Por Sofía Falke – “Deja que el mundo sepa cómo eres, no como crees que deberías ser, porque tarde o temprano, si estás actuando, te olvidarás. ¿Y dónde estarás tú?“
– Fanny Brice
¿Cuántas veces dejamos de ser lo que éramos antes? ¿Cuántas veces, por miedo a lo que piense el otro, dejamos de hacernos felices a nosotros mismos?
Veo una foto, que parece simple pero que deja entrever muchas cuestiones de las que nos da la posibilidad de poner en común algunas ideas.
Hay una roca, sí, y tras ella hay otro paisaje, pero que no llegamos a ver bien, que vemos parte, pero no en su totalidad.
Puede parecer abstracto, pero a lo que me refiero con esto es que muchas veces veo a gente que por miedo a lo que digan los demás, no se dejan ser a él mismo, no se permite desplegar las alas y darle para adelante con lo que realmente lo haga feliz, lo llene.
“Por qué mi mamá…” “Por qué mi papá…” “Por qué mi novio…” “Por qué los del colegio” y tanto por qué, tantos “pero” y tantas veces nos dejamos ser, nos guiamos por lo que nuestro interior dice; no, preferimos ver la cara de satisfacción de cualquier persona que nos rodea.
A veces creo que nos sentimos parte de una obra, que vivimos una vida esperando a que por cada decisión que tomamos, haya un público aplaudiendo aquellas medidas tomadas. Pero no terminamos de asimilar que cuando el público aplaude lo hace porque se siente satisfecho con lo que acaba de ver, no con lo que los actores allí arriba sienten. No saben si tras el telón se sienten solos, vacíos, arrepentidos, juzgados. Es ese el argumento de la obra; y así sentimos, creemos y hasta nos convencemos, de que aquellas son las correctas; de que “eso es lo que había que hacer” y nada más.
Claro, pasa el tiempo y esa creencia se vuelve más fuerte y entonces nunca nos volvemos a preguntar si aquella decisión era la correcta, si la persona en las que nos convirtió (creo que cada hecho de nuestra vida nos marca profundamente), era la que realmente deseábamos ser.
Veo, leo, historias de vida que dejan una parte de sí para ser otra persona, deja atrás aquello que los hace feliz, aquello que los hace sentir llenos de alegría, de amor, de sinceridad. Y más importante, dejan de sentirse orgullosos de la persona que son, esperando que el de al lado lo remarque.
Creo que nunca deberíamos dejar atrás nuestra autenticidad. Ser uno mismo es un valor que nos da la vida y que tenemos tanta suerte de contar con él, que creo que debería ser el motor para nunca dejar de ser así, así como somos, así de reales, así de nosotros, así de singulares.
Por eso creo que no deberíamos permitirnos ser actores que interpretan una vida que no llevamos, porque al fin y al cabo, puede que nos olvidemos quienes éramos, allá, hace mucho tiempo atrás.