salir de la zona céntrica, comenzaremos a transitar por una ruta de muy bellos paisajes que bordea el mar. La primera atracción turística que uno se encuentra es la Cueva de Morgan, donde cuenta la leyenda que allí escondía los tesoros el pirata más conocido y temido de la zona.

Es uno de los sitios más ricos en caliza, formada de roca coralina conectada subterráneamente con el mar abierto, donde se estima que el legendario pirata escondía su tesoro. Tiene 35 metros de ancho y más de 200 metros de profundidad, y si bien nunca fue confirmado por los historiadores, son muchas las leyendas que lo ubican en esa zona. Además en los alrededores  de la cueva se han construido varias atracciones como el Museo del Coco donde se exhiben y venden artesanías exclusivas hechas en coco, y el Museo del Pirata donde hay una colección de objetos y armas de la época en que personajes como Morgan azotaban el Caribe.

Más adelante, siempre hacia el sur del territorio, se llega a la Piscinita, una pequeña piscina natural rodeada por una pared de roca coralina, donde por unos dólares se puede bajar a realizar snorkel y ver parte de la maravilla que ofrece el mundo submarino. Ya en el extremo de la isla se encuentra el Hoyo Soplador, un curioso fenómeno de la naturaleza por donde sale disparado un chorro de agua de varios metros de altura en días de fuerte oleaje. Sin embargo, algo de basura en esa zona daña considerablemente el paisaje.

Siguiendo el camino, se arriba a la Bahía Cocoplum, con una de las mejores playas para disfrutar. Arena blanca y fina, mar azul con poco oleaje y poca gente. Pero si uno busca algo más de ritmo, hay que continuar hasta la Playa San Luis, a pocos km de ahí, frente al hotel Decameron San Luis, generalmente repleto de turistas. En este caso, el espacio de arena no es muy grande y el agua es una zona rocosa, ideal para utilizar el snorkel y ver peces de mil colores. Increíble.

Hasta llegar nuevamente a la zona del centro por la costa, otras playas siguen sorprendiendo al viajero, y en todas ellas uno puede hacer una parada a refrescarse. Una de las más elegidas por su tranquilidad y ser ancha, lo que permite no estar amontonado, es la Spratt Bight, la playa principal de la isla, con 450 metros de extensión y a muy pocas cuadras del centro comercial.

En la isla donde el idioma oficial, junto al castellano, es el creole, una mezcla de dialectos africanos e inglés, hay diversos cayos que deben visitarse para descubrir un mundo diferente. Es el que está sumergido y que nos permite en medio de un cordón coralino, nadar con peces multicolores. El sistema de arrecifes alrededor de la isla es muy complejo y de gran importancia bioecológica, comparables incluso con los ecosistemas de selvas húmedas en cuanto a su biodiversidad. Por ello, practicar snorkel o buceo es una oportunidad única de descubrir un mundo que se muestra como un verdadero acuario natural.

Si las playas de San Andrés parecen soñadas, las de Johnny Cay y el Acuario superan los límites de cualquier imaginación febril. A 15 minutos en barco desde el centro, Johnny Cay es un cayo que puede rodearse en pocos minutos de caminata para encontrar alguna iguana verde y cangrejos. Después de recorrerlo, la mejor opción es disfrutar del mar y tomar, a la sombra de las palmeras, un coco frío con un toque de ron en su interior. Por lo general dan ganas de quedarse a vivir allí, y cuando el que maneja la lancha dice “arriba que nos vamos”, uno suele pensar en realizar un piquete.

A pocos kilómetros de allí, se llega a Cayo Córdoba o el Acuario, dos delgadas lenguas de arrecifes y arenas blanquísimas, separadas por algunos metros de agua que pueden atravesarse caminando sin mojarse más arriba del ombligo. El Acuario supo ganarse este nombre por la enorme riqueza de los peces de todos tamaños y colores que lo rodean y se refugian en sus formaciones coralinas.

Muchos suelen llegar hasta la isla con paquetes en hoteles con todo incluido. Tanto en estos lugares como si uno elige ir a un bar (no son muchos, consultar bien dónde ir), puede vibrar al ritmo llamado calipso, que además de guitarras utiliza un tambor metálico muchas veces fabricado a partir de barriles de petróleo reciclados. Además, hay que dejarse una tarde (y sobre todo dinero) para dedicarle a las compras. Es que San Andrés es un puerto libre de impuestos y uno puede adquirir, por ejemplo, un perfume a menos de la mitad de precio. No hay excusa para volver de la isla sin un regalo para la familia.