Una imponente formación rocosa de 210 metros de altura se erige solitaria en medio de un amplio cañadón, a orillas del Río Chubut. En la lejanía, cordones rocosos trazan un aro que la enmarca en medio de la árida estepa patagónica. La Piedra Parada, en el extremo noroeste de Chubut y a una hora y media de Esquel, alberga millones de años de memoria geológica, arqueológica y paleontológica. En tiempos de cuarentena, fotos a distancia y registros más cercanos ofrecen perspectivas inimaginadas que permiten dimensionar la inmensidad que reside en este atractivo sin igual del Sur argentino.
El “Área Natural Protegida Piedra Parada” está ubicado entre las localidades de Gualjaina y Paso del Sapo. En tiempos de libre circulación, zigzagueantes caminos vecinales permiten recorrerle como enfilando hacia un hormiguero. En este presente de aislamiento, rastrear virtualmente las miles de imágenes que le retratan e indagar en los detalles de su historia, se convierte en una alternativa ineludible.
El decreto 569 de 1996 incorporó al Valle de Piedra Parada en el Registro Provincial de Sitios, Edificios y Objetos de Valor Patrimonial, Cultural y Natural. La Ley XI – Nº 41 (antes Ley 5555) de la Provincia de Chubut, por su parte, dispuso la creación del “Área Natural Protegida Piedra Parada, incorporándola al Sistema Provincial de Áreas Naturales Protegidas por imperio de la Ley XI Nº 18 (antes Ley Nº 4.617)”. Asimismo, este lugar fue incluido en 2008 en el Libro de Sitios de Interés Geológico del Servicio Geológico Minero Argentino (SEGEMAR).
Se trata, sin dudas, de uno de los tesoros más preciados del país en lo que a contenido histórico, geológico, arqueológico e incluso paleontológico refiere.
Una historia marcada a fuego
En rigor, Piedra Parada es una caldera de 25 kilómetros de diámetro que se desarrolló durante el período Paleógeno hace unos 54 millones de años, merced a un particular proceso de actividad volcánica de intraplaca. En un trabajo presentado en un simposio sobre “Patrimonio Geológico, Geoparques y Geoturismo”, realizado en San Martín de los Andes en noviembre de 2013, Eugenio Aragón, del Centro de Investigaciones Geológicas de la Universidad de La Plata y María Ubaldón del SEGEMAR, expusieron una estimación de cómo se conformó esta maravilla natural que deslumbra a visitantes y observadores virtuales.
Explicaban Aragón y Ubaldón que, en Piedra Parada, una mega erupción que superó los 300 kilómetros cúbicos de magma eyectado en un lapso breve de tiempo, concluyó en que en lugar de generarse una montaña prominente, se produjera una depresión subcircular rodeada de una extensa planicie arrasada.
En la depresión, se forma frecuentemente un lago en el que comienzan a asomar pequeñas islas volcánicas hasta que el suministro de magma se agota, el sistema muere y la erosión desentierra la caldera. En Piedra Parada habría ocurrido esto. En la actualidad, a la vera del Río Chubut, asoma el registro de tan majestuosos eventos volcánicos producidos durante toda la vida de la caldera, hasta su enfriamiento total y final.
La preservación de este lugar es importantísima, ya que en él se halla una inasible variedad de rocas que dan cuenta de los procesos históricos que dieron lugar a la génesis y la evolución de grandes volcanes de la historia.
El pasado que convive con el presente
De Oeste a Este, el Río Chubut marcha paralelo a la Ruta 12 entre Gualjaina y Paso del Sapo, cuando a mitad de camino se cruza con esa mole de 210 metros de altura, soberbia y misteriosa: la Piedra Parada. Sobreviviente de tantos movimientos geológicos, salvaguarda de infinidad de minerales, registro vivo que conmueve a quien le admira en fotografías, y a quien le busca virtualmente en las imágenes satelitales y se esfuerza por dimensionarla en todo su esplendor. Atractiva postal para quien, cuando pase el aislamiento obligatorio, elija pasar unos días en Esquel y se anime a alguna de las tantas variantes de excursiones que le acercan a este centro cautivante en medio de la amplia caldera.
Lo que hoy se describe como un gigante cañadón que desde el cielo tiene la forma de un polígono irregular, fue la caldera de un volcán prehistórico cuya boca, tras una erupción monumental, llegó a medir 25 kilómetros. El posterior descongelamiento de los hielos cordilleranos nutrió a la zona de un sinfín de coloridos minerales, muchos de los cuales actualmente se abren a la vista atenta de quienes indagan en sus fauces. Y algunos otros perviven en la profundidad rocosa, a salvo de la curiosidad humana.
Más acá en el tiempo, en las afueras de lo que fue la boca del volcán, conformando una loma negra, vidrio volcánico emergió de las profundidades de la tierra y se solidificó al enfriarse. Este material fue utilizado por los primeros pobladores de la zona para hacerles puntas a sus flechas. Material vitrofídico fue aprovechado también para confeccionar raspadores que permitían limpiar la carne de los cueros de animales, que brindarían posteriormente el imperioso abrigo para afrontar las jornadas más frías, que en la zona son verdaderamente gélidas. Pinturas rupestres tehuelches, con registros de flores y punteos que remitían al recorrido de los fallecidos hasta el cielo, complementan esta amalgama histórica que reúne en un mismo sitio a la explosión volcánica de millones de años atrás con los restos fósiles de numerosas especies prehistóricas invertebradas y las primeras presencias humanas de la región, que datan de cinco mil años atrás.
En los ocho kilómetros que tiene de largo el cañadón, hay aleros que son estudiados por el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET) y paredones de piedra que superan los 150 metros de altura. Entre la vegetación petisa del lugar, conviven y anidan en este manantial de historias vivas, especies autóctonas como bandurritas, cortarramas, palomas cordilleranas, viuditas, yales negros, coluditos cola negra, tucúqueres. También aves rapaces como el ñanco, las águilas mora, gavilanes cenicientos. Halcones colorados y a menudo incluso el peregrino, completan un majestuoso escenario para la observación y la preservación natural. También son parte infaltable del entorno las chinchillones, mamíferos muy simpáticos con un cierto parecido a la chinchilla, que están perfectamente adaptados al ambiente rocoso.
Quedarse en casa y seguir con las normas de higiene son la mejor manera de prevenir el avance del Coronavirus. Recorrer virtualmente el pasado y el presente majestuoso de tesoros sobrevivientes de las grandes transformaciones de la historia, como es el caso del “Área Natural Protegida Piedra Parada”, es una de las opciones que se nos brindan para compartir con la familia y llenarse de nuevos universos para propiciar en un futuro próximo, vivirlo en un lugar con plenitud, siendo parte de ese escenario espectacular.