Tanta Gente

Por Virginia Castro – En la primera noche treinta grados era el aire del infierno nocturno en cualquier lado. Entre la multitud una pregunta rondaba mi cabeza y no le di respuesta inmediata: ¿Por qué hay tanta gente en un festival en la Plaza Italia?

Uno cree que el principal atractivo son los artistas que se presentan y es posible ya que son excelentes, se publicitan, se televisan y luego se comparten fotos y videos.

También puede ser que a algunas personas les guste disfrutar de un rato al aire libre; llegar temprano, sentarse tranquilo, tomar unos mates y mirar cómo el lugar se va poblando cuando llegan familias con chicos que andan correteando en esa especie de patio que queda en los extremos de la pileta.

El Anfiteatro Homero Expósito propicia el encuentro con amigos, conocidos, vecinos o personas de la ciudad con quienes uno pasa mucho tiempo sin verse y que la entrada sea libre y gratuita para el público es un factor importante en los tiempos que corren. Quizás algún nostálgico recuerde los años en que empezó a gestarse la idea de tener esas gradas de cemento y los pasos hasta lograrlo.

Algunas personas irán para disfrutar de la Feria de artesanos y comidas; recorrerán cada uno de los puestos, tal vez coman un choripán, una gaseosa o tomen un helado. Con suerte, pueden comprarse una artesanía o un recuerdo del Festival y de paso escuchar lo que pasa en ese momento en el escenario.

Vi muchas personas de la Municipalidad de Zárate trabajando porque no se pone en marcha mágicamente un espectáculo tan grande. Y vi técnicos que iban y venían revisando que cada elemento estuviera en su lugar para obtener un buen resultado. Pasadas las doce de la noche del primer día alguien me dijo que habían arrancado a las nueve de la mañana, o sea que le restaban otros dos días similares. Con una sonrisa condimentada por el cansancio dijo que al día siguiente empezarían más tarde, como a las once de la mañana. Me dio risa que valorara tanto esas dos horas de diferencia. Era Alejandro Tubia, que estaba con todo un equipo de trabajo, siguiendo la disciplina laboral de Luis, su padre, que se había ido hacía un rato.

Y vi desde lejos a Graciela. Ella estaba orgullosa de que la nombraran como parte responsable de la impecable presencia de su esposo, Rubén Silva, que con su elegancia de siempre integró la conducción del Festival de Tango y, más tarde, del Campeonato Tango de Salón en Ciudad del Tango. Elogiar o culpar a una mujer por la presencia de su marido parece antiguo o descabellado, sin embargo, tiene una gran profundidad, habla de la atención y del cuidado de cada detalle, de una dedicación que parte desde la casa, desde esa unión de tantos años.

Quizá esto también sea antiguo: me encantó ver hombres que tomaban de la mano a mujeres para subir o bajar un escalón de cemento que es muy alto o para ayudarla a que trepe para sentarse en las gradas de madera. Y después vi otro que le preguntó a ella si quería quedarse ahí y cuando le dijo que sí, le pidió la llave del auto y se fue. Volvió al ratito con dos almohadones y acomodó los mullidos asientos. Ella guardó otra vez la llave del auto en su cartera mientras él la abanicaba con un folleto. Entre tanta gente me gusta detectar esos gestos de romanticismo que nos permiten prescindir de las telenovelas porque la vida real nos muestra amores que se quedan toda la noche tomados de la mano, escuchando música, disfrutando de los artistas…

En la tercera noche la mayor emoción fue la lectura -desde mi casa- de un posteo de mi amiga Mariana: “Yo vengo porque seguro está mi papá. Amaba la Plaza Italia”. Y ante la pregunta de otra amiga que hace años que no vive en Zárate, ella respondió: “Fue el Festival de Tango. Zárate es la Capital del Tango. Mi papá no se lo hubiera perdido” y otros comentaron que “Coco” miraba desde el cielo.

Creo que, al fin de cuentas, todos tenemos recuerdos guardados en esa Plaza Italia y los seguimos atesorando en cada noche de Festival.