Un trabajo realizado por investigadores de la Facultad de Ciencias Exactas de la UBA estudió el desarrollo de los mosquitos en condiciones nutricionales similares a las naturales. Los resultados mostraron que la variabilidad natural afecta el desarrollo de larvas y hasta el tamaño de las hembras pero que, incluso en peores condiciones que las estudiadas en el laboratorio, la tasa de supervivencia es muy alta.
La enorme mayoría de los estudios epidemiológicos que busca entender el éxito reproductivo del mosquito Aedes aegypti, vector transmisor del dengue y otras enfermedades, se hacen en laboratorios y bajo condiciones “controladas”: las larvas son alimentadas a partir de alimento artificial. Pero, ¿qué pasa cuando el ambiente es más realista y natural, en los recipientes con agua de las casas y jardines?
Un estudio del biólogo Pedro Montini, becario doctoral del CONICET, y de la doctora Sylvia Fischer, publicado recientemente en la revista Medical and Veterinary Entomology, demostró cómo la variabilidad de alimento, en estado natural, termina afectando el desarrollo de las larvas y hasta el tamaño de las hembras. También registraron que, incluso en peores condiciones, comparadas a las del laboratorio, la tasa de supervivencia es muy alta.
“La mayor limitante para la abundancia de mosquitos tiene que ver con la cantidad de recipientes que puedan tener las larvas y la cantidad y calidad de alimento natural en esos cacharros y otros depósitos. En los recipientes donde se recibe muy poquito de la materia orgánica que funciona como alimento, hay un efecto negativo en el desarrollo de las larvas y en la supervivencia y desarrollo de las hembras”, comenta Fischer, investigadora independiente del CONICET, en diálogo con la Agencia CTyS-UNLaM.
Ya sea con mucho o poco alimento, los investigadores comprobaron que la tasa de supervivencia era muy buena, aunque peor si se la comparaba con las condiciones y la dieta del laboratorio. “Eso prueba que es un mosquito bien adaptado a la escasez y variedad de condiciones en la naturaleza. Incluso con tiempos de desarrollo más largo, con ciclos más lentos y con baja abundancia de alimento natural, no se muere. La mayoría termina llegando, igualmente, a la etapa adulta”, advierte Fischer, quien es investigadora en la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA.
Los resultados a los que arribaron los investigadores son de enorme importancia ya que apuntan, en consideración de Fischer, al punto clave sobre el que hay que actuar. “La cantidad de recipientes y alimentos que haya en los recipientes va a determinar la cantidad de mosquitos que habrá, lo que tendrá una relación directa con el riesgo epidemiológico”, explica la especialista.
Algunas de las medidas tomadas a partir de la pandemia, señala la doctora en Ciencias Biológicas, impactaron de forma indirecta en los casos de dengue en Argentina. “En el país no tenemos dengue todo el año. Para que haya un brote, necesariamente tienen que venir personas infectadas desde otras regiones. En la medida en que los viajes estén limitados, nos protegerá o retrasarán esos casos. Sin embargo, ya surgieron casos en algunas zonas de Latinoamérica que nos tiene que servir como una señal de alerta”, advierte.
Políticas públicas: de la casa a la escuela
Los entramados sociales y políticos son tan complejos, cuando se habla de epidemiología, que basta ver el caso del dengue para entender cuán necesarias son políticas públicas que aborden el problema desde distintas aristas. Para Fischer, si bien Argentina tiene directrices claras en cómo avanzar en la prevención del dengue, a veces el proceso se dificulta cuando pasa a lugares específicos, con realidades particulares.
“Es clave tanto facilitar el acceso al conocimiento como trabajar a nivel comunitario para visualizar el problema en cada lugar. No es lo mismo un lugar con acceso al agua de red que un lugar sin acceso, donde acumulan agua para regar o lavar. Las medidas que se tomen serán distintas”, analiza.
“A veces pareciera más efectivo, o que tiene más visibilidad, realizar fumigaciones en diversos lugares. Pero es una medida que no solo tiene muy poco efecto real en las poblaciones de mosquitos, sino que, además, tiene muchas contraindicaciones”, agrega la investigadora.
Lo que sí tiene un rol esencial es el descacharrar o eliminar recipientes que puedan acumular agua, para reducir la abundancia de mosquitos. “Ahí tenemos el problema de que, desde lo operativo, los recipientes están en el ámbito de lo privado, donde el Estado no tiene incidencia directa. Se puede hacer desde el convencimiento o desde la facilitación, cuestiones que, en general, no funcionan del todo bien. Y las campañas deben hacer más hincapié en las larvas y su ciclo de vida, para que se entienda la importancia de descacharrar”, agrega.
En el caso de la facilitación, Fischer pone como ejemplo las cubiertas de los neumáticos, lugares ideales para el desarrollo del Aedes aegypti. “Desde el Estado, por ejemplo, se podría facilitar la disposición final de cubiertas, sin costo, para los dueños de gomerías. De esta manera, sería mucho más fácil que se deshicieran de ellas, y no acumularlas al aire libre”.
Más allá de estas posibles medidas, la investigadora señala que una buena estrategia, pensando más en el mediano y largo plazo, es incluir esta temática en los contenidos de las escuelas. “Los niños son grandes actores del cambio y, en general, convencen a los adultos de cambiar sus prácticas y adquirir hábitos más saludables. Sería importante capacitarlos y enseñarles cómo hacer las cosas distintas a como las venimos haciendo, generarían cambios que, por el momento, es algo que sigue costando, y mucho”, considera.
Nicolás Camargo Lescano (Agencia CTyS-UNLaM)