Un equipo de investigación de la Universidad Nacional de Córdoba y del CONICET evaluó los impactos del aislamiento social por la pandemia sobre la salud mental. En los estudios se observaron patrones de empeoramiento en depresión, ansiedad y suicidio y, también, se analizaron indicadores de impulsividad, estrés y consumo de alcohol.

La pandemia por SARS-CoV-2 marcó un antes y un después en la historia mundial. Y es que, aunque la humanidad ya ha transitado varias pandemias, el coronavirus produjo un escenario nunca antes visto, con impactos aún inconmensurables. Basándose en estudios previos, un equipo de investigación de la Universidad Nacional de Córdoba (UNC) y del CONICET analizó un aspecto de la salud poco tenido en cuenta, pero que resultó muy afectado durante el Aislamiento Social, Preventivo y Obligatorio: la salud mental.

“Nuestras investigaciones subrayan la necesidad de promover la investigación sistemática sobre diversos aspectos de la salud mental, integrando aportes de la psicología y las neurociencias. Además, es importante favorecer el desarrollo de mejores marcadores diagnósticos de los trastornos mentales”, resaltó Juan Carlos Godoy, uno de los investigadores a cargo del estudio que muestreó mujeres, población general, estudiantes universitarios y personal de salud.

Las investigaciones fueron conducidas en conjunto con la doctora Cecilia López Steinmetz e iniciaron cuando el brote de COVID19 comenzó a expandirse por el mundo. “Decidimos avanzar porque los antecedentes científicos surgidos del estudio de otras pandemias y epidemias alertaban sobre el hecho de que este tipo de eventos sanitarios pueden tener impactos negativos en la salud mental de las personas, tanto a corto como a mediano y largo plazo”, señaló López Steinmetz, en diálogo con la Agencia CTyS-UNLaM.

Un escenario crítico que requiere atención

Para el estudio sobre la población general, el análisis fue transversal, es decir, se examinó a esa muestra durante las sucesivas extensiones de la cuarentena. “En ese período -detalló Godoy-, a medida que pasaban las fases de la cuarentena, en las comparaciones entre grupos, se percibía un patrón de empeoramiento en cuanto a la depresión. La ansiedad, al igual que el riesgo de suicidio, siguió parcialmente ese patrón, con puntuaciones medias que aumentaban en la segunda y tercera extensión de cuarentena, pero que luego se mantuvieron estables en las siguientes etapas”.

“Desde la primera medición hasta el seguimiento a los cuatro meses, más trabajadores de la salud presentaron indicadores generales vinculados con trastornos mentales comunes (40 por ciento vs 45,57 por ciento) y depresión y/o ansiedad (52,46 por ciento vs 62,62 por ciento). Asimismo, hubo interacciones significativas entre tener algún antecedente de trastorno mental y la preocupación por la infección por COVID-19, las cuales influyeron en un peor estado de salud mental”, puntualizó.

Conocer para actuar de forma eficaz

Los investigadores señalaron que ninguno de los eventos sanitarios previos resultó ser comparable con esta pandemia, por lo tanto, nadie sabe si las consecuencias negativas que se registraron en la salud mental de las personas durante este aislamientoserán duraderas o no. “Sólo si contamos con evidencia científica durante la pandemia y si damos continuidad a las investigaciones longitudinales sobre salud mental en este contexto podremos saber si estos efectos negativos son duraderos en la pospandemia”, indicó López Steinmetz.

“En el caso de que, llegada la pospandemia, la evidencia científica indicara que estas consecuencias resultan ser duraderas, este conocimiento posibilitará no sólo identificar a los grupos más vulnerables, sino, también, elaborar estrategias sanitarias destinadas específicamente a las personas con padecimientos mentales y a las personas con mayor riesgo de desarrollar síntomas y/o enfermedades mentales”, ejemplificó la investigadora.

Si bien desde hace algunos años la importancia de la salud mental está tomando fuerza en las agendas políticas y mediáticas, hasta el momento nunca se realizó un relevamiento a nivel nacional y sostenido en el tiempo, para evaluar el estado general de la población. Para Godoy y Steinmetz, recabar este tipo de información resulta crucial y es una deuda que tiene que ser saldada.

“Necesitamos tener una línea de base para conocer el estado general de la salud mental de las y los argentinos en todas las etapas del desarrollo: niños y niñas, adolescentes, adultos y adultos mayores”, asegura Godoy, a la vez que plantea que “Argentina no se puede dar el lujo de no tener esta información, porque es fundamental a la hora de pensar y diagramar políticas públicas efectivas para todos los niveles de gobierno”.

Magalí de Diego (Agencia CTyS-UNLaM)