Se cumplen 60 años del lanzamiento del primer ser vivo al espacio exterior, un acontecimiento respondido por Kennedy con el envío del primer hombre a la Luna
A pesar de los 60 años transcurridos, su nombre –Laika- es todavía tanto o más popular que el de Gagarin o Armstrong. El primer ser vivo que se aventuró por el espacio exterior ocupa un lugar de honor en el imaginario colectivo.
El lanzamiento del primer Sputnik, en octubre de 1957 no fue anunciado como un acontecimiento excepcional. Apenas mereció una modesta columna arrinconada en la primera página de Pravda, bajo el inocuo titular “Informe de TASS”.
La reacción en Occidente fue muy distinta. Aparte de la sorpresa ante un éxito tecnológico que nadie esperaba estaban sus implicaciones militares: el Sputnik demostraba que la Unión Soviética disponía de un misil intercontinental capaz de alcanzar cualquier punto del globo. Y en muchos círculos la sorpresa dejó paso a una sensación de temor casi histérico.
A los pocos días del lanzamiento, Serguéi Korolev, el anónimo padre del Sputnik, fue recibido por un exultante Kruschev quien le hizo una petición sorprendente: “Sergei Pavlovich: Nunca creímos que pudieras lanzar un Sputnik antes que los americanos. Pero lo hiciste. Ahora, por favor, lanza algo nuevo al espacio para celebrar en próximo aniversario de nuestra revolución”. Sería en noviembre. Tenía un mes.
Para ir a bordo del segundo Sputnik se seleccionaron tres perros de raza indefinida, todos recogidos en las calles de Moscú: Albina, Laika y Mukha. Los científicos rusos preferían estos animales, asumiendo que si habían sobrevivido a las duras condiciones de la vida en la calle, sin duda serían ejemplares vigorosos. De los tres, Laika (“Ladradora”, en ruso) resultó el de temperamento más dócil, así que al final le correspondió a ella el dudoso honor de ser el primer ser vivo en realizar un vuelo orbital. Viaje sólo de ida, claro. La tecnología de la época no permitía ningún intento de recuperación.
Laika no recibió un entrenamiento especial. Al fin y al cabo, las reducidas dimensiones de su cabina tampoco le permitirían más que ponerse en pie o echarse. Se le implantaron unos electrodos para registrar su respiración y también un sensor de pulso y presión sanguínea en una carótida. El 31 de octubre se la acomodó en su alojamiento en el morro del cohete.
Por fin, el 3 de noviembre, a tiempo para celebrar el aniversario de la revolución de octubre (cosas del calendario juliano) se lanzó el segundo Sputnik. La telemetría mostró un aumento del ritmo cardíaco del animal durante el despegue, pero al cabo de unos minutos, ya en órbita, se tranquilizó sin mostrar, de momento, signos alarmantes.
Por desgracia, no todo fue a pedir de boca. El satélite no estaba diseñado para separarse del cohete portador, el sistema de refrigeración no funcionó como estaba previsto y la cabina empezó a recalentarse casi desde la misma entrada en órbita. La cápsula de Laika llegó a registrar más de 43ºC. Al cabo de unas horas, el animal sucumbía, probablemente a causa de un síncope por hipertermia.
Hacia 1967, al terminar el programa Gemini, podría decirse que la tecnología espacial americana había sobrepasado a la soviética. Entre los factores clave estaban su experiencia en miniaturización electrónica, la puesta a punto del nuevo lanzador Saturn 5, la exitosa colaboración entre industria, universidades y agencias estatales y –muchas veces ignorado- el desarrollo de una serie de técnicas de ingeniería de sistemas para gestionar proyectos de enorme complejidad.
Tras el desembarco en la Luna del Apolo 11, en 1969, la URSS mantuvo su propio proyecto lunar activo hasta que en 1972 decidió abandonarlo. En su lugar, se concentró en la creación de laboratorios orbitales, un campo en el que cosecharía notables éxitos.