Por Daniel Armando Vogel – Buen día, buen domingo, el primero de marzo, volvieron las clases, se va terminando lentamente el verano, aunque nos deje un gran calor todavía por varios días más. Hoy voy a remontarme a lo dicho en esta columna el domingo pasado bajo el título, “MUERTE: REVERSIBLE E IRREVERSIBLE…”, que les confieso me quedó inconcluso y que, si me acompaña en la lectura de hoy, comprenderá. Me tocó vivir esta semana uno de los momentos más duros y tristes que un ser vivo pueda atravesar, DESPEDIR A LA MUJER QUE LE DIO LA VIDA.
Decía el domingo pasado: “Buen día, buen domingo para todos. Se despide en la presente jornada, en el último fin de semana del segundo mes del año, el mes de febrero, que se va muriendo. Y se mueren algunas cosas más, veámoslas juntos”.
Y luego de recorrer y analizar los temas, terminamos diciendo esto:
“Así las cosas, la semana nos ha dejado la noticia de casi 50 mil muertos en Turquía, un Festival Tanguero muerto y vecinos muertos de miedo por la falta de seguridad en Zárate.
Todo esto corregible y reversible, la naturaleza basta con dejar de seguir dañándola, el festival con reconocer que Zárate ya no es Tango ni lo será y que, si los políticos toman conciencia y hacen lo que deben hacer, contralarían la inseguridad que hoy día nos invade.
Todas estas circunstancias, se pueden resolver, revertir y reavivar. Lo que no se puede es modificar la vida, que también se muere.
Y cuando ella llega para un ser querido cercano, cuando te das cuenta de que se termina… que se te escapa y escurre como agua entre los dedos y que El que la dio la vuelve a pedir, es cuando se ve la templanza humana y la esperanza de cada cristiano”.
Y terminaba como firmo todos los Editoriales “al que le quepa el sayo…”
Pero, confieso, censuré la última frase: “GRACIAS MAMÁ… te amaré por siempre”.
Y lo hice porque la vida de mi querida madre Susana Ziga estaba en sus últimas horas, pero todavía le quedaba resistir, porque tal vez quiso o le pidió a Su Creador, que este jueves 2 de marzo le dejase cumplir sus 87 años y, terminado “su día” iniciada la madrugada del 3 de marzo, este viernes, a las 01 hora y 44 minutos, descansó en paz…, y me dejó, definitivamente huérfano, de padre (hace 8 años) y ahora, de madre…
Y sobre esto, quiero hacer un renglón aparte, porque amigos inexorablemente “Lo que no se puede es modificar la vida, que también se muere” como escribí el domingo pasado.
Pero, aunque ese instante a todos nos llegará sin importar lo poderoso que cada ser humano pueda llegar a ser, también “se puede vivir para hacer vivir”.
Mi madre, afiliada al PAMI por ser jubilada, fue internada en la Clínica Santa Clara de Zárate, que pertenece a la Red BASA y que administra la UOM de nuestra zona. Allí se internó en emergencia el 31 de enero y falleció el 3 de marzo, como dije.
Viví, como las circunstancias de su delicada salud proponían, cada día como me dijeron desde el minuto uno “El Dr. Sforza y su equipo médico”. Y así la peleamos en agotadoras jornadas con vaivenes, nos alegrábamos porque la medicina lograba dar un paso adelante en algún diagnóstico, pero rápidamente aparecía otra complicación más que había que atender, hasta que se sumaron muchas en simultáneo producto de un cuerpito desgastado y esas cosas de la edad.
Ahora voy al tema de mi editorial de hoy: Vivir para hacer vivir.
Treinta días me mudé a la Santa Clara, ahí donde acaricié, mimé, hablé y lloré a mi madre hasta sus últimos minutos. Acompañé cada informe médico diario de las 08.00 cada mañana, cada pinchazo, cada crisis de las que salía. Días con informes de mejoría que te daban alegrías, pero de los otros también… esos que por más fuerte que seas, se te cae una lágrima.
Ahora cuando uno vive, también convive con muchas personas.
Compañeras de sala, que se fueron antes. Ya descansan en paz. Conocí esas familias por compartir la misma sala de internación, y el gemir de la despedida.
Pero también conocí los ángeles. Los que siempre con una oración, plegaria acompañaban cada día desde lo espiritual la vida de mi madre, esos que no se ven, pero que por la fe que abrazamos desde pequeños, sabemos que nos acompañan cada instante.
Pero vi los otros, también.
Ángeles de carne y sangre, mujeres y hombres. Esos, que son humanos que suelen cansarse, sin dejar de correr, esos y esas que, con problemas personales como todos, los que sin ganar buenos y merecidos sueldos, se calzan el ambo en cada turno y empiezan a amar la vida, sin mirar color de piel, de ojos, de apellidos, de condición económica, de familias; esos que solo tienen ojos y vocación sin agujas de reloj, para el ver un querido paciente y darle la mejor calidad de vida posible.
Ellas son madres que dejan sus hogares, a sus hijos y nietos, que traen a cuesta sus dolores y cansancio, pero que nunca se olvidan de traer la humanidad en la sangre y en la piel y la sonrisa pura y franca para alentar y atender a cada abuelita/o que pisa la Santa Clara de Zárate, mucho más allá del Juramento y de los recursos con los que cuentan.
SANTA CLARA, un verdadero orgullo de Zárate. Por su don de profesionales y personal. Desde los médicos, enfermeras, camilleros, cocineras, personal de seguridad, administrativos y de limpieza.
Y digo en mayúsculas: SANTA CLARA.
Allí, mi madre no tenía mi apellido, era como todos, un paciente más, por quién igualitariamente como a todos, había que desvivirse para que viva, y lo mejor posible mientras los necesitaba.
Y claro que, al desnudo, vi también la injusticia y la ignorancia de tener que soportar a quienes no aceptan con esperanza la muerte y creen que una enfermera es un dios y que su familiar no puede ni debe morir.
Las he visto llorar por agresiones, insultos, amenazas, desprecios… (y más).
Pero, así y todo, muchas veces incomprendidas por las familias, las he visto no mutar un milésimo la atención por ese paciente por el que viven para hacerlo vivir un poco más, un día más, un rato más, mejor. Sin dolor.
Por ello no dudo darían, como lo hacen diariamente, sus propias vidas para que sus pacientitos no tengan que partir, a la hora que como mil veces me repitieron, solo Dios conoce.
Y cuando la hora llega, te abrazan, te dan contención y amor.
SANTA CLARA, estás completa de profesionales y personal llenos y plenos de humanidad, los que te dan -mientras Dios el creador quiera- vida de la buena, acá en Zárate.
Gracias, muchas gracias por vivir y hasta desvivirse, para hacer vivir.
SANTA CLARA DE ZÁRATE, ¡¡¡Dios los Bendiga siempre!!!, por ser tan profesionales y personas con tanta humanidad a flor de piel.
AL QUE LE QUEPA EL SAYO…