¡No le demos caña al azúcar!: para tener en cuenta…

En los últimos años, diversas investigaciones responsabilizan al consumo excesivo de azúcar de la epidemia global de obesidad y diabetes.

La cruzada particular de la odontóloga Cristin Kearns comenzó en 2007, cuando asistió a la conferencia de un gurú llamado Steven G. Aldana, quien afirmaba que el consumo de té dulce era muy saludable. Para una dentista, esta afirmación resultaba chocante. Nuestras abuelas solían decirnos que el azúcar no es bueno para los dientes, pero Kearns ya sospechaba, cuando trabajaba como directora de una clínica dental que atendía a familias con pocos recursos, que los estragos de las bebidas azucaradas iban mucho más allá y se vinculaban a enfermedades crónicas como la diabetes. Aquello le dio tanto que pensar a Kearns que dejó su empleo y se zambulló durante quince meses en una investigación para examinar más de 1500 documentos internos de diversas compañías azucareras.

Comprobó que el lobby azucarero había patrocinado investigaciones favorables a sus intereses y, lo que era más preocupante, que había ocultado resultados que podrían poner en peligro sus beneficios. Por un lado, los esfuerzos estaban encaminados a presentar el azúcar como un nutriente inocente y, por el otro, buscaron la manera de publicitar e intensificar su consumo.


Se conocía, por ejemplo, la relación de este producto con la caries y que una bacteria, la Streptococcus mutans, era la responsable de desmineralizar los dientes al aprovechar la glucosa residual para fabricar ácido. Los científicos financiados por las azucareras intentaron desarrollar una vacuna contra este microorganismo.


 

La revista JAMA publicó un estudio el pasado febrero sobre un significativo experimento: a lo largo de un año, seiscientas personas siguieron una dieta que era baja en grasas o en carbohidratos. Y ninguno de los dos grupos destacó especialmente por perder más peso. Sin embargo, la investigación descubrió que aquellos que evitaban los alimentos con azúcar añadido o elaborados con harinas procesadas y que se despreocupaban en cierta forma de contar las calorías que ingerían sí perdieron peso regularmente a lo largo de un año completo.

No obstante, el autor del trabajo, Christopher Gardner, director de Investigaciones en Nutrición del Stanford Prevention Research Center, sugiere desviar un poco el foco de atención. “Es fácil culpar al azúcar, pero no debemos obsesionarnos con un nutriente aislado. La industria hace muy buen trabajo a la hora de quitar un ingrediente y reemplazarlo por otro. Pero muchas veces el sustituto es peor”, advierte.

Fuente: Muy Interesante