Profesionales de la Universidad Hospital Italiano reflexionan sobre el bienestar emocional de los jóvenes y adolescentes en la era digital y la importancia del rol de las familias, las escuelas y los profesionales de la salud en esta problemática.

Hoy en día, las redes sociales son una ventana al mundo, una forma de estar conectados constantemente. Para muchos jóvenes y adolescentes, sin embargo, también pueden ser un generador de angustia y ansiedades. En el Día Mundial de la Salud Mental, que se conmemora cada 10 de octubre, profesionales de la Universidad y el Hospital Italiano analizan esta problemática y proponen estrategias para poder acompañarlos mejor.

El uso desmedido de redes sociales y el “FOMO” (miedo a quedarse afuera)

El consumo diario de más de 3 o 4 horas de redes sociales es clasificado como “uso intensivo” y está  asociado a un mayor riesgo de síntomas depresivos, baja autoestima, angustia y ansiedad, provocados por la comparación, la búsqueda de validación externa y la exposición a las críticas. El consumo de imágenes idealizadas y de una realidad filtrada genera malestar en los jóvenes, porque moldea la percepción que tienen de sí mismos y del mundo que los rodea.

“El desarrollo de la autoestima, la personalidad y la iniciación en diferentes experiencias mediadas por estos modelos digitales ligados al consumo, a las modas y las tendencias pone a los y las adolescentes en una posición de especial vulnerabilidad”, afirma Damián Supply, psicólogo y coordinador del área de Prevención y promoción de salud en niñez y adolescencia del Hospital Italiano. “El sufrimiento o la incomodidad habita en la distancia que hay entre la búsqueda personal y los ideales digitales. Si bien la comparación existió siempre, hoy esa ‘vida perfecta’ está mucho más presente, globalizada, con modelos preestablecidos y soluciones mágicas e inmediatas que dejan de lado lo singular”, agrega el especialista.

La continua utilización de las redes también puede llevar al adolescente a encontrarse en  un estado de alerta constante. “Aquí es cuando aparece el concepto de ‘FOMO’, que funciona como un amplificador del estrés y la ansiedad, y se manifiesta en un miedo a perder vínculos, experiencias o reconocimiento social”, explica Gisela Rotblat, secretaria académica y docente de la Especialización en Psiquiatría Infanto-Juvenil de la Universidad Hospital Italiano y jefa del Servicio de Salud Mental Pediátrica del Hospital Italiano.

Si bien el miedo a la exclusión es una reacción esperable en cualquier persona, el FOMO ligado al consumo problemático de redes sociales evidencia el apego a las tecnologías y el impacto que tienen en la percepción de la vida y la felicidad. Puede derivar en síntomas de ansiedad, angustia y enojo, y tiene consecuencias tales como:

  • Problemas en la concentración y funcionalidad académicas y/o laborales.
  • Frustración y consecuencias negativas en el estado de ánimo.
  • Trastornos del sueño con disminución del rendimiento, sensación de cansancio y aumento de la irritabilidad.

El rol de la familia, la escuela y la sociedad

Ante una problemática ya instalada, el rol de las familias, la escuela y la sociedad en su conjunto es fundamental para potenciar los beneficios y reducir los riesgos en entornos digitales a través de la “educación digital”, que implica:

  • Alfabetización digital: enseñar a diferenciar lo real de lo editado/idealizado en redes.
  • Autorregulación tecnológica: fijar horarios sin pantallas, practicar el “digital detox” parcial a nivel familiar.
  • Fomentar conexiones offline: actividades presenciales que generen pertenencia en espacios comunitarios y reemplacen la validación digital.
  • Trabajo en autoestima: fortalecer la valoración interna frente a la aprobación externa.

Tanto Rotblat como Supply hacen hincapié en la importancia de la prevención en todo momento. “No debemos esperar a la adolescencia, e incluso podemos anticiparnos y trabajar junto a ellos antes de que comience su vínculo con los dispositivos electrónicos”, explican. “Debemos escuchar, conocer e interceder en toda situación y desde los diferentes ámbitos que forman parte de la vida: el hogar, el colegio, el club, la salud”, agregan.

En cuanto a las prácticas y límites, resaltan que es fundamental establecer un orden, con hábitos y rutinas saludables que respeten las horas adecuadas de sueño, alimentación balanceada, realización de actividad física, adquisición de nuevos aprendizajes y, sobre todo, socialización. Límites como un máximo de 3 horas de pantallas por día y la ausencia de dispositivos electrónicos hasta los 6 años también pueden ser estrategias valiosas.

En última instancia, los profesionales de la Universidad y el Hospital Italiano reflexionan sobre el rol de los profesionales de la salud, concluyendo que deben “estar alerta a los riesgos, trabajar incesantemente sobre la prevención y acompañar a las instituciones y familias a establecer los cambios que proponemos”.