Este 28 de julio se cumplieron 155 años del arribo a la Costa Atlántica de Chubut del velero “Mimosa” en el que, tras dos meses de travesía, arribaría el primer contingente galés a instalarse en la Patagonia. Desde el Atlántico a la Cordillera, la gastronomía, las palabras y los apellidos, la arquitectura de los paisajes urbanos y rurales están atravesados por ese episodio que inauguró un sincretismo cultural inédito.
El “Mimosa”, de 43 metros de eslora y casi ocho metros de manga, partió desde el puerto de Liverpool el 25 de mayo de 1865 con un contingente de 153 colonos galeses: 56 adultos casados, 33 solteros o viudos, 12 mujeres solteras y 52 niños. El viaje fue promovido por nacionalistas galeses, que pretendían conformar una colonia en la Patagonia donde desarrollarse, resguardando sus culturas, su lengua y su religión. Otras corrientes migratorias que partían desde el país de Gales, buscando nuevos horizontes, arribaban a Estados Unidos, Canadá, Australia y Nueva Zelanda, donde su bagaje cultural se incorporaba y mixturaba con las sociedades locales, relegando tradiciones.
El arribo del “Mimosa” se produjo el 28 de julio de 1865, en un accidente costero ubicado al noreste de Chubut, conocido como Golfo Nuevo, en inmediaciones de la actual ciudad de Puerto Madryn. Durante el viaje se produjeron nacimientos y fallecimientos. La tripulación imaginaba llegar a un vergel donde poder llevar adelante una próspera agricultura, por lo que no pequeña fue la sorpresa al advertir que en la tierra que los recibía el clima era hostil y el suelo árido.
Los primeros años fueron particularmente difíciles. Algunos colonos partieron hacia el norte, otros hacia el sur. El sueño colonial de los primeros inmigrantes galeses pareció empezar a materializarse veinte años después, cuando “Los Rifleros de Fontana” se dirigieron a la cordillera en una expedición que dio vida a Esquel y Trevelin, y abrió camino a una amalgama cultural que, poco más de un siglo después, redunda en un atractivo turístico sin igual.
Una Gales patagónica
Con una mirada idealista, los nacionalistas galeses vieron en la Patagonia argentina una opción donde poder asentar una colonia para sostener y reafirmar la identidad. Asimismo, el gobierno argentino necesitaba poblar las tierras del Sur, todavía habitadas mayoritariamente por los pueblos originarios. Por lo tanto, se convino el arribo de los migrantes con el compromiso de la adjudicación de tierras para su establecimiento.
Pero al llegar al Golfo Nuevo, se toparon con un paisaje de estepa tan hostil como inesperado, con clima seco y fuertes vientos. En el lugar, había unos pocos galpones y viviendas precarias que algunos galeses llegados previamente habían montado para guarecerse. Entre los primeros grandes desafíos que tuvieron los recién arribados fue el de encontrar agua dulce. Porque si bien la idea era instalarse a orillas del Río Chubut, el primer asentamiento no fue sino a unos 60 kilómetros de su desembocadura en el Atlántico.
El desconcierto llevó a que algunos de estos colonos decidieran partir hacia el norte y hacia el sur. Choele Choel y Ushuaia fueron algunas de las ciudades en las que se instalaron galeses que se desprendieron del contingente. Cuenta la historia que un joven sastre empezó a caminar solo, buscando un lugar propicio para instalarse y acabó perdiéndose. Años después se halló un cuerpo con una tijera en el bolsillo y se dedujo que se trataba de él.
El clima de Gales es húmedo. Llueve mucho y no hace falta regar los cultivos. Las primeras cosechas de los galeses en tierras patagónicas, se echó a perder. Esparcían semillas, asomaban las plantas y acababan secándose. Así descubrieron que en estas nuevas tierras era imperioso contar con agua para producir y en virtud de esta revelación, se empezaron a construir canales de riego desde el Río Chubut. Años más tarde llegó un nuevo contingente con obreros de una compañía inglesa que construyó el ferrocarril entre Puerto Madryn y Gaiman. También se conformó una cooperativa comercial agrícola ganadera que llegó a tener su barco propio.
La expedición que cambió todo
Fue recién en 1885, veinte años después del desembarco del “Mimosa”, cuando una expedición a caballo, encabezada por el gobernador del Territorio Nacional de Chubut, Jorge Luis Fontana, y el emprendedor galés John Murray Thomas, partió desde Rawson hacia el oeste, siguiendo las recomendaciones de pobladores tehuelches que ponderaban las tierras de la cordillera. La expedición estaba compuesta mayoritariamente por colonos galeses.
Los llamados “Rifleros de Fontana”, tras más de un mes de travesía, a fines de noviembre llegaron al actual Valle 16 de Octubre, al que los galeses denominaron “Cwm Hyfryd” (Valle Encantador). El gobierno central de la Argentina decidió otorgarle una legua cuadrada de esta nueva tierra a cada expedicionario para que se pudiera instalar con su familia y de esa manera se empezó a poblar este valle en lo que más tarde se convertirían en las ciudades de Esquel y Trevelin.
La conformación identitaria de estos asentamientos estaría marcada por la patria de origen de los colonos, enriquecida por el valioso diálogo sostenido con los pueblos originarios y el cruce intercultural generado por las nuevas migraciones que arribarían con los años, en la expansión de la nación argentina.
Un legado que conmueve los sentidos
El arribo de aquellos 153 colonos que llegaron a la costa atlántica chubutense en 1865 significó el punto de partida de un encuentro cultural, cuyo legado es incalculable y abarca desde formas arquitectónicas hasta recetas y ceremonias culinarias, y el canto coral, que ha tomado vuelo en los últimos años hasta convertir a la Provincia en una de las referencias nacionales de esta disciplina.
En el centro de Esquel, la capilla Seión se mantiene desde 1904, preservando el espíritu de sus primeros años, asentada sobre piedra y barro, con sus paredes de ladrillo cocido y techo de chapa. Incluida en el Registro Provincial de Sitios, Edificios y Objetos de Valor Patrimonial, Cultural y Natural de Chubut desde 1995, ésta, como la capilla Bethel de Trevelin, en los tiempos de la llegada de los colonos no sólo cumplía una función religiosa; sino que representaba el espacio común donde se celebraban las reuniones sociales.
Por su parte, el Molino Nant Fach, ubicado a unos 45 kilómetros de Esquel, sobre la Ruta Nacional 259, sostiene la memoria de los tiempos de la llegada de los colonos en su imponente arquitectura, en su nombre que en galés significa “Arroyo Chico” y en un valioso cúmulo de máquinas agrícolas y de coser e instrumentos musicales que suelen generar admiración en los visitantes que llegan a conocerles.
En materia gastronómica, el llamado “té galés” se caracteriza no sólo por su sabor como infusión; sino principalmente por la ceremonia que se desarrolla alrededor. El té galés se toma con un chorrito de leche, al “estilo inglés”, acompañado con pan casero cortado en finas capas y manteca. También incluye la mesa del té, escones con toda clase de dulces, quesos y tartas de frutas.
La llamada torta galesa es curiosamente una receta propia de los colonos que arribaron a Esquel. Se trata de un alimento rico en nutrientes, que solía prepararse para esperar a los hombres, que volvían a casa de sus trabajos en días de frío cruel. Es un alimento que tradicionalmente se podía mantener durante mucho tiempo y se cocinaba en una lata, adentro de fogones abiertos.
Otra curiosidad es el estilo de construcción que en la Patagonia se conoce como “galés” y que en Gales no es usual. Esta forma arquitectónica se caracteriza por el uso de ladrillos a la vista, con sus uniones rasadas. El museo de Gaiman, en la ex estación de ferrocarril de la localidad, es un ejemplo cabal de esta modalidad.
Entre Gales y el oeste de Chubut hay más de doce mil kilómetros de distancia y una historia de sincretismo cultural que se puede advertir en la arquitectura de las capillas, en la ceremonia del té, en la tradicional torta galesa y en innumerables denominaciones que conjugan raíces galesas con pronunciaciones argentinas. En estos detalles residen pistas para conocer el devenir social de una comunidad que arribó a estas costas australes con más sueños que certezas y que, aún en una región inexplorada para la naciente República Argentina, supo construir su presente y generar aportes sustanciales al ser nacional, en diálogo constante con los pobladores originarios.