Los investigadores Fernando Milano (UNICEN) y Leónidas Osvaldo Girardin (CONICET) reflexionaron sobre la dimensión ambiental que, al día de hoy, quedan fuera del debate sobre los modelos productivos a seguir. Costos energéticos, económicos y naturales del paradigma vigente.
El 2020 parece un año signado por una premisa: el avance sobre los ecosistemas tienen consecuencias a la vista, a gran escala y difíciles de reparar. A la pandemia por Covid-19, se sumó la propagación de incendios en el centro y norte del país, que arrasaron con miles de hectáreas de ambientes naturales e incluso sobre viviendas, dejando diversos territorios consumidos por el fuego, el humo y la ceniza.
En paralelo, los designios del sector productivo siguieron su curso, y el acuerdo por la exportación de carne porcina para el mercado chino parece avanzar a pesar de no contar con licencia social. Frente a este escenario, parte de la comunidad científica, el sector ambientalista y los pueblos afectados reclaman un cambio en la forma de concebir la naturaleza, antes de que sea demasiado tarde.
“Este estado de cosas nos reveló cómo es el mundo real, un mundo con entropía, con incertidumbre, con efectos acumulativos e irreversibilidades, que los economistas tradicionales parecen no ver”, reflexionó el economista especializado en Cambio Climático, Leónidas Osvaldo Girardin, quien apuntó que, pese a este escenario de crisis, “el principio de precaución o el de daños mínimos” siguen siendo resistidos por quienes deciden los modelos económicos.
Para el investigador de la Universidad Nacional del Centro de la Provincia de Buenos Aires (UNICEN), Fernando Milano, el pasivo ambiental y energético -local y global- debe tener prioridad en el debate público sobre el futuro. “No podemos tomar buenas decisiones sino tenemos un diagnóstico cuantitativo sobre el estado de nuestro ambiente”, comentó en diálogo con la Agencia CTyS-UNLaM.
Una señal de alerta con historia
Los diagnósticos a los que se refirió Milano tienen que ver con dimensionar el estado actual de los recursos naturales y del rol fundamental que tiene la biodiversidad en el mantenimiento del equilibrio ecológico y climático del planeta.
Se trata de aspectos que son evaluados desde hace décadas, pero cuya pérdida no es compensada o restituida en actividades productivas de ningún tipo. Milano ejemplificó con dos mediciones diferentes del impacto de la actividad humana en la salud planetaria: el Índice de Huella Ecológica y el Informe Planeta Vivo, actualizado periódicamente desde el año 1998.
“El índice de huella ecológica –apuntó el investigador- muestra que estamos consumiendo un 75 por ciento más que lo que el planeta puede producir, por lo que tenemos que bajar urgentemente nuestro consumo de bienes y de energía, variables responsables de estos valores”.
Por otro lado, el índice Planeta vivo trata de un monitoreo de la variación en las poblaciones de 4000 especies de vertebrados, entre las que se cuentan peces, anfibios, reptiles, aves y mamíferos representativos de sus ecosistemas.
“En promedio, de cada 100 animales que había de una especie determinada, quedan 33. Es decir que, en 50 años, eliminamos el 67 por ciento de la población de esas miles de especies”, alertó el investigador, y agregó que gran parte de ellas cumplen funciones ecosistémicas fundamentales, como la polinización, la limpieza de los hábitats, el control de otras poblaciones y la regeneración de las plantas.
A mediados del año pasado, The Intergovernmental Science-Policy Platform on Biodiversity and Ecosystem Services (IPBES) anunció que más de un millón de especies se encuentran en peligro de extinción por múltiples causas, siendo la deforestación una de las más preocupantes, ya que da lugar a una gran pérdida de biodiversidad y al posible pasaje de virus zoonóticos a humanos, entre otras consecuencias.
Para Milano, contemplar este tipo de mediciones es central si se pretende discutir los modelos productivos en pos de la sostenibilidad y de la salud. Sin embargo, y en medio de una pandemia por zoonosis, sostuvo que la lectura de estos datos es “casi anecdótica”.
“Los análisis económicos no registran esto. Sale en los diarios como algo a lo sumo interesante o levemente preocupante, y es la base del análisis económico y social, independientemente de la ideología que se tenga”, añadió.
