Un especialista en Informática Educativa y Psicología Social analiza la evolución del celular como herramienta educativa y plantea que, si bien la pandemia produjo grandes avances en esta área, aun queda un largo camino por recorrer para naturalizar su uso en las escuelas.
La carpeta en el banco, los útiles en la cartuchera y la información en los libros de la biblioteca. Esta era una descripción clásica de lo que sucedía en una escuela hace tan solo una década. Hoy en día esta imagen poco tiene que ver con lo que alguien se encuentra al entrar en una clase: la carpeta se volvió celular, las “lapiceras” son los dedos y la información ya no huele a papel, sino que está en internet.
A más de 30 años del boom de los celulares, las tablets y las notebooks, ¿siguen siendo distractores o se convirtieron en aliados? ¿Realmente se aprovecha su potencial en las aulas? Según el doctor en Psicología Social e investigador de la Universidad Nacional de La Matanza, Sergio Conde, el verdadero cambio de paradigma se dio durante a partir de la llegada del COVID-19.
“La pandemia potenció el desarrollo de nuevas herramientas educativas. El aislamiento social y obligatorio cambió el escenario porque el celular fue la única forma en la que se podía dar clase: muchos chicos pudieron continuar estudiando gracias a él y se transformó en una gran herramienta aulica, que se incorporó como medio o facilitador de enseñanza”, indica Conde en diálogo con la Agencia CTyS-UNLaM.
Si bien la incorporación de los celulares y computadoras a las clases se inició con la integración de las Tecnologías de la Información y la Comunicación (TIC) como parte de un programa de Educación Digital, el escenario no favorecía – ni aun lo hace del todo- su correcta implementación. “Hay algunas barreras que todavía tenemos que sortear para poder aprovechar esta herramienta y dejar de verlo como un elemento distractor del alumno”, señala Conde quien, además, es licenciado en Informática Educativa.
“El primer problema -precisa Conde- es la falta de conectividad. Las escuelas estatales suelen tener buenos instrumentos en las salas de informática, así que no es que el panorama sea totalmente oscuro, pero la conectividad sigue siendo un desafío grande en Argentina”.
“En un segundo término se encuentra la falta de capacitación docente. En 2020, por necesidad, los educadores tuvieron que salir a buscar esas herramientas e, inconscientemente, se expusieron a una educación por descubrimiento en la que primó el ensayo y error. Es necesaria una política de educación tecnológica para docentes”, destaca el investigador del Departamento de Ingeniería e Investigaciones Tecnológicas de la UNLaM.
Por último el especialista apunta a los estudiantes. “Es necesario educar a las nuevas generaciones para entender que se trata de una herramienta que se tiene que usar con criterio. Tenemos que formar generaciones que sean conscientes de que la tecnología es un instrumento que nos permite descubrir un camino que llega al aprendizaje pero que puede convertirse en una adicción si no se controla”, detalla.
Un aliado desaprovechado
“Imaginemos que soy profesor de geografía y te pido que registres las temperaturas de una ciudad durante 3 días -plantea Conde- ¿Fácil, no? Pero también te digo que no podés usar celular ni internet y te pido que, además, me muestres una foto de las calles de esa ciudad en invierno. ¿Podrías? Internet es una herramienta potente y superadora. Este material no está en una biblioteca y la escuela no puede ser una barrera para adquirir conocimiento”.
La tecnología, según indica Conde, es una llave para integrar conocimientos y las escuelas del futuro deben contemplar estos avances. “En educación se está desarrollando un área que se conoce como ‘aprendizaje por competencias’. Aquí, el estudiante no solo adquirirá contenidos teóricos, sino que también desarrollará aptitudes, como el trabajo en equipo, la gestión y organización de información, entre otras”, comenta el doctor en Psicología Social.
Para el investigador, hay que entender las capacidades y competencias que el alumno puede desarrollar y aplicar en su vida cotidiana. Para eso, el celular y las nuevas tecnologías resultan fundamentales porque son parte de la realidad y cotidianidad de la sociedad. “No podemos ignorarlas y excluirlas del aula. Recuerdo estar exponiendo en la Feria del Libro 2019 y sentir que al decir que había que usar el celular en el aula estaba gritando una mala palabra. Esto tiene que cambiar”, agrega.
El investigador aborda otro espacio que, desde su perspectiva, resulta muy enriquecedor: los grupos de Whatsapp. “En ellos -apunta- se presentan condiciones para que muchos niños o adolescentes que son tímidos o les cuesta socializar puedan animarse a interactuar. Además, les brinda un sentido de pertenencia porque forman parte de ese colectivo. En esos grupos se suele compartir material de clase y apuntes y se generan debates e intercambios”.
“El tema de estudio que más me interesa y sobre el que más trabajo es cómo facilitar el aprendizaje, y el celular es una herramienta muy poderosa para eso. Tenemos que enfocarnos en propiciar las condiciones para que sea viable nutrir la educación con su potencialidad y, para ello, la conectividad y la formación de alumnos y docentes en el correcto uso de las nuevas tecnologías es fundamental”, concluye Conde.
Magalí de Diego (Agencia CTyS-UNLaM)