Nuestro colaborador Claudio Valerio, viene insistiendo en su proyecto de declarar a Campana, Capital del Asado de Tira. Para ello ha presentado varios trabajos de investigación y argumentando con ellos, los proyectos presentados en todos los ámbitos políticos posibles a efectos de lograr su cometido. Hoy aporta esta reflexión respecto a la cultura de la alimentación para los pueblos del mundo.
Es bien sabido que el conocimiento y el acercamiento de las comunidades hacia lo patrimonial ha ido cambiando; con el tiempo, en la medida en que espacios como los museos se han ido aggiornando, permitiendo la incorporación de tecnología, a la vez que han flexibilizado sus políticas, han abierto sus puertas al público a fin de, paradójicamente, no tener que cerrarlas definitivamente. En los últimos tiempos han tomado mayor auge elementos del patrimonio cultural que antiguamente pasaban desapercibidos.
Las costumbres gastronómicas, los rituales a la hora de comer y los elementos asociados a estos rituales, forman parte de situaciones cotidianas que por ordinarias y comunes no dejan de tener su encanto e importancia. Ellas han trascendido épocas y escenarios disímiles. Marcan una conducta alimentaria que brinda material de estudio no solo a las ciencias sociales, sino a las naturales: historiadores y antropólogos toman de ellas multiplicidad de datos que, aún hoy, transpolados en el tiempo pueden ser analizadas.
La alimentación es un asunto vital para los seres humanos. La preparación de alimentos cocidos por el fuego tiene una larga historia, y que está íntimamente entrelazada a la evolución del ser humano. El acto de comer y la conducta alimentaria, implica un hecho necesario para la supervivencia; pero no es meramente un hecho biológico, sino también un hecho social en el que se vinculan el hombre biológico, al hombre social.
Los alimentos, las recetas y los elementos intervinientes en su preparación (a través de los ritos), hablan silenciosamente el idioma de lo intangible. Es posible verlos como símbolos que representan comunidades en un contexto histórico, y sus preferencias; sobre esto último cabe pensar, en relación al patrimonio: ¿qué es lo que hace valioso un objeto o acto, y que este trascienda en el tiempo? Podemos ensayar varias respuestas, como ser la aceptación por gran parte de la comunidad, el uso cotidiano, la valorización por parte de otras comunidades y, también, la aceptación de su uso. ¿Por qué es tan importante su reconocimiento, puesta en valor y protección? Porque se trata de un elemento constitutivo de la identidad de la comunidad que lo originó, rasgo que la individualiza y la hace única.
En las sociedades modernas, la revalorización del patrimonio tangible e intangible puede ser visto también como una fuente de ingresos destinados al desarrollo local.
Como lo expresa el documento base del “proyecto turismo cultural para américa latina y el caribe” lanzado por la UNESCO a fines de los ‘90, ya por entonces se verificaba la urgencia de profundizar en la revalorización del patrimonio gastronómico como uno de los pilares donde debía basarse el turismo regional. Este documento marcaba la necesidad de reflexionar sobre la importancia de la comida como un bien cultural de peso, equiparable a aquellos pertenecientes al patrimonio tangible. La escasez de re-flexiones acerca de esta importancia marcaba claramente según los autores del documento, la falta de políticas de puesta en valor. Se señalaba que toda política cultural, bien concebida, debe asumir que el acto de comer, concebido como una tradición y a la vez como un acto de creatividad, es mucho más que un hecho alimenticio.
Por otro lado el texto de la convención para la salvaguarda del patrimonio inmaterial cultural de la UNESCO (2003) expresa en su artículo 2 las siguientes definiciones:
A los efectos de la presente convención,
1. se entiende por “patrimonio cultural inmaterial” los usos, representaciones, expresiones, conocimientos y técnicas -junto con los instrumentos, objetos, artefactos y espacios culturales que les son inherentes- que las comunidades, los grupos y en algunos casos los individuos reconozcan como parte integrante de su patrimonio cultural. Este patrimonio cultural inmaterial, que se transmite de generación en generación, es recreado constantemente por las comunidades y grupos en función de su entorno, su interacción con la naturaleza y su historia, infundiéndoles un sentimiento de identidad y continuidad y contribuyendo así a promover el respeto de la diversidad cultural y la creatividad humana. a los efectos de la presente convención, se tendrá en cuenta únicamente el patrimonio cultural inmaterial que sea compatible con los instrumentos internacionales de derechos humanos existentes y con los imperativos de respeto mutuo entre comunidades, grupos e individuos y de desarrollo sostenible.
2. El “patrimonio cultural inmaterial”, según se define en el párrafo 1 supra, se manifiesta en particular en los ámbitos siguientes:
a) tradiciones y expresiones orales, incluido el idioma como vehículo del patrimonio cultural inmaterial;
b) artes del espectáculo;
c) usos sociales, rituales y actos festivos;
d) conocimientos y usos relacionados con la naturaleza y el universo;
e) técnicas artesanales tradicionales.
El poder vislumbrar, entre otras cosas, al asado de tira como patrimonio local, implica el desarrollo de proyectos educativos tendientes a informar a la ciudadanía acerca de lo que “es de todos”, y concientizarla acerca de su cuidado y difusión. El turismo, y el desarrollo local derivados de este, solo serán posibles luego de sentar bases de conocimiento sólidos y definir políticas culturales locales, con proyección a futuro.