Víctor CORCOBA HERRERO – “Una vida bien versada es una vida bien vivida”. El deseo de vivir es algo innato en toda existencia, sea cual sea su reino, pues también los animales salvajes y las plantas silvestres nos acompañan a formar parte de esa necesaria biodiversidad, en la que todos tenemos cabida y misiones específicas. Desde luego, la primera obligación de todo ser humano es contribuir a dar aliento, a preservar y utilizar de forma sostenible la gran diversidad de savia en el planeta, a ponernos en camino y siempre hacia adelante. El único sentido por el que vivimos y cohabitamos radica en donarse (para dar vida) y en quererse (para ser verso), pues una vida bien versada es una vida bien vivida. No podemos hacer de nuestro hogar terrenal, por el que caminan innumerables especies, un espacio destructor de sueños y esperanzas. Hay que ser conscientes de nuestros andares, ponernos en la dirección correcta, prologar el entusiasmo por desvivirse y prolongar las vivencias que nos unen, dejarse sorprender y asombrar por lo vivido y saber, que tengo que ser responsable, porque ahora existo y por mi existirán otros. Por eso, es vital unirse y reunirse por una misma preocupación, la de injertarnos luz para no generar más daños ecológicos. Porque una violación contra la naturaleza es un quebrantamiento contra nuestro florecer.
Precisamente este 2020, al que personalmente he bautizado como “el del encuentro con el verso de la vida”, estoy convencido de que va a proporcionar una oportunidad única de progresos transformadores en pro de la conservación y del uso sostenible de las especies de fauna y flora silvestres en respuesta a los desafíos mundiales de desarrollo sostenible que pueden abordarse mejor con soluciones sustentadas en la propia naturaleza. Hay que regresar al entorno existencial para sentirnos parte del poema, activar las conciencias de saber estar y coexistir, movilizar los corazones y congregar latidos en favor de espacios más habitables para todos. A propósito, la Convención sobre el Comercio Internacional de Especies Amenazadas de Fauna y Flora Silvestres (CITES), acaba de lanzar una web, que será actualizada periódicamente con información sobre el Programa y las actividades que este apoya en América Central, del Sur y del Caribe, África y Asia, en la que brinda una experiencia de navegación interactiva e intuitiva para cualquier persona interesada. Lo importante es tomar cognición de nuestras obligaciones y llevarlas a buen término, pues la vida en plenitud se vive si uno al fin se desvive por ella, sabiendo que nada de este mundo nos debe resultar indiferente.
En efecto, la vida no es fácil para nadie, exige tenacidad y esfuerzo, coherencia con la comprensión de lo auténtico y empeño en comprender la verdad, dedicación a los demás antes que a uno mismo y brindis por el valor intrínseco de la flora y fauna que nos circunda, pues sus contribuciones ecológicas, recreativas y estéticas al desarrollo sostenible, están ahí, avivando nuestro propio bienestar. Seamos agradecidos y tomemos buena nota de ese futuro que necesitamos, del que todos tenemos que formar parte, al menos para contribuir a unas atmósferas más armónicas que las actuales. Sin duda, los agentes contaminantes y el cambio climático son las mayores amenazas para el desarrollo sostenible en todo el mundo, todo ello como resultado de la irresponsabilidad de nuestras acciones, que tendrán implicaciones sobre toda existencia. En realidad, la pérdida de selvas y bosques, en demasiadas ocasiones propiciadas por la acción humana, nos deteriora la calidad de la vida, porque no podemos olvidar que todos estamos conectados entre sí, y cada cual tiene su valor, pues nos necesitamos unos a otros en ese pulso viviente que nos ha incrustado el distintivo aliento que nos embellece de pasos.
El poema de la vida, en consecuencia, no puede degradarse. La humanidad tampoco puede deshumanizarse o cultivar vacías palabras, frente al gemido del planeta y la lamentación de los excluidos. Sin duda, hemos de pensar en un mundo distinto, menos enfrentado y más solidario con el agotamiento, ya no solo de algunas reservas naturales, también con el propio espíritu humano que no puede debilitarse por alimentar vicios autodestructivos, que acabarán pasándonos factura a todos los seres vivos. El ámbito de lo irracional tiene que dejar de gobernarnos. No somos Dios, por muy endiosados que nos sintamos, lo que si somos es el verso creativo, el timbre de lo existencial, el pensamiento que nos ha de reconciliar hacia otros horizontes más serviciales y menos dominadores. Todo debe de moverse por amor, orientarse hacia el amor, ordenarse con amor, redimirse por amor, que es lo que verdaderamente nos hace crecer como humanos seres vivos. Ojalá aprendamos a reconducirnos, a reamarnos en vez de rearmarnos, a recuperar lo creado para recreación de todos. No podemos abandonarnos a una vida que nos esclaviza y consume, que nos hace perder el sentido de familia, que nos degenera el ambiente de nuestro propio hábitat y también nos corrompe con avances que no son, pues este deterioro viviente que sufren todos los continentes lo que nos cuestiona al fin son los comportamientos de cada uno de nosotros.