Extractivismo versus regeneración
Si bien inventarios como los mencionados aportan información sobre el estado actual del planeta, de los ecosistemas y de sus relaciones, Milano agregó que también permiten “establecer nexos entre aspectos que suelen verse por separado, como el vínculo entre globalización, tipos de trabajo e impacto ambiental”.
De esta manera, se visibiliza que, lo que por un lado puede aumentar el ingreso económico, como la exportación de productos primarios, al mismo tiempo agranda la huella ambiental, con un resultado que también afecta a la productividad a mediano plazo, como lo son las sequías, las inundaciones, la erosión de los suelos y la contaminación del agua.
Desde esta perspectiva, la relación de China con la producción de alimentos es paradigmática. “China cuenta con una actividad industrial devastadora en términos ambientales porque se basa en la explotación del carbón. A lo largo de las últimas décadas, este desarrollo industrial le permitió crecer económicamente y aumentar el consumo de proteína animal”, ejemplificó Milano.
Y agregó: “Desde los noventa, China viene importando grandes cantidades de granos para alimentar a los animales, pues ya sus propios ecosistemas no podían abastecer la demanda. Hoy, la peste porcina africana les demostró que tampoco pueden con la cría de cerdos, y este colapso se tradujo en una mayor presión sobre sistemas frágiles como el Amazonas debido a la demanda de carne”.
En tal sentido, el investigador dio cuenta de cómo se externalizan los pasivos de la producción cárnica, cuya demanda va en ascenso junto con el aumento de la población. Si se toma el índice de huella ambiental como parámetro, lo que se exporta es, primordialmente, agua, nutrientes y energía fósil, sin contar el costo de la expansión de la frontera agropecuaria.
En términos productivos, este sistema reporta también enormes deficiencias. “De los cereales del mundo (como maíz, trigo, cebada y avena), alrededor del 40 por ciento se destina a los animales, y eso implica desperdiciar una cantidad gigante de alimento que se podría destinar a alimentación humana directa”, desarrolló.
La conversión alimentaria permite entender este mal uso: cada seis kilos de granos que se da a un bovino, se obtiene un kilo vivo -alrededor de 400 gramos de carne sin hueso- y, en el caso de los cerdos, la relación es 3 a 1. “Si en su lugar, esos granos se destinaran para consumo humano, se cubrirían las necesidades energéticas y proteicas de alrededor de nueve y 4,5 personas respectivamente”, amplió el investigador.
¿Barajar y dar de nuevo?
Por su parte, Girardin sumó que, en plena interrupción de las economías a nivel local y global, una de las alternativas que se hace más presente es “la vuelta a la exportación de productos primarios, pero que dicha alternativa está sujeta a riesgos, en un contexto de fuerte proteccionismo y de incertidumbre por el devenir de la pandemia”.
No obstante, sostuvo que se trata de un momento clave para repensar el esquema de desarrollo para el país: “En el mismo momento que se fija la estructura de producción de un país, lo que se establece es la redistribución del ingreso, y en la Argentina discutir esto es clave ya que en poco tiempo va a tener 50 millones de habitantes y no podemos vivir de primarización”.
En esa línea, el economista subrayó la necesidad de dar sostén a los pequeños productores, que de un tiempo a esta parte han tenido una mayor visibilidad en las ciudades, reformular la forma en que se distribuyen los bienes en función de la región y regular a los grandes formadores de precios.
A su vez, remarcó que el peligro que deja el enfriamiento de la economía es una mayor concentración del capital en pocas manos. “Nosotros podemos democratizar mucho desde lo político, pero si no democratizamos desde lo económico no va a haber cambios sustanciales. La economía familiar y la producción de alimentos debe repensarse a favor de las economías regionales”.
Por último, señaló que el gran motor de cambio hacia una economía ambientalmente sustentable vendrá influenciado, en parte, por una cuestión generacional. “Las y los jóvenes tienen más incorporada la cuestión ambiental que las generaciones que les precedieron, más allá de las corrientes de pensamiento a las cuales adscriban”, reflexionó.
Mientras tanto, los pueblos afectados por los incendios, y por todos las demás consecuencias de esta forma de vincularnos con la Tierra, saben que el 2020 no terminará sin que las temáticas ambientales ocupen al menos un lugar en la agenda política y social.