Se trata de la doctora en meteorología e investigadora del Conicet María Luisa Altinger, de 87 años, quien, cautivada por estos episodios, sigue recorriendo el país para reconstruir la huella de sus destrozos.
“En silencio presté atención a las palabras del tornado”, dice la doctora en meteorología María Luisa Altinger (87) respecto a su primer encuentro con uno de estos eventos extremos, de los que contabilizó 653 en el país desde 1930: 51 años después, ya jubilada como investigadora del Conicet, sigue tan cautivada como entonces por estos episodios y por eso sigue recorriendo el país para reconstruir la huella de sus destrozos.
La suya demostró ser una actividad esencial tanto para la elaboración de una base de datos nacional sobre tornados que sirva de insumo a todo tipo de investigaciones como para el diseño de obras de infraestructura capaces de soportar estas inclemencias, que vale la pena repasar a 150 años de la creación del Servicio Meteorológico Nacional.
Durante los primeros 15 años llevó adelante esta aventura científica a puro pulmón, viajando a dedo y llegando como podía a zonas rurales de difícil acceso, como aquella vez que cubrió la distancia que separaba al epicentro del tornado con un pequeño pueblo, a bordo de un coche fúnebre, a falta de mejores opciones.
Habiendo pasado la posta a otros profesionales para la continuidad de la investigación “Registro de tormentas severas”, Altinger sigue trabajando como prestadora independiente de servicios meteorológicos a empresas agropecuarias, comerciales, de servicios de electricidad y otras que los requieran.
“Cuando estaba cuarto año de la escuela secundaria, mis compañeras ya habían elegido lo que estudiarían y yo todavía no. Sabía que tenía que ser una ciencia de la naturaleza, porque yo quería leyes que no cambien todos los días”, contó a Télam desde la ciudad de Villa General Belgrano, donde vive desde hace 21 años.
María Luisa cuenta que iba recorriendo mentalmente el globo terráqueo desde abajo para arriba y pensaba en geología, agronomía, veterinaria, biología, medicina, astronomía, pero nada la convencía.
“Pensaba ‘todo muy interesante ¿pero yo dar la vida por eso?’ En eso estaba yo cuando hablo con una profesora que me dice ‘¿Y por qué no seguís meteorología?’ ¡Ah, me había olvidado de la atmósfera! Y ahí se me abrió un mundo como si fuera la pantalla panorámica del cine y dije ‘¡esto es!'”, contó.
Por un relevamiento que se realizó con motivo de los 25 años de la carrera de Meteorología -hoy licenciatura en Ciencias de la Atmósfera- supo que no sólo había sido la primera mujer en recibirse con ese título universitario en la Argentina sino que además había sido la primera persona inscripta en la carrera, abierta justo en1953, año en que ella se disponía a comenzar sus estudios de grado.
Pionera en su actividad
Después de tres años trabajando en el Servicio Meteorológico Nacional y cuando estaba buscando un tema de investigación, un evento fortuito la puso frente a frente a su destino: estando en Pehuajó para participar de un campeonato de vuelo a vela pasó por allí un tornado cuyos destrozos fueron luego visibles para las aeronaves.
“Fuimos a verlo, todo el mundo estaba a los gritos y yo fascinada. Era como si la naturaleza me dijera: ‘mirá este tema no está estudiado, yo te lo ofrezco, si lo agarrás, yo te ayudo’. Y en eso estoy hasta hoy”, contó.
Es que por entonces y a falta de investigaciones en el terreno, el consenso entre los meteorólogos locales era que “en Argentina no hay tornados”, algo que María Luisa se encargaría de desmentir para siempre.
Por otro lado, la red de estaciones meteorológicas -que realizan mediciones cada cierto tiempo en lugares específicos- no captan este tipo de eventos, de naturaleza repentina y aleatoria, que pueden durar desde segundos hasta una hora. Y hasta María Luisa, los tornados no habían sido objeto de estudio sistemático.
No obstante, aclara que ella no es estrictamente una “cazadora de tornados” como los que se ven sobre todo en Estados Unidos, donde hay personas que se dedican a “monitorear las tormentas con radares”, van a su encuentro mientras se está produciendo una “para ver si encuentran uno (huracán) que esté bajando” para acercarse lo máximo posible y estudiarlo en tiempo real.
Inevitable la referencia a Twister, la película hollywoodense de 1996 que retrató esta actividad.
“Recuerdo que yo no tenía mucha esperanza de que fuera buena, pero salimos aplaudiendo porque a la chica de la camioneta le pasaba lo mismo que a nosotros, que no contábamos con la última tecnología, pero lográbamos cosas porque estudiamos con gran respeto a la naturaleza”, dijo.
“Acá aún hoy no hay forma de detectar dónde o en qué momento va a ocurrir un tornado. Los americanos tienen radares mucho más evolucionados y hay gente con mucho dinero que se puede dedicar a eso”, afirmó.
Altinger cuenta que como “nosotros vamos después de la tormenta, es otra la tarea”, y las fuentes de información son tanto los rastros físicos que el tornado dejó en el terreno como los medios que informaron sobre el episodio y los testimonios orales de los pobladores cercanos.
“Después de 15 años el Conicet me permitió comprar un vehículo, antes de eso yo iba por mi cuenta a los lugares, viajaba en colectivo o hacía dedo o pedía prestada una avioneta con su piloto a mis conocidos de la aeronáutica”, contó.
Pero sin dudas el auto mortuorio a bordo del cual llegó a un tornado en la localidad pampeana de Justo Daract es el móvil más insólito que utilizó en su vida.
“Me había pasado toda la tarde esperando al intendente para solicitarle un vehículo porque en el pueblo no había taxis, pero cuando al final me recibió y como para sacarse el problema de encima, me dijo que lo único que tenía era un coche fúnebre, seguramente pensando que yo le iba a decir que no. Yo en ese instante solo pensé: tiene cuatro ruedas, esto me lleva”, contó.
“Cuando pasaba por las chacras la gente salía toda asustada y cuando les decía que estaba ahí por la tormenta se mataban de risa”, agregó.
El tornado F5 de San Justo
Cuando se produjo el tornado de mayor magnitud registrado en territorio argentino y el único categoría F5 -el que azotó la localidad santafesina de San Justo el 10 de enero de 1973-, María Luisa ya estaba abocada a pleno al estudio de estos fenómenos y allá fue.
“A la mañana siguiente los diarios habían publicado ‘se supone una velocidad de más de 100 kilómetros por hora’, pero cuando yo vi todos los daños concluí que en realidad eran más de 400. Entonces armé una gacetilla y me fui a hablar con la oficina de prensa de la UBA. Me miraban con desconfianza, pero les mostré la escala Fujita de tornados y les dije ‘¿si usted lo compara con los daños que están mostrando por TV, donde le parece que lo ubiquemos?’ Me dieron la razón y llamaron a la prensa”, contó.
Con esta constatación “le tape la boca a todos mis colegas, algunos de ellos doctores, que aún ponían en duda” la ocurrencia de tornados.
“Incluso después de 5 años, cuando yo ya pensaba que todo el mundo estaba convencido, aparece un antiguo profesor que ahora estaba investigando tornados en EEUU y cuando le dije que yo estudiaba lo mismo acá me pregunta ‘¿pero qué entendés vos por tornados?’ Entonces agarré las fotos de San Justo y le digo: ‘yo por tornado entiendo esto'” y no hubo más que agregar”.
Su Registro de Tormentas Severas lleva contabilizados 653 tornados en territorio argentino entre 1930 y la actualidad, además de 2.741 tormentas severas sin tornados, 784 temporales de lluvias intensas con inundaciones y 810 granizadas intensas con zonas de desastre.
POR MARÍA ALICIA ALVADO (Télam)