Bajo el término serendipia se engloban todos aquellos hallazgos que se producen de manera causal o accidental. Te contamos los 6 más famosos del ámbito científico.

Colonia de penicillium sobre una base en putrefacción con textura arrugada. (ISTOCK)

Serendipia es un término con una belleza característica: hace referencia a descubrimientos, o hallazgos, que se han producido de manera accidental.

Y, aunque ciertamente pueda parecer un suceso de lo más aleatorio con muy poca probabilidad de producirse, sorprende observar la forma en la que se ha reiterado a lo largo de la historia, dando lugar a algunos de los descubrimientos más importantes del ámbito científico.

1. LA PENICILINA

El descubrimiento de la penicilina es quizá el ejemplo más conocido de hallazgo accidental. Ocurrió en el año 1928 y tuvo como protagonista al bacteriólogo escocés Alexander Fleming. Mientras trabajaba en su laboratorio del Hospital St. Mary’s en Londres, Fleming observó que, de forma accidental, una de sus placas de cultivo de bacterias había sido inundada por la presencia de un hongo del género Penicillium.

Extrañado por el suceso, se dispuso a estudiar cómo había ocurrido y notó que alrededor del moho, las bacterias no crecían, lo que le sugirió que ese hongo podía estar produciendo alguna sustancia que inhibía el crecimiento de las bacterias.

Fleming identificó entonces esa sustancia como un agente antibacteriano y la llamó “penicilina”. Sin embargo, a pesar de este descubrimiento inicial accidental, el potencial terapéutico de la penicilina no fue inmediatamente reconocido y esta aplicación tuvo que esperar hasta una década para aplicarse: en 1940 una serie de científicos de la Universidad de Oxford realizaron investigaciones más profundas y desarrollaron un método para producirla en cantidades suficientes para su uso médico.

2. LOS RAYOS X

El descubrimiento de los rayos X ocurrió también de manera fortuita en el año 1895. En ese momento, el físico alemán Wilhelm Conrad Roentgen se encontraba realizando una serie de experimentos con tubos de rayos catódicos en su laboratorio y, de repente, notó que un tipo de radiación desconocida tenía la capacidad de atravesar objetos sólidos y de impresionar una placa fotográfica que se encontraba cerca. Intrigado por el fenómeno, decidió investigar más a fondo sus propiedades, identificándolo finalmente con una nueva forma de radiación.

Roentgen la denominó rayos X, utilizando la letra “X” como un indicador de desconocido. Sin embargo, inmediatamente reconoció el potencial de su descubrimiento y los posibles efectos positivos y aplicaciones que podría tener en el campo de la medicina, por lo que empezó a experimentar con esos rayos descubiertos de forma accidental y su capacidad para impresionar placas fotográficas.

3. LA RADIOACTIVIDAD

Otra serendipia es el descubrimiento de la radioactividad, atribuido al físico francés Henri Becquerel en el año 1886. Becquerel estaba realizando diferentes experimentos con sales de uranio, continuando las investigaciones de Roentgen acerca de los rayos X cuando, de repente, descubrió un fenómeno inesperado: al colocar una muestra de sal de uranio sobre una placa fotográfica envuelta en papel negro y exponerla a la luz solar, observó que la placa se había oscurecido, a pesar de que la muestra estaba protegida de la luz y no había sido expuesta directamente a los rayos solares.

El hallazgo hizo sospechar a Becquerel la presencia de una radiación desconocida que emanaba de la muestra de uranio y que tenía la capacidad de atravesar el papel. Sorprendido por el descubrimiento, el científico denominó a esa radiación como “uranio radiactivo” y comenzó a investigar sus propiedades abriendo, sin saberlo, un nuevo campo de estudio en la física y la química que sentó las bases para los posteriores trabajos de Marie y Pierre Curie.

4. LA MOLÉCULA DE BENCENO

Aunque menos conocido que los anteriores, el descubrimiento de la estructura del benceno fue uno de los episodios de serendipia más fascinantes. A mediados del siglo XIX, el químico alemán August Kekulé estaba investigando la estructura del benceno, un compuesto químico conocido por incluir seis carbonos, pero cuya estructura tridimensional era una completa incógnita en aquel momento. Según relata Kekulé en sus memorias, la estructura del compuesto vino a él en un sueño.

Una tarde, mientras volvía a casa en autobús, se quedó dormido y tuvo un sueño en el que una serie de átomos de carbono danzaban y chocaban entre ellos formando una especie de cadena que, finalmente, se transformaba en una serpiente que se mordía la cola.

Cuando Kekulé despertó, interpretó ese sueño como una representación de la estructura del benceno, sugiriendo que la molécula consistía en un anillo cerrado de átomos de carbono: a nadie en aquel momento se le había ocurrido que el benceno podría tratarse de un compuesto cíclico.

Estructura cíclica del benceno. Las esferas negras representan los átomos de carbono, mientras que las blancas se refieren a los de hidrógeno.

5. LA ENZIMA LUCIFERASA

Otro descubrimiento accidental muy importante dentro del ámbito de la química es el que hizo el bioquímico japonés Osamu Shimomura en 1960. Mientras estudiaba la bioluminiscencia en la medusa Aequorea victoria, Shimomura intentó aplicar ciertos procesos experimentales a la enzima luciferasa, sin embargo, debido al cansancio que acumulaba, confundió los compuestos a aplicar, aplicando erróneamente ácido clorhídrico. Sin embargo, este fallo inesperado resultó en la cristalización de la enzima, lo que le permitió aislar el compuesto bioluminiscente.

Años después, durante un retiro en bote en Friday Harbor, Shimomura recordó el incidente y decidió investigar más a fondo qué era lo que había ocurrido en realidad. Su trabajo condujo al descubrimiento y desarrollo de la proteína verde fluorescente (GFP), una molécula que emite luz verde cuando se expone a la luz ultravioleta. Por este descubrimiento, Osamu fue galardonado con el Premio Nobel de Química en el año 2008.

6. EL TEFLÓN

¿Te suena el politetrafluoretileno? Quizás lo reconozcas por su nombre comercial: el teflón. Pues su descubrimiento es otro ejemplo de un hallazgo por serendipia. En 1938, el doctor Roy J. Plunkett, un químico que trabajaba en la empresa DuPont, estaba investigando el desarrollo de nuevos refrigerantes y, durante uno de sus experimentos, observó un mal funcionamiento con una de sus muestras: el gas que esperaba encontrar, no se liberó como esperaba, lo que le llevó a estudiar el motivo tras ese comportamiento inusual.

Al examinar la muestra, Plunkett descubrió que el gas se había polimerizado para formar un polvo blanco y ceroso. Ese polvo resultó ser un nuevo polímero extremadamente resistente a productos químicos, al calor y a la fricción, propiedades que lo convertían en un material ideal para una variedad de aplicaciones industriales y de consumo.

Por Noelia Freire (National Geographic)