A pesar de que cada cierto tiempo entran en escena portentos que parecen llegados de otra galaxia, como Usain Bolt o Michael Phelps, hay especialistas que advierten de que el cuerpo humano es una máquina con límites. Límites, por cierto, a los que el deporte profesional se acerca cada vez más.

“Para el doctor Jean-Francois Toussaint no será biológicamente posible que un velocista corra algún día los 100 metros por debajo de nueve segundos ‘sin ayuda externa’”, explicaba el deportólogo Oscar Incarbone en 2016 al diario Clarín. Según el Instituto Francés del Deporte, los récords habrán tocado techo para 2060. Otros investigadores aseguran que no habrá que esperar tanto.

La tecnología: ¿aliada o amenaza?

Esa última coletilla de Toussaint, la de la “ayuda externa”, no es casual. El listado de prohibiciones de la Agencia Mundial Antidopaje (AMA), que acaba de actualizarse con la entrada de 2020, detalla las sustancias y métodos que vulneran el espíritu deportivo y a los que, por lo tanto, no pueden recurrir los atletas en competición. No todo apoyo a los deportistas de élite llega sin embargo de mano de la química. Uno de sus grandes aliados es el I+D+i, la tecnología, presente en buena parte de la preparación de los atletas: desde su entrenamiento al equipamiento.

El propio Bolt, por ejemplo, ahora retirado tras conquistar siete preseas de oro en las Olimpiadas de Londres, Pekín y Río de Janeiro, recuperaba oxígeno en cámaras hiperbáricas y entrenaba con dosis de corriente eléctrica sobre los músculos, la conocida como electroestimulación. La pregunta del millón es… ¿Hasta dónde se debe permitir el paso de la tecnología? ¿Hasta la cocina o solo hasta la puerta? ¿Cuándo se empieza a hablar de “doping mecánico”? La pregunta, de nuevo, no es baladí. De hecho es uno de los grandes retos que deberán plantearse las Olimpiadas.

El uso de unos trajes especiales permitió que en Roma 2009 se superasen 43 récords.

Gracias al uso de una tecnología puntera el público que asistió al Mundial de Natación de Roma de 2009 vio ojiplático cómo se alcanzaba un récord de récords: en solo ocho días los nadadores rebajaron 43 marcas mundiales en 31 pruebas. Nunca antes, al menos en las últimas décadas, una cita deportiva internacional había dejado un saldo semejante. ¿Cuál fue la clave de la cita italiana? Que los atletas estrenaban unos trajes de baño nuevos elaborados con poliuretano, unos superbañadores que les ayudaban a flotar y romper las marcas previas.

Ante tal despliegue de plusmarcas, la Federación Internacional de Natación, FINA, adoptó un acuerdo rotundo y no exento de polémica: respetó los récords alcanzados en las piscinas de Roma, pero a partir de 2010 prohibió el uso de los modernos trajes sintéticos. “No conozco ningún deporte que vaya para atrás. Es un poco absurdo quitar los bañadores de poliuretano al cien por cien”, reflexionaba entonces el nadador Brenton Cabello a la agencia EFE.

El ciclismo tampoco es ajeno a la irrupción de la tecnología en su disciplina. Desde hace años el Tour de Francia examina bicicletas para evitar así el uso de modelos que incorporen motores. Los técnicos recurren a escaneados magnéticos, rayos X e imágenes térmicas antes, durante y después de las etapas para asegurarse de que ningún competidor hace un uso fraudulento de la tecnología que le dé una ventaja extra. En 2018 recurrió a un nuevo tracker para detectar señales magnéticas.

Gracias a ese barrido pormenorizado, digno del equipo de CSI capitaneado por Gil Grissom, en enero de 2016 la Unión Ciclista Internacional (UCI) encontró oculto en el interior de la bici de la belga Femke Van den Driessche, quien competía en el Mundial de Ciclocross de la categoría femenina sub-23, un pequeño motor eléctrico que daba a la ciclista un apoyo extra… e injusto.

No hace falta remontarse varios años atrás para toparse con “encontronazos” polémicos entre la tecnología y el deporte que han suscitado el debate de hasta qué punto debe permitirse la aplicación del I+D+i. Hace solo unos meses Eliud Kipchoge alcanzaba un hito en Viena al convertirse en el primer hombre que cubre los 42 kilómetros largos del maratón en menos de dos horas. La IAAF, la Asociación Internacional de Federaciones de Atletismo, no considera sin embargo que su plusmarca tenga un rango oficial. ¿Por qué? Por el impulso extra que tuvo el corredor durante la prueba, un respaldo en el que la tecnología más puntera jugó un papel relevante.

Kipchoge disfrutó de unas condiciones especiales para coronar su hazaña. De entrada no tuvo competidores durante la prueba, le asistió un equipo formado por 41 “liebres” que se turnaban cada poco con el fin de marcarle el paso, sus entrenadores se acercaban a él para ofrecerle geles energéticos y agua —lo que evitaba que el atleta tuviera que desviarse—, y un coche guía le proyectaba sobre la pista con luz fluorescente el recorrido más eficiente. Al no tratarse de una prueba oficial tampoco hay garantía de que recorriese los 42 km y 195 metros de un maratón al uso.

Quizás uno de los puntos más polémicos, sin embargo, se encontraba en sus pies. Desde luego sí es el que más quebraderos de cabeza le está dando a la IAAF. El keniano calzaba las zapatillas Vaporfly de la marca Nike, en concreto su última versión, AlphaFly, fruto de un ambicioso trabajo de investigación e I+D+i de la firma de Oregón. Gracias a capas elaboradas con fibra de carbono, espuma y cámaras de aire —aunque, como señala el portal Runnersworld.com, los detalles precisos son un secreto bien guardado por la multinacional—, las AlphaFly permiten al atleta disfrutar de un apoyo extra para maximizar su esfuerzo. A Kipchoge ese aporte le ayudó a coronar un hito.

El calzado que usó Kipchoge en Viena es una variación de las zapatillas VaporFly Next%, que se supone que elevan el rendimiento del atleta en torno a un 5%. Su uso hizo que otra proeza protagonizada por la también keniana Brigid Kosgei solo un día después de la carrera de la capital austríaca estuviera cuestionado. La joven completó una maratón en Chicago en 2 horas, 14 minutos y 4 segundos, lo que pulverizó la marca anterior de Paula Radcliffe, imbatible desde hacía 16 años. Sin embargo, la IAAF lo dio por homologable, por lo que el logro sí entró en el listado oficial.

En su artículo 143, el Reglamento de la IAAF es claro: “Las zapatillas no deben estar construidas de tal modo que proporcionen a los atletas cualquier ayuda o ventaja injusta. Cualquier tipo de zapatilla usado debe estar razonablemente al alcance de todos en el espíritu de la universalidad del atletismo”. Los matices vuelven a ser importantes en la redacción de la norma. En este caso cuando apunta al alcance “razonable” y no excluyente. Las Nike ZoomX Vaporfly Next%, por ejemplo, cuestan 275 euros. En su web, la marca estadounidense señala que el modelo combina la espuma Nike ZoomX y el material VaporWeave: “Son las más rápidas que hayas llevado nunca”.

El espectáculo deportivo, una de las claves

Para Robert Usach, entrenador y director y profesor del Grado en Ciencias y Tecnologías aplicadas al Deporte y el Fitnsess (CTEF) en la Euncet Business School, el debate está abierto. Y el reto, sobre la mesa. “Cada deporte hace camino y la reglamentación va por detrás. Los avances tecnológicos van muy por delante de la propia reglamentación deportiva y con el tiempo cada uno tiene que decidir si se aplican o no y en qué medida. Por ejemplo, en el atletismo paralímpico sí está reglamentado qué máximo de energía tienen que devolver las prótesis que usan los atletas amputados”.

Usach recuerda que el I+D+i ya se ha aplicado, por ejemplo, para desarrollar el tartán que pavimenta las pistas deportivas y sobre el que corren todos los atletas. Por igual, eso sí, sin que importen los recursos de cada uno de los deportistas o lo acaudalado que sea su sponsor. “Todo el mundo compite sobre el mismo suelo. Cuando lo que marca la diferencia es la tecnología que llevas en los pies hay un debate que es lícito y sano. Hay que ver si realmente es una ayuda contra la que no pueden competir otras marcas. En ese caso sí debe verse si estamos valorando, como en la Fórmula 1, el binomio atleta-tecnología, o intentamos valorar solo al atleta. Si valoramos solo atleta sí que deberían competir todos en igualdad de condiciones”, explica el entrenador profesional.

El tartán no es el único ejemplo de la tecnología puesta al servicio del deporte de élite. En salto con pértiga, por ejemplo, el empleo de fibra de carbono ha ayudado a alcanzar nuevos límites. El fútbol brinda otro ejemplo reciente. Durante la temporada 2018-2019 LaLiga incorporó el vídeo arbitraje, más conocido como VAR por sus siglas en inglés, que ya se había empleado en el Mundial Rusia 2018 tras estrenarse en el Mundial de Clubes de 2016. A la hora de entrenar o planificar los partidos los equipos profesionales incorporan también tecnología GPS o heatmaps.

El I+D+i avanza más rápido que la legislación deportiva. Algunos expertos reconocen, sin embargo, que la tecnología será clave para mantener el factor “espectáculo” de las disciplinas profesionales o los Juegos Olímpicos

El debate va en realidad mucho más allá de la pureza de la competición. Podría afectar incluso al propio alcance del deporte profesional tal y como lo vemos ahora. Si, como sostiene el Instituto Francés del Deporte, llegará el día —no dentro de mucho— en el que dejen de alcanzarse nuevas plusmarcas, ¿seguirán las Olimpiadas suscitando el interés que despiertan ahora? Las teles, anunciantes y sponsors, ¿seguirán dispuestos a invertir sumas estratosféricas para acceder a públicos globales? Y si no es así, ¿qué efecto tendrá la caída de fondos sobre el deporte, cada vez más exigente y que requiere del atleta un mayor nivel de entrega y profesionalización?


“Si en unas Olimpiadas no se bate ningún récord dejarían de ser un evento mundial televisivo y el deporte moriría porque, al final, salvo los de gran espectáculo, como el fútbol, si no se baten récords no hay espectáculo. Y si no hay espectáculo no hay demanda televisiva. Y si no hay demanda televisiva, al final el deporte muere. La necesidad que tiene el deporte es inmediata. Debe saber reinventarse ya o regular el doping. Algo debe hacer porque el tope está ahí”, zanja Usach.


Al igual que otros expertos, el entrenador catalán plantea también cuál puede ser el alcance real de la tecnología en un caso como el de Kipchoge. Si el keniano recorrió más de 42 kilómetros en menos de dos horas pudo ser gracias al apoyo de unas zapatillas punteras, desde luego. Muy pocos cuestionan ese factor. Pero… ¿No es indispensable una base física, un talento innato, una sólida robustez psicológica y años de entrenamiento y dieta exigente? “Aún no sabemos hasta dónde puede alcanzar la genética humana, pero es verdad que el músculo llega hasta donde llega”, reflexiona Francisco Cardador, secretario general de la Federación Andaluza de Atletismo.

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