Se trata de un trabajo de la Fundación Instituto Leloir, liderado por una investigadora del CONICET y articulado con la Autoridad de la Cuenca Matanza Riachuelo (ACUMAR). La herramienta, de fácil uso, permitiría identificar la presencia de contaminantes a través de una muestra de agua.
Nicolás Camargo Lescano (Agencia CTyS-UNLaM)
Un grupo de investigación de la Fundación Instituto Leloir (FIL), liderado por una científica del CONICET, trabaja en el desarrollo y validación de un biosensor de fácil uso, que permita determinar la calidad del agua de la Cuenca Matanza Riachuelo. La innovación permitiría identificar, fácilmente, la presencia de metales pesados que, por lo general, requieren de equipamientos sofisticados para poder ser detectados.
“Se denomina biosensor porque está hecho de componentes biológicos, lo que nos habilita a tener una sensibilidad y una selectividad muy buenas para identificar los contaminantes. Pero, además, es una herramienta que sólo requiere componentes en un tubo, secos. Ese aspecto simplifica muchísimo su uso y permite que sea utilizado fácilmente por cualquier usuario, sin ningún tipo de formación previa”, destacó la doctora Daiana Capdevila, investigadora adjunta del CONICET y líder del proyecto.
La clave de la innovación es que imita al sistema de proteínas que tiene un tipo de bacterias, las Staphylococcus aureus, para detectar y defenderse de metales. El biosensor, a partir de la presencia de uno de estos elementos contaminantes en la muestra tomada, genera unas moléculas que dan un color verde, alertando, así, sobre los peligros para su consumo.
El proyecto, uno de los 147 seleccionador para ser financiados en la convocatoria “Ciencia y Tecnología contra el Hambre”, del Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación de la Nación” (MINCyT), se desarrolla de forma articulada con la Autoridad de la Cuenca Matanza Riachuelo (ACUMAR).
“Esta articulación fue posible gracias al trabajo de Inis Biotech, la Oficina de vinculación y transferencia tecnológica de la FIL. El rol de ACUMAR en este proyecto es clave, por un lado, por el conocimiento territorial que tienen. Por el otro, al ser una institución que se ocupa tanto de hacer ciencia y tecnología como de garantizar un derecho, nos permite interactuar con la comunidad de otras formas y nos da la posibilidad de explorar, en un marco ético, la ciencia básica que hacemos en el laboratorio”, amplió Capdevila.
“Esperamos, con este proyecto, que el biosensor permita que las personas de la comunidad de la Cuenca Matanza Riachuelo tengan acceso a la información sobre la calidad del agua y puedan tomar decisiones, a partir de su fácil uso”, comentó Sofía Liuboschitz, estudiante de la Universidad de Buenos Aires que realiza su tesis de licenciatura a partir de este proyecto.
Ciencia básica como punto de partida
Todo el trabajo del equipo de la FIL se basa en un biosensor que Capdevila, durante su estadía en la Universidad de Indiana, Estados Unidos, contribuyó a desarrollar junto a colegas y que permite detectar contaminantes como el cobre, el plomo, el zinc y el cadmio.
La innovación, denominada Rosalind y que tiene un costo de un dólar, está siendo ahora trabajada por el equipo del Instituto Leloir para extender su uso y poder no sólo detectar contaminantes como el arsénico, el nitrato o el plomo, sino, también, para determinar si la muestra analizada es apta para el consumo humano.
“El trabajo que vinimos haciendo fue ponerlo a punto, porque, hasta el momento, no se había desarrollado en Argentina. Buscamos no sólo replicar lo que figura en el paper original, sino, también, expandirlo para poder identificar otros contaminantes del agua en los que ACUMAR está muy interesado y que puedan significar un impacto en la comunidad”, agregó Liuboschitz, integrante del equipo de trabajo junto a Matías Villarruel, becario del CONICET.
Para Capdevila, la ciencia básica juega un rol esencial en innovaciones como esta. “Es un poco el corazón de todo el proyecto. Como grupo, nos interesa saber cómo esta especie de bacteria puede sensar el ambiente, no sólo a nivel microscópico, sino, también, a nivel de átomos. Esa sensibilidad les permite a estas bacterias adaptarse a otros ambientes y, por ejemplo, resistir a los antibióticos”, detalló la investigadora.
En este sentido, para la científica y líder del proyecto, “fue un poco una serie de eventos afortunados los que nos llevó a utilizar todo el conocimiento que habíamos construido para aplicarlo en un problema que estaba muy alejado de la pregunta inicial de ciencia básica. La ventana de oportunidad se consolidó cuando pudimos ver que los mecanismos con que estas bacterias sensan pueden ser adaptados y utilizados sin necesidad de que las bacterias estén allí”, concluyó.
La Cuenca Matanza Riachuelo, en números
De acuerdo a datos proporcionados por ACUMAR, la Cuenca Matanza Riachuelo abarca parte de catorce municipios de la provincia de Buenos Aires y atraviesa varias comunas de la Ciudad de Buenos Aires. En la Cuenca viven más de cuatro millones de personas, lo que representa más del 10 por ciento de la población del país.
Actualmente, el área tiene contaminación de origen industrial, de origen cloacal y de residuos sólidos. Según las cifras detalladas en su sitio web, en la Cuenca se generan aproximadamente 10 mil toneladas de residuos por día.