Por Daniel Armando Vogel – Hola buen domingo. Hoy, domingo 18 de mayo, la jornada comenzó con un alivio cauteloso para Zárate. A las 7:30 se difundió el comunicado tan esperado: la Dirección Municipal de Emergencias anunciaba la finalización de las alertas meteorológicas, poniendo fin al discurso de “Alerta roja en condiciones extremas” que había imperado desde la noche del sábado. Tras más de 30 horas de un temporal brutal, parece que el clima nos ha concedido un respiro… aunque ese respiro no exime la pesada lección de casi 40 horas de tensión y vulnerabilidad.
Lo que debería habernos llenado de júbilo—la moderación del temporal, la ausencia de repentinos vientos huracanados, la no caída de granizo—se torna en una amarga reflexión. Durante esas casi 40 horas, la ciudad vivió al filo de la impotencia impuesta por una fuerza superior: el agua, que con su implacable caudal golpea sin pedir permiso. Se registraron 445 mm de lluvia en un escenario que, acostumbrado a un promedio de 70 mm en mayo, dejó ver que nuestra planificación urbana se encuentra muy por detrás de la magnitud de la amenaza natural.
La crónica de la tormenta no es solamente un relato de cifras extraordinarias o de protocolos que se activan al amanecer. Es el reflejo del dolor y la incertidumbre de aquellas familias que vieron sus hogares transformados en zonas de anegamiento, de una población que, por breves horas, se sintió desprotegida ante un fenómeno que desafía cualquier intento de control. La respuesta de las autoridades—el colapso de la Ruta Nacional 9, la evacuación de cientos de personas, la habilitación de centros de emergencia—demuestra que la magnitud del desastre no puede ser desestimada ni relegada a simples medidas de emergencia.
Recordemos el devastador episodio del 17 de diciembre de 2023, cuando el viento arrasó lo que encontraba a su paso, obligando a reparaciones urgentes en árboles, postes y cables; acciones paliativas que, si bien necesarias, no logran ocultar la vulnerabilidad estructural de una ciudad carente de una planificación hidráulica acorde a su crecimiento. No basta con instalar infraestructuras improvisadas o modernizar el viejo mobiliario urbano: es imperante diseñar un modelo que contemple el riesgo y adopte medidas preventivas robustas para proteger a la comunidad.
Lejos de caer en la tentación de señalar culpables en cada rincón—ya sean gobiernos o gestores urbanos que permitieron asentamientos sin estudios adecuados—este episodio debe servir como un llamado a la acción colectiva. La inminencia de fenómenos meteorológicos intensos, que en décadas pasadas se consideraban excepcionales, se hace cada vez más rutinaria y severa. El desafío está en adoptar políticas integrales que prioricen la seguridad y el bienestar, sin dejar que el progreso desenfrenado se juegue a expensas de la vida y la integridad de los vecinos. Porque tenemos miles de familias que perdieron todo. Literal, todo.
Este domingo no solo nos regala la calma momentánea de una tormenta que retrocedió; nos impone la obligación de transformar el dolor y la incertidumbre en estrategias de prevención y resiliencia. La naturaleza, implacable en su fuerza, nos recuerda de nuevo que no somos dueños del clima. Pero sí podemos y debemos reconquistar el control sobre nuestro espacio urbano, planificando y actuando antes de que la próxima tormenta nos encuentre desprevenidos.
Entre la aparente calma y el inminente regreso de la furia, es imperativo que cada gesto, cada política y cada proyecto se orienten a proteger lo que más importa: la vida, la comunidad y un futuro en el que Zárate no sea nuevamente un escenario de catástrofe. Que este domingo se convierta en el punto de inflexión para dejar de sobrevolar con helicópteros los problemas a la distancia y comprometernos, de manera real y decidida pisando el barro, con la transformación de nuestra ciudad.
Ahora, bajará el agua, tarde o temprano. Aparecerán los daños, y habrá mucho dolor. Pero, también aparecerán las enfermedades, los daños psicológicos, los virus, etc.
Felizmente no tuvimos que lamentar ni una sola víctima, pero la alarma se prende nuevamente, estos fenómenos que hace 30 años hacían reír a muchos, llegaron y para quedarse, o repetirse muy seguidos y con mayor dureza.
Es hora de actuar. Deben cuidarnos, de los narcos, de los chorros, de las enfermedades y también pongan ya definitivamente en agenda, del clima.
Que tenga el mejor domingo, posible.
AL QUE LE QUEPA EL SAYO…