Por Daniel Armando Vogel – Hola, buen día, feliz domingo. Ante las tristes noticias de varios suicidios en las últimas semanas, y la reciente presentación del libro No todo está tan roto del pastor José Martínez, titular de la ONG Restaurando Vidas —con testimonios reales de personas que atravesaron intentos de suicidio y hoy ayudan a otros a reconstruirse— nos permitimos pensar en lo que nos está pasando y buscar caminos frente a este flagelo.
La salud mental en Zárate, como en muchas ciudades del país, exige respuestas integrales. En 2023, el suicidio fue la principal causa de muerte entre mujeres de 10 a 19 años en Argentina, con 148 casos. Esta tendencia creciente nos interpela como sociedad.
Los profesionales de la salud mental cumplen un rol fundamental: detectan factores de riesgo, brindan tratamiento clínico y acompañan procesos de recuperación. En Zárate, el municipio informó la disponibilidad de diez especialistas en CAPS y el Hospital Virgen del Carmen, además de líneas de atención permanente. Pero la magnitud del problema exige más: políticas sostenidas, datos sistemáticos y coordinación entre escuelas, clubes, familias, medios y espacios de fe.
La respuesta institucional no puede ser solo técnica. Las ciencias médicas diagnostican y tratan, pero la espiritualidad —especialmente desde las iglesias evangélicas— aporta contención emocional, sentido de pertenencia para con el creador de la vida y acompañamiento inmediato. En Zárate, estas comunidades ofrecen escucha y apoyo sin burocracia, en momentos donde cada minuto cuenta.
La prevención del suicidio requiere un enfoque integral: ciencia y comunidad, técnica y espiritualidad. La cooperación entre profesionales y comunidades religiosas potencia la intervención y favorece la restauración psicosocial. Cuidar la vida es una responsabilidad colectiva.
La labor clínica es indiscutible. Los especialistas diseñan estrategias, identifican señales de alerta y acompañan con rigor. Pero el sufrimiento humano es complejo. La búsqueda intima de volver a Dios aporta resiliencia y esperanza, especialmente cuando se integra en el proceso terapéutico.
En contextos de urgencia social, la solidaridad emerge como sostén. Testimonios recientes muestran cómo personas que enfrentaron intentos de suicidio lograron restablecer sus vidas gracias a la combinación de asistencia profesional, soporte comunitario y la fe, ésta vital para salvar al ser humano.
La espiritualidad —estudiada desde la psicología, la teología y la sociología— puede funcionar como factor protector. En casos de depresión profunda, ofrece recursos para resignificar el propósito vital. Las comunidades de fe mitigan el aislamiento, uno de los principales factores de riesgo.
Cabe subrayar: la fe no reemplaza la atención profesional, pero tampoco es prescindible. El abordaje integral —donde convergen ciencia y espiritualidad— permite atender el sufrimiento multidimensional y fortalecer la esperanza.
En conclusión, el vacío espiritual puede favorecer la desesperanza. La fe y la experiencia cristiana ofrecen alternativas para encontrar sentido y promover la restauración personal. El tratamiento efectivo requiere articular recursos profesionales y espirituales, conjugando razón y esperanza en beneficio de la salud mental para el encuentro de paz y felicidad para cada vida humana.
Que tenga una bendecida semana.
AL QUE LE QUEPA EL SAYO…











