Desde Fundación Vida Silvestre alertan sobre los impactos negativos de la producción de alimentos en el ambiente y el bienestar de las personas. La forma en que se producen y consumen los alimentos ejerce una enorme presión sobre los ecosistemas. Los actuales sistemas de producción de alimentos están basados en una explotación insostenible de los recursos naturales y son los principales impulsores de la pérdida de biodiversidad y la degradación y destrucción de ecosistemas: esto exacerba la actual crisis climática y ecológica y pone en riesgo la seguridad alimentaria mundial y el bienestar humano.
Actualmente, más del 75% de la superficie del planeta ya ha sido transformada por el ser humano y de esa proporción, un 41% está destinado al sector agroalimentario. Desde 1990, más de 420 millones de hectáreas fueron deforestadas (lo que equivale a más de 46.000 canchas de fútbol por día) y la producción agropecuaria es responsable del 90% de esta transformación. Las cifras de pérdida de biodiversidad también son contundentes: sólo el 4% de la biomasa total de mamíferos actuales son silvestres, el 60% son ganados (vacas, chanchos, pollos, entre otros) y el 36% son humanos.
Además, a nivel mundial, el sistema alimentario es responsable del 80% de la pérdida de biodiversidad, el 80% de la deforestación y el 29% de las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI). El panorama es aún más complejo si tenemos en cuenta que para 2050 tendremos un 20% más de habitantes que en 2023, lo cual implicará un aumento de más del 70% en la demanda de proteína animal y más del 50% en la demanda de alimentos en general.
Esto deja en evidencia que la forma en que venimos produciendo alimentos a gran escala debe revisarse, con el objetivo de lograr un real desarrollo sustentable compatible con la alimentación de una población global creciente y dentro de los límites planetarios. La pérdida de biodiversidad amenaza también la seguridad alimentaria, por lo que las acciones para transformar nuestro sistema alimentario mundial se vuelven prioritarias.
¿Qué pasa en Argentina?
Argentina es considerado uno de los productores de alimentos más importantes a nivel global, siendo la producción de carne vacuna y soja las principales impulsoras de la pérdida de biodiversidad. Siguiendo la tendencia global, la agricultura está orientada más al engorde de animales y producción de biocombustibles que a la alimentación de personas, algo muy preocupante teniendo en cuenta que, en nuestro país, aproximadamente el 30% de los niños, niñas y adolescentes sufre emergencia alimentaria.
En cuanto al cambio de uso del suelo, Argentina se encuentra entre los diez países con mayor tasa de deforestación en el mundo y, a pesar de contar con la Ley de Bosques desde el año 2007, el 76% de la deforestación sigue siendo ilegal. Pero no solo preocupa la deforestación, también se ha perdido el 80% de los pastizales pampeanos. Esta transformación de ambientes naturales es impulsada principalmente por la agricultura y ganadería industrial.
“Argentina es uno de los países con mayor biocapacidad del mundo. Además, en nuestro país el sector agroalimentario implementa algunas medidas y procesos que se encuentran a la vanguardia de la sostenibilidad ambiental a nivel global. No obstante, los indicadores presentados son contundentes, necesitamos transformar declaraciones en compromisos y compromisos en acciones para frenar la pérdida de ambientes naturales, recuperar la capacidad productiva de las áreas degradadas, ordenar el uso del territorio y construir políticas de estado que aseguren que la producción y la conservación sean las dos caras de la moneda del real desarrollo sostenible, en favor de las personas y la naturaleza”, afirma Manuel Jaramillo, director general de Fundación Vida Silvestre Argentina.
En este contexto, es responsabilidad de toda la cadena de valor del sector agroalimentario ser parte activa de la transformación de los modelos de producción insostenibles para asegurar el bienestar de las personas y la naturaleza. Entre esas acciones, el sector privado debe:
- Asumir compromisos ambientales públicos de mejora, que sean medibles, monitoreables y verificables, reportando anualmente los avances en su cumplimiento.
- Asegurar la trazabilidad y etiquetado de los insumos, productos y subproductos que comercializa.
- Invertir recursos financieros para la conservación y restauración de ecosistemas donde opera la empresa.
- Garantizar que todas las inversiones, préstamos, carteras de clientes, negocios relacionados con el uso de la tierra y bienes raíces, sean libres de deforestación y conversión de ecosistemas
- Reducir el desperdicio de alimentos en toda la cadena de valor.
- Asegurar que toda la cadena de suministro sea 100% libre de deforestación y conversión, y garantice el respeto por los derechos humanos.
Un consumidor cada vez más exigente
Actualmente, el interés por productos que se elaboran teniendo en cuenta los impactos socioambientales está en aumento, y se vuelve imprescindible contar con mayor oferta para responder tanto a las nuevas demandas de los consumidores, como también a la del planeta, en un contexto de crisis climática y de biodiversidad. Según un estudio realizado por Fundación Vida Silvestre Argentina y WWF Brasil con el objetivo de investigar el nivel de conocimiento de los consumidores sobre el impacto de las elecciones de los alimentos en el ambiente, el 60% de los encuestados argentinos manifestó estar de acuerdo con la posibilidad de adoptar nuevos hábitos alimentarios.
“Los resultados del este relevamiento arrojan datos interesantes y opiniones formadas. El cambio se produce en busca de opciones que reduzcan los impactos ambientales, como la transformación de ambientes, la pérdida de biodiversidad, las emisiones de C02, y la contaminación y generación de residuos. El consumidor, visiblemente más consciente, responsable y comprometido, expresa su necesidad y pide respuesta a la demanda de productos saludables y de menor impacto socioambiental”, agrega Jaramillo.
La conciencia alimentaria y ambiental es una tendencia que, sin dudas, está creciendo. En este contexto de crisis y urgencia, el consumidor tiene un rol fundamental: al momento de elegir aquello que desea consumir, está fomentando la producción de determinados productos y desalentando la producción de otros. Y esto puede ser positivo o negativo para el ambiente, dependiendo de esas elecciones. Por eso su participación en esta transformación es clave, al elegir y exigir productos que sean, además de saludables, amigables con la naturaleza.
Resulta primordial redefinir los modelos de producción y de consumo, respondiendo a las tendencias alimentarias y productivas que demanda el mercado global y garantizando los cuidados necesarios para todas las personas, así como también para nuestro planeta.