La Puerta

Por Virginia Castro -El hombre le pidió que abriera la puerta porque tenía que hablar con ella y la mujer desde adentro de la habitación gritó que no iba a abrir. Entonces él dio suaves golpes en la puerta de madera, apenas la tocaba, pero en la cabeza de la mujer sonaban como estallidos.

Como pudo, ella afirmó más su cuerpo en la silla contra la puerta para impedirle la entrada y empezó a recorrerse con la mirada. Tenía moretones en los brazos y en las piernas, sentía un dolor fuerte en la espalda y la lastimadura de la boca ya no le sangraba, pero todavía le dolía.

Entonces él insistía diciendo que quería ver cómo estaba y ella respondió que si quería entrar iba a tener que empujar la puerta hasta tirarla abajo, que ella estaba sentada contra la puerta, pero ya estaba acostumbrada a los golpes. Insistió solo una vez más y se fue.

Ella miró la valija con su ropa sobre la cama, una mezcla desordenada de lo primero que alcanzó a agarrar para meterlo a las apuradas antes de que la viera.

Quiso recordar cuántas veces le había pegado, repasar las situaciones… Contó por lo menos diez veces en distintas circunstancias, pero siempre sin motivo. La cabeza en ese momento no le daba para entender que nunca podía haber sido golpeada con motivo por su marido porque nadie tenía derecho a golpearla.

Pensó que alguna vez tendría que haber hecho caso a su primer impulso de irse de la casa y pedir ayuda a su madre o sus hermanas y recordó que una de sus amigas un día le vio un moretón en un brazo y al preguntarle qué le había pasado ella mintió que se había caído. Repasó la insistencia con que su amiga le preguntaba y la fría inocencia con que ella siguió mintiendo hasta convencerla de que era verdad.

Nunca pudo explicarse por qué había ocultado que ese hombre del que se había enamorado -y el que creía que también estaba enamorado de ella- la golpeaba. Muchas veces quiso atribuirlo al cansancio del hombre por las presiones laborales y alguna copa de más que se tomaba.

Entonces llegó el día en que se contempló a sí misma con presiones laborales y tomando un whisky para despejarse en esos atardeceres que la encontraban agotada y aún le restaba preparar la cena y hacer el amor con su marido después de comer.

Y también vio que otro día estaba adormecida en el sillón mientras miraban las últimas noticias y fue la primera vez que la golpeó porque no quería que la tocara y le dijo que estaba cansada. La tomó del pelo y la llevó hasta la ducha; abrió el agua fría y le dijo que eso le iba a quitar el cansancio; la llevó a la cama y la violó. Pero ella aún no sabía que esa acción de parte del marido se consideraba violación.

Con esos pensamientos en su cabeza estaba cuando el hombre volvió con sus golpes en la puerta y ella dijo que se podía gastar los dedos contra la madera, pero no iba a abrirle.

El hombre le dijo que insistiría dentro de un rato, pero estaba bien que no abriera si no quería y que podían hablar cada uno de un lado de la puerta. Ella seguía sin contestar…

A la media hora él insistió con que podían charlar a través de la puerta. Le dijo que iba a poner su mano sobre la madera, en el medio, a la altura del picaporte y que si ella hacía lo mismo del otro lado y podía sentirlo, recién entonces estaría lista para hablar. Le dijo que la puerta no estaba con llave pero que no iba a entrar si ella no abría. De a poco la mujer salió de la silla y puso su mano sobre la puerta, donde él le había dicho y sintió las lágrimas que caían por su cara. Necesitaba creerle.

Le dijo que estaba dispuesta a hablar sin abrirle. El médico entonces empezó a preguntarle: su nombre, su edad, si era casada, si tenía hijos, quién la había golpeado y cómo se enteró del refugio para mujeres. Ella contestaba entre lágrimas, tímidamente. Después él preguntó si se sentiría más cómoda si venía a revisarla una médica, una mujer, pero tendría que esperar hasta el día siguiente. Ella le dijo que estaba bien que él siguiera. Y abrió la puerta.