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Memorias del Dr. Aldo Luis Arrighi
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Se denomina linfoma a un tipo de cáncer que afecta al sistema inmunitario, que es el que se encarga de la defensa del organismo. Este sistema es más difícil de reconocer a simple vista, ya que está formado por los ganglios linfáticos, el bazo, el timo y la médula ósea. El linfoma puede afectar a esas zonas, así como también otros órganos del cuerpo. Existen 2 grandes grupos de linfomas, conocidos como el Linfoma de Hodgkin (antes conocido como “enfermedad de Hodgkin”) y el Linfoma No Hodgkin, pero en realidad, hay más de 50 subtipos dentro de esta clasificación.

El linfoma folicular es un linfoma No Hodgkin, es el 2° subtipo de linfoma más común, abarcando el 20% de los casos de linfomas y el 3% entre todos los cánceres. Se lo denomina así por el sitio en el que se desarrolla el linfocito B que le da origen (mayormente en los ganglios linfáticos) y por su particular forma de crecimiento (este sitio es en el centro germinal del folículo linfoide, que es una región determinada dentro del ganglio y que crece por lo general formando folículos, que son formaciones de apariencia redondeada al microscopio).

Suele manifestarse a una edad promedio de 60 años (aunque el rango etario puede variar entre los 40 y los 80 años) y afecta a ambos géneros, con una ligera predominancia en varones (1,7 pacientes varones por cada mujer). Se lo considera un linfoma “indolente” ya que presenta un bajo nivel de agresividad y se desarrolla lentamente (incluso varios años).

Los síntomas son muy variables, pero los más comunes a los cuáles estar alerta son: hinchazón indolora de los ganglios linfáticos (cuello, axilas o inglés), fiebre inexplicable, pérdida de peso injustificada (10% entre 3 y 6 meses), sudoración abundante, dolor abdominal, sensación de plenitud gástrica o saciedad precoz, falta de aire, tos, cansancio extremo, infecciones recurrentes, manifestaciones en la piel. Generalmente, cuando el paciente es diagnosticado, en el 80% de los casos la enfermedad ya está diseminada en los ganglios periféricos (los que pueden tocarse) y centrales (tórax y abdomen).

El diagnóstico se va a dar a partir de la biopsia del ganglio u órgano afectado, y diferentes estudios, entre ellos un hemograma completo para analizar los tres tipos de células sanguíneas que se elaboran en la médula ósea (leucocitos, eritrocitos y trombocitos), ecocardiograma, endoscopía, tomografía computarizada total, y resonancia magnética de encéfalo (según el caso).

Como la enfermedad se presenta con una amplia variedad de manifestaciones, en un extenso rango etario y con una variabilidad biológica diversa, no se puede pensar en un único tratamiento estándar de inicio. Existen sí, recomendaciones aceptadas mundialmente. El tratamiento individualizado va a ser definido en conjunto entre el profesional y el paciente, siendo este último quien tiene la decisión final.

En dicha elección, prevalece aún el principio de incurabilidad (aunque actualmente cuestionado, ya que se ha demostrado que los linfomas pueden curarse); por lo que se prioriza disminuir la toxicidad del tratamiento. Muchos de los tratamientos como las quimioterapias, inmunoterapias o radioterapias suelen ser bastante agresivos; por ello, en el caso de linfomas foliculares es normal que no se indiquen tratamientos durante períodos prolongados, pero manteniendo siempre los controles.


ACLA es una asociación sin fines de lucro que trabaja dando a conocer información, creando espacios de encuentro y ofreciendo orientación a pacientes con linfoma, síndromes mielodisplásicos y mielofibrosis, de modo de ayudar al conocimiento de la enfermedad, brindando contención y contribuyendo así a mejorar la calidad de vida de las personas que conviven con estas enfermedades